La Jornada Semanal, 15 de marzo de 1998
3. Edad
Un escorpión me acecha en el verano.
*
Hace frío en el pabellón. Los ojos de los
Paz para aquellos que no saben morir.
*
Ratas sobre tu pecho. No mires el ardor
*
Traigo recientes cicatrices.
Una ínsula sagrada entre mis manos, una
*
Sitiado por tu cuerpo, a orillas de tus ojos, te
*
Tu muerte: el resplandor de una palabra
Un escorpión terrestre en la
balandra.
Es el sutil principio de mi vida. Es la
ira de Dios la
que me quiebra. Es su
veneno sin límite en mis días. Me
quiero
ver morir en este cuerpo, pero
no sé pedir perdón como los
niños.
niños no me miran. Sus
brazos son los
mástiles del sueño de mi muerte. No quiero
que me
toquen. No su luz detrás del monte ni
sus gracias me devoren. No
sus rostros ni sus
sombras me acompañen.
en tu destino. Una mujer
mitiga su aspereza
bajo tu lengua. Recuerda su dolor entre
las
sábanas. No tengas miedo. Es la tierra delante
de ti la que
la nombra.
serenidad incomprensible
que me hace rápido cerrar los párpados.
pronuncio. Llevo
dentro de mí un niño muerto.
Penetro por un siglo de anestesia
donde mis
brazos caen, lentamente, bendiciéndome. Digo
que hay
una cruz en mi cabeza. Palpo el
revólver como una mariposa de luz
sobre mi
pecho.
en el olvido.
No quiero, pese a todo,
muros gruesos,
tan gruesos que no
oiga
el silencio de los otros,
hecho de algunas voces y
ruidos
que se filtran por los muros,
avisos de la vida
que
transcurre al lado,
abajo, arriba,
en contra mía;
quiero unos
muros que me aíslen
levemente,
contar con el silencio
que los
otros tienen,
saber que es frágil,
que sin hacer ruido es
como
estamos juntos
y estamos en contacto.
No quiero nada
grueso
que me impida oír
que hay otros que desean de mí
que
no haga ruido
y que a través de las paredes
que nos unen y
dividen
escuchan mi silencio y lo agradecen.