Eduardo Milán
Viajes de muerte y esperanza

En este Viaje a través de los etcéteras, propuesto desde el título como una travesía por lo que sigue luego de la pérdida, Eduardo Mosches logra crear una malla lingüística que defiende al poema de su propio contenido, un contenido de alto voltaje por lo que arrastra de memoria y de esa ambigua forma de la memoria que es la memoria herida, muy buena para la poesía y muy mala para la existencia. Aquella memoria, la de la experiencia del arrase y de la matanza de cerca de 30 mil argentinos no actúa en Mosches desde un punto de vista estadístico.

Mosches no es un neoliberal de la escritura poética: no canta el privilegio numérico del desastre ni critica el costo social de la aventura que le tocó compartir. Traduce momentos, cortes de la memoria en un lenguaje que incorpora la metáfora con naturalidad, muy cercana al habla conversacional. No se trata tampoco de la invención de un lenguaje total que pretenda sustituir lo perdido en la vida con la ganancia del imaginario desbordado. Se propone una fidelidad residual, la de ser puntual con la vida que se le otorga casi por gracia. Es la conciencia del haber podido no estar aquí la que hace de su escritura una forma de pudor respecto a lo que oculta de su propia experiencia: los versos de Mosches saben más de lo que dicen.

En ese conocimiento que está presente en la verdadera poesía, abre siempre un margen de expectativa en el lector, que se prepara para una descarga de información que sería fatídica, una especie de mea culpa que siempre está latente pero que felizmente nunca se manifiesta. Así, agradecemos lo que no sabemos.

¿Qué es ser extranjero?, ¿qué es perder? ¿Y qué es ser extranjero y perder en la escritura? Si es haberse salido y no poder reingresar no habría problema en términos poéticos.

Dice Blanchot que el lugar del poeta es, justamente, el afuera. Ser extranjero sería una posibilidad casi literal de habitar ese afuera y de acuerdo con una mitopoética básica sería la condición de la palabra poética. Pero la reflexión teórica, el conocimiento simbólico o el sustento mítico son hermosos amparos, variables discursivas que no resuelven el afuera en su complejidad. Pero una cosa es habitar el afuera por convicción (una convicción que a veces ciertos poetas olvidan a la hora del reclamo de cobijo institucional) y otra cosa es habitar el afuera por necesidad o por deseo de otro. Todos los poetas están afuera. Pero no todos han sido expulsados de su lugar de origen. La diferencia aquí crea un margen importante porque señalará el lugar desde donde se emite la escritura, no un lugar metafórico del tipo ``el afuera como lugar natural de la escritura poética'' sino un lugar mucho más literal, del tipo: ``escribo en un lugar donde no nací''.

No es posible estar en esa situación y escribir fuera de esa conciencia. Escribir con esa conciencia es evitar muchos peligros que siempre amenazan a la escritura poética pero fundamentalmente uno, fatal: el chantaje sentimental o emotivo, la búsqueda no del afecto del lector sino de su complicidad maternal. El lector, convertido así en especie de madre simbólica, será el peor de los consuelos.

Releo lo anterior y me da la impresión que por lo dicho hay en estos poemas de Eduardo Mosches una estructura elusiva, planeada y medida. No es así. Estos poemas están marcados por el dolor y ese sedimento doloroso nunca los abandona. Pero es la capacidad de contención de su desborde lo que vuelve a la poesía de Mosches estructuralmente dolorosa, como una construcción que se hizo fuerte en sí misma, sin coartadas y con muy poca capacidad de transmutación. Esto, que en una experiencia poética distinta, normal o natural, sería un error, aquí se transforma en un logro.

Indica la lealtad a la experiencia matriz que subyace a los poemas. La experiencia común vivida por el poeta --llamémosle historia-- no se transforma en un canto al instante o a la liberación de todo compromiso, esas formas del cinismo tan en alza en este momento, a las que no escapan tampoco los poetas. Mosches no busca trascender a su propia experiencia, sino ser testimonial de una manera indirecta, individual. El impulso lírico actúa así a favor de la asunción de la historia particularizada, no un número más de los sobrevivientes a la muerte y a la esperanza. Y es esa misma individualización lo que le permite seguir apostando por las nuevas esperanzas y por los nuevos amores.