Chiapas se exacerba y los reflejos de todos los actores parecen confirmar que vivimos algo así como un momento equivocado. Por alguna extraña razón la causa de la paz y la necesidad de adecuación legislativa se nos han separado. Ya no están amalgamadas en un solo espacio. La Cocopa agoniza. Y con ella la posibilidad de conjuntar tres elementos centrales en el diseño de una solución al conflicto chiapaneco: la intermediación de un poder en principio ajeno a la confrontación; el consenso de los partidos, implícito en el diseño mismo de la Cocopa; y la posibilidad de contar con un espacio de deliberación que garantizaba a un tiempo las adecuaciones legislativas con la búsqueda seria de la paz.
Sería simple atribuir la agonía de la Cocopa a una sola razón; me parece que es la intransigencia de las partes la que ha vuelto incomprensible el papel institucional y la función de coadyuvancia de ese órgano legislativo. El punto es que el conflicto, para bien o para mal, transita hacia otros derroteros. Hoy hay una proliferación de iniciativas que amenazan con indigestar al Legislativo. Acaso vivimos tiempos equivocados. Estamos llegando de manera inoportuna y urgente a una cita.
Urgente porque todos los actores están necesitados de oxigenar el tema Chiapas. Así como Carpizo en el 94 fue un secretario de Gobernación ocupado exclusivamente del tema electoral, así Labastida no parece cargar con otro tema en su agenda que no sea Chiapas. Los actores, como en 94, acompañan al secretario de Gobernación. De ahí la urgencia. Lo inoportuno quizás provenga del hecho de que hoy desahogar legislativamente el tema de los derechos y cultura indígena no nos garantiza la solución del conflicto. La pregunta pertinente entonces es, si la ruta legislativa, aún con el más amplio consenso, no es sinónimo de pacificación digna en Chiapas, por qué insistir en ese camino.
Y acaso debiéramos llegar a la conclusión de que el diseño original de solución al conflicto está agonizando. Varios riesgos y aun virtudes se pueden avizorar. Las eventuales virtudes residen en que el estatuto del conflicto supera al insano impasse. La aportación del PAN es indiscutible al emplazar la vida de la Cocopa a la existencia de diálogo. En ese sentido, las apuestas suben: hoy tienen que ser más descarnadas. Fuera máscaras parece ser la consigna. Las dos partes deben mostrarse, hacer explícita su intransigencia. Si agoniza el formato tradicional, la única manera de sobrevivir en el juego es desnudar las apuestas. Los riesgos de la nueva actitud son justamente los costos de polarización que existen al tornar descarnadas las posturas. Es una invitación extrema.
A los actores institucionales se les orilla a pronunciamientos duros sobre derechos y cultura indígena, atendiendo, además de las inevitables consecuencias electorales, las implicaciones estructurales en la solución del tema Chiapas. Los actores formales están en un lío. La guerrilla, por el otro lado, tampoco la pasa bien. Si la congestión de iniciativas parlamentarias consigue hacer aparecer la negativa zapatista a la renegociación como una postura claramente intransigente, es claro que el EZLN deberá considerar su juego. En cualquier caso lo que parece estar llegando a su fin es la posibilidad de darle vida al diseño implícito de la Cocopa: los consensos se alejan, la negociación entre las partes no existe, la razón de ser de la Ley que le dio vida al diálogo se extingue. Si esto es así, los caminos que se abren son tan novedosos como temerarios.
Qué hacer con Chiapas es la pregunta. Al momento de escribir estas líneas ignoro cuál fue la respuesta del Ejecutivo a esa interrogante. Las respuestas que imagino, sólo me alcanzan para ver las nuevas luces que apenas consiguen iluminar las dificultades que hay en el camino de la paz.