Durante enero y febrero los precios crecieron más aprisa de lo que esperaba el Banco de México. La inflación estimada para todo el año era de 12 por ciento y la tendencia del primer bimestre indicaba que dicha meta sería rebasada, lo que estaba ya provocando un cambio en las expectativas con respecto al comportamiento de la economía. Conforme a los registros del aumento del índice nacional de precios al consumidor, en esos dos meses se podía calcular que la inflación medida de diciembre a diciembre superaría el 16 por ciento. Y este cálculo estaba aún basado en un escenario muy incierto en lo que se refiere a los dos choques externos que ha resentido la economía, a saber, la caída de los precios del petróleo y la inestabilidad en los mercados financieros internacionales. Esto quiere decir que en las condiciones que hoy prevalecen, la estimación del desempeño de las principales variables financieras es, por necesidad, muy tentativa.
Después de haber actuado rápidamente hace algunas semanas para reducir el gasto público, ante la evidencia de que el presupuesto federal se había hecho con una consideración demasiado optimista de los ingresos petroleros, ahora la Secretaría de Hacienda muestra mayor cautela. La verdad es que no se sabe qué hacer para ajustar a tiempo la economía con el fin de reducir los efectos adversos de los precios del crudo.
Una nueva reducción del gasto tendría un alto costo político, no hacerlo a tiempo también lo tendrá. Pero el tiempo corre y, al parecer, el banco central tomó la iniciativa luego que el gobernador Ortiz dijera que no le temblaría la mano para provocar una desaceleración de la economía antes de aceptar una inflación mayor. Esta intervención también se hace, conforme a la apreciación del propio banco, debido al rápido aumento del déficit del comercio exterior observado en los últimos meses, y esto a pesar de que el secretario de Comercio ha dicho que no ve ningún signo de alarma en dicho déficit, puesto que puede financiarse. El eco de estas declaraciones está en las afirmaciones que en su momento, no hace mucho, hicieran Aspe y Serra. El caso es que en sólo dos años se va a pasar de un superávit del orden de 6 mil 500 millones de dólares en 1996 a un déficit de prácticamente la misma magnitud en 1998. Esto significa que no son sólo los choques externos los que están provocando la actual presión sobre la economía, sino que es su misma estructura interna, de un crecimiento del producto altamente dependiente de las importaciones el que afecta también las expectativas para este año.
El Banco de México anunció el 11 de marzo que reduciría la liquidez en el sistema bancario por un monto de 20 millones de pesos diarios. La cifra debe provenir, seguramente, de las estimaciones sobre el uso de la liquidez en la economía, y el banco central se reserva el derecho para aumentar esa restricción o disminuirla cuando lo juzgue conveniente. La menor liquidez limitará la disponibilidad de pesos para la compra de dólares y con ello tratar de contener la devaluación.
Por otra parte, contribuye a reducir la capacidad de gasto de las empresas y de los individuos, o cuando menos de los que aún se financian en los bancos. El efecto directo de esta reducción será sobre el nivel de las tasas de interés, que tenderán a aumentar, y también sobre el nivel de la demanda interna, es decir la inversión y el consumo privados. Esta medida se suma, así, a los efectos que produjo la reducción del gasto público y la colocación de deuda por parte del gobierno mediante la emisión de una mayor cantidad de Certificados de la Tesorería.
El hecho es que de manera muy rápida se han tenido que ajustar las expectativas del crecimiento para este año. Del 5 por ciento de aumento del PIB proyectado en los criterios de Política Económica para 1998, la revisión oficial ya se ubica en 4.5 por ciento aunque todavía podría ser modificada a la baja. Hay cuando menos dos cuestiones que pueden ponerse en relieve a este respecto. Una tiene que ver con las condiciones que impone la inexorable globalidad. Al intentar contener la inflación por medio del control de la devaluación y de mayores tasas nominales de interés, las medidas del Banco de México contribuyen a elevar los rendimientos reales de las inversiones financieras tanto internas como de los capitales externos. Por otra parte, la contención de la economía para evitar un sobrecalentamiento que rompa los frágiles equilibrios macroeconómicos, compromete las posibilidades de un mejoramiento de las condiciones de bienestar de la población. Este año debían crearse, según las proyecciones oficiales, alrededor de 700 mil nuevos empleos, pero las revisiones a la baja de la tasa de crecimiento hacen esta meta imposible, pero de todos modos entrarán al mercado de trabajo un millón 250 nuevos demandantes de empleo.
La economía se calienta a temperaturas muy bajas para cubrir las necesidades básicas de la población e ir recuperando lo que se ha perdido en los últimos años. La contención de la economía, es decir, la austeridad, sigue siendo la única medida que es posible ofrecer desde la perspectiva de la política económica y seguirá siendo el mercado interno el que pague la cuenta.