Por nuevos problemas, seguramente la opinión pública olvidó ya los severos daños humanos y materiales causados en Tijuana por la negligencia oficial y las lluvias que trajo El Niño. A lo mejor nuestras autoridades sí los tienen presentes después de que acudieron presurosas a la más importante ciudad de la frontera con Estados Unidos a organizar las tareas de rescate y auxilio a las víctimas; y a prometer que, ahora sí, se tomarán las medidas necesarias para que no se repitan hechos tan lamentables. De todas formas, lo ocurrido por enésima vez en Tijuana es otra llamada de atención sobre la necesidad de actuar oportunamente a fin de evitar que allí y en otras partes de la frontera norte los problemas lleguen a tal extremo que resulten imposibles de resolver.
Por ejemplo, por la instalación de más maquiladoras.
No hay duda que la industrialización de esa parte de México ha descansado en la presencia de dichas plantas, atraídas por la mano de obra barata y abundante, por la laxitud de las leyes ambientales, sanitarias y de seguridad, y también por el control del sindicalismo. Pero las maquiladoras han creado empleos y reactivado la economía de la región, y han sido factor importante para la llegada de miles de personas en busca de trabajo. Mas los costos sociales, económicos y ambientales son demasiado elevados y lo serán más en el futuro si las cosas continúan como hoy.
En efecto, cada vez se conoce con mayor precisión los efectos que dicha industria ocasiona en la población y en el medio fronterizo. En todos los casos, el crecimiento demográfico rebasó por mucho la infraestructura en cuanto a vías de comunicación, servicio de agua potable y drenaje, vivienda, salud, educación y transporte, por ejemplo, lo mismo en Tijuana que en Matamoros y Ciudad Juárez. La llegada de las plantas no se acompañó de programas oficiales y privados dirigidos a lograr un desarrollo urbano lo más armónico posible; menos, a obtener el uso racional de los recursos naturales y evitar la contaminación. Máxime si la franja fronteriza se distingue por su aridez y por las limitaciones de un recurso básico para la vida y las actividades humanas: el agua.
Si nos atenemos a lo que ocurre, estos factores son tomados a la ligera por las autoridades. Sólo así se explica la sobreexplotación de los mantos acuíferos, que no se regulen los flujos de líquido proveniente de los ríos Grande y Colorado; y que la contaminación por desechos de la industria, la agricultura y los asentamientos humanos afecte los lechos de los ríos y los mantos acuíferos.
El uso racional del agua brilla por su ausencia. Pero no solamente en el lado mexicano sino también en el estadunidense, como sucede en California y Texas, para citar dos casos ilustrativos.
Concediendo que las autoridades recuerdan lo que ocurrió en Tijuana en días pasados; si en verdad hay voluntad para resolver los desajustes de todo tipo que aquejan a esa y otras ciudades y áreas de la frontera, es oportuno insistir en la urgencia de tomar medidas radicales para evitar lo peor. Por principio, no alentar, como ahora se hace, la instalación de más maquiladoras. Y en paralelo, obligar a las que ya existen a cumplir la leyes vigentes. Sería un primer paso a fin de impedir que muy pronto el desequilibrio entre crecimiento y recursos naturales sea de tal magnitud que el sueño de industrializar esa parte del país termine en fracaso, en la pobreza de la mayoría de sus habitantes y en recursos naturales más menguados de lo que hoy están.