La Jornada Semanal, 15 de marzo de 1998



SHARIK Y OTROS PERROS ILUSTRES


Sergio Pitol


En su excepcional libro El arte de la fuga, Sergio Pitol relata un sueño protagonizado por su perro. En nuestro tercer aniversario, se ocupa de perros ilustres imaginados por otros autores.



El 7 de mayo de 1926, el departamento de Mijaíl Bulgákov en Moscú fue visitado por agentes de la policía política. Durante algunas horas revisaron libros y papeles; al final, requisaron dos carpetas cuyos manuscritos les parecieron sospechosos.

Era entonces Bulgákov un hombre de 34 años, un ruso de Ucrania, como Gogol. Constaban en su pasado unos estudios de medicina en Kiev y varios años de práctica como médico rural en aldeas de escasa importancia, y luego en cuidades del Cáucaso, donde comenzó a escribir obras dramáticas de las que quedan pocas noticias y algunos relatos. En 1921 logró establecerse en Moscú, donde trueca la medicina por el periodismo y la literatura. Sus primeros años moscovitas coinciden con la sorda lucha interna entre Trotski y Stalin, de la que hay algunos ecos en sus diarios. Para él, Moscú es la ciudad trepidante de la NEP (la Nueva Política Económica, instrumentada por Bujarin en un intento de salvar al país de la parálisis económica, que parcialmente legitimó la propiedad privada, la práctica libre de las profesiones, la existencia de restaurantes, cafés y locales nocturnos, y hasta de algunos periódicos y revistas independientes, siempre y cuando fueran banales y no cuestionaran los lineamientos políticos del país). Fue un breve lapso de enriquecimiento frenético, que de repente inventó a una opulenta novísima clase. Algo había de delirante en la coexistencia de los nuevos ricos y la estricta ortodoxia comunista. De ese delirio se nutren algunas de las primeras obras de Bulgákov. Sus crónicas periodísticas acentúan esa intensa comedia de errores y celebran en escala grotesca la vida cotidiana de los moscovitas. Eso le gana un público muy amplio, pero también la desconfianza de los organismos de seguridad del Estado. Se corre el rumor de que en su estudio oculta documentos comprometedores y manuscritos peligrosos. De ahí ese cateo, cuyos resultados fueron el secuestro de un diario escrito desde su llegada a Moscú, y el manuscrito de Corazón de perro, una novela satírica escrita en 1924 que hasta entonces le había sido imposible publicar y cuya aparición en ruso tuvo que esperar hasta 1969, y no en Moscú sino en París.

Corazón de perro es un apólogo brillante, una sátira incisiva situada en las vísperas del desmantelamiento de la NEP. Todo apólogo se cierra con una moraleja; la que se desprende de la novela de Bulgákov es que ningún salto genético producido de manera artificial podría obtener resultados felices, así como una súbita transformación radical de la sociedad culminaría por fuerza en el mayor de los desastres.

Por una parte, las peripecias de Sharik, el protagonista de esa novela, un sufrido perro callejero empleado como cobaya de laboratorio para experimentos glandulares en busca del rejuvenecimiento orgánico, forman parte de una larga tradición de perros consagrada por la literatura. En esa cadena de canes célebres la experiencia autobiográfica se expande e incursiona en las peculiaridades sociales de una época. Los novelistas han enriquecido a esos personajes caninos con una capacidad de observar y juzgar su entorno de modo muy diferente a la del ser humano. No hay animal que se acerque tanto a su amo como un perro. Convive con notable naturalidad y adivina los pliegues más oscuros del espacio en que vive, conoce los hábitos y los secretos, tanto los inocentes como los repugnantes, de los miembros de la familia, de los sirvientes y aun de los visitantes; estudia los gestos, las pausas y las aceleraciones, las reacciones de cada uno ante cualquier fenómeno natural o extraño que ocurra en su ámbito. Parte fundamental de su existencia la ocupa en detectar e interpretar el estado de ánimo, el olor, los tonos de voz, la respiración, los movimientos de aquellos con quienes convive.

Vidas de perros ilustres

Sobre todos los perros célebres que han transitado por los libros, no cabe duda que los más excepcionales son Berganza y Cipión, la pareja inventada por Cervantes para animar El coloquio de los perros. En primer lugar porque se comunican a través de la palabra, procedimiento reservado por lo general a las fábulas y a los cuentos infantiles; en segundo, porque el lenguaje en que lo hacen es portentoso. El colorido relato de su vida que Berganza le hace a Cipión está cargado de revelaciones; su capacidad para revelar las más sutiles tonalidades de los distintos mundos que ha conocido resulta tan incisiva o más que las historias de sus contemporáneos, los pícaros, en las novelas a ellos reservadas.

Entre otros perros, más próximos en el tiempo, menos sabios que los de Cervantes (¡pero todo perro, cualquiera, será siempre un borrico frente a Cipión!), pero intensamente queribles, se encuentra ese milagro: Kashtanka, la maravillosa creatura de Chejov, una perra perdida y recogida en el momento de su mayor desamparo por un entrenador de animales, quien paciente y amorosamente la adiestra con la esperanza de convertirla en una gran figura del espectáculo. El debut de Kashtanka en la pista de un circo coincide también con su despedida. Desde las gradas más lejanas le llega a su oído una voz conocida: ``¡Kashtanka! ¡Pero si es nuestra Kashtanka!'' Ha sido reconocida por el hijo de su antiguo amo, y en ese instante ella recuerda su pasado y escapa hacia las gradas más altas, con la ayuda de un público sentimental y emocionado por ese inesperado reencuentro. La gloria circense se desvanece del todo ante el rudo y espontáneo trato recobrado, como ha recobrado en el modesto taller de carpintería su vida anterior a través de sus perfumes preferidos: el olor a cola, a aserrín, viruta y aguarrás. Nos encontramos ante una historia típicamente chejoviana, en apariencia mínima, casera, trivial, pero, como todas las suyas, capaz de tocar zonas inescrutables del ser a las que muy pocos escritores llegan. Uno recuerda las percepciones de Virginia Woolf: son las pulsaciones del alma lo que nos interesa en la novela rusa, no el destino de sus personajes: ``El alma sufre, el alma está enferma, el alma se recupera.'' Kashtanka, el carpintero, su hijito, el adiestrador de animales, sus compañeros de ejercicios, un gato, un ganso, una cerda, son meras señales en medio de ese espacio incomensurable: el alma.

Y al hablar de la Woolf, salta Flush, el entrañable cocker-spaniel por cuyos sentidos conocemos la historia amorosa de Robert Browning y Elizabeth Barret. La superioridad que Virginia Woolf le asigna a Flush sobre el género humano se finca en la intensidad de sentimiento, en la certeza del instinto y sobre todo en la capacidad de expresarse sin hacer uso de las estorbosas palabras. ``Conocía [Flush] a Florencia como jamás lo logró ningún ser humano, como no la conocieron ni Ruskin ni George Eliot. La conocía como sólo pueden conocer algo los mudos. Ni una sola de sus innumerables sensaciones se sometió nunca a la deformación de las palabras... En una ocasión, al acariciar y besar la cara de su ama, la hizo sentir como una ninfa besada por el dios Pan. Pero, suponed que Flush hubiera podido hablar, ¿no habría dicho cualquier cosa razonable sobre la plaga de la patata en Irlanda?''

Perra memorable, la más triste seguramente de este recuento, es Niki, cuyo nombre da título a una intensa novela de Tibor Déry. Niki es una fox-terrier a quien le toca conocer el terror estalinista en Budapest. Niki adora al ingeniero Ancza y a su mujer, el matrimonio de edad madura que la adoptó, y ellos van dejándose seducir por su gracia, su inteligencia y su devoción. Por las sensaciones de Niki conocemos la tragedia de esta pareja, la tragedia de Hungría: el tiempo de la depuración y las grandes purgas. El arresto del ingeniero, los esfuerzos de la señora Ancza para soportar con dignidad una vida sombría, la soledad, las vejaciones, el temor permanente. Niki es la acompañante única de su ama durante esos años oscuros y muere el mismo día en que el ingeniero retorna al hogar, como si ya su misión hubiera sido cumplida. Tal vez Niki entienda mejor que los Ancza que el mundo donde viven no ofrece respuestas, y por eso le resulta menos inexplicable que a sus amos que alguien pudiera pasar varios años en prisión sin saber de qué ha sido acusado, y que ese mismo alguien regresase a su casa sin saber por qué ha sido liberado. Niki es un libro sobrio; su signo es la severidad; la carga de emoción la proporciona el desasosiego de la perra. En el arte de manejar la aproximación y el alejamiento de esas dos líneas paralelas: emoción y severidad, reside la perfección de la novela. Es el gran triunfo de Déry.

Próximos a esas novelas existen los testimonios de algunos autores sobre las relaciones con sus perros. Recuerdo dos excepcionales: Señor y perro (cuyo subtítulo es Un idilio), de Thomas Mann, y Mi perra Tulip, de J. R. Ackerley. Son mucho más que estampas sentimentales de los años vividos al lado de sus animales amados. Tienen algo de réquiem, de deslumbramiento, y mucho de autobiografía. Ambos novelistas confiesan haber logrado a través de sus perros, Bauschan, el de Mann, y Tulip, la de Ackerley, una aproximación antes desconocida a la naturaleza, un sentimiento de unidad con el universo, y ``encontrado -lo dice Mann- no sólo un rincón emancipado de las torturas del tiempo sino, además, asistido a una metamorfosis en la tónica y el vivir íntimos de la propia personalidad''.

Sharik

El Sharik de Bulgákov pertenece a la misma especie animal que los anteriores, pero no goza de un papel protagónico como ellos. Kashtanka, Flush y Niki son figuras nacidas del afecto, y esa aura marca su presencia y su desarrollo. Sus gestos, retozos y suspiros fueron trazados con algo parecido a la devoción. Son criaturas inmaculadas, sin pasado dudoso, sin dobleces. Seres idílicos que en ciertas circunstancias deben soportar las cargas que una mala raza, la humana, les inflige. Si el novelista tuviera que tratar a los personajes humanos del mismo modo, fallaría en su cometido. No existirían entonces ni Los hermanos Karamazov, ni Madame Bovary, ni Doktor Faustus, ni Las almas muertas, ni Pedro Páramo. Sólo existirían esos tristes sepultureros de la historia, los héroes positivos: cuerpos sin mancha, pero también sin vida. En cambio, el perro positivo resulta asombrosamente convincente en la literatura. Ejemplifica los mejores reflejos del ser, el factor desinteresado, la certeza del instinto. El mismo Sharik de Bulgákov, tratado como mero material de experimentación genética, sin ser un santo, se eleva moralmente por encima de todos los personajes del relato. Es entre ellos el único leal al instinto y a la Naturaleza, es decir a sí mismo. En cambio cuando lo transforman en un androide, cuando sabe ya hablar y comer con cubiertos, resulta un personaje repulsivo.

Una pausa: la Golemlegende

El tratamiento de Sharik, el perro personaje de Bulgákov, se diferencia de sus colegas mencionados, en primer lugar porque el libro a cuyas páginas pertenece es satírico y la sátira excluye cualquier efluvio emocional; pero sobre todo porque su trama corresponde a una tradición diferente, la nacida con el Gólem. La leyenda del Gólem surgió en Praga, relacionadaÊcon el rabino Lev y la creación de hombre no nacido de vientre de mujer. Ya el nombre Golem implica algo no del todo bien resuelto, una figura tosca, un objeto incompleto, algo que no logra salir del estado embrionario. La leyenda establece que la figura del homúnculo, del androide, del monstruo modelado en barro por alguien a quien no le correspondía esa labor, se aparece religiosamente en ciertos lugares, a determinadas horas que los transeúntes evaden temerosamente.

Angelo Maria Ripellino al estudiar el tema golémico encontró tres características que recurren con insistencia: a) la condición servil, b) la cólera que explota y se convierte en rebelión contra el demiurgo, y c) el retorno del homúnculo a la tierra o a su materia constitutiva.

La rebelión del Gólem contra su creador aparece en la leyenda en dos modalidades, que en el fondo son la misma: la revuelta del siervo contra el patrón y la de la fuerza bruta contra la inteligencia.

Durante siglos, la mitología popular y la tradición literaria han repetido una y otra vez esa secuencia: creación del homúnculo, la sublevación del siervo, la derrota y la vuelta al barro o a la materia que la leyenda asigne como elemento de fabricación. El Frankenstein de Mary Shelley es hijo del Gólem, como lo es también el Doctor Moreau de Wells. La Golemlegende fue campo nutricio para los expresionistas alemanes. En el cine produjeron una variante ideal: El Gabinete del Doctor Caligari.

Corazón de perro

En 1924 el joven Mijaíl Bulgákov añadió al amplio repertorio golémico una nuevaÊversión: Corazón de perro. La reaparición del homúnculo ocurre en esta novela por un error de cálculo del endocrinólogo Filip Filipovich Preobraienski, quien confió encontrar a través de un trasplante de hipófisis el manantial de la eterna juventud con que soñaban sus pacientes. El experimento se realizó en el cuerpo de un perro callejero, al que se injertaron las glándulas seminales de un maleante recién fallecido. El resultado fue aterrorizador. La sustitución de la hipófesis no rejuveneció al animal operado; en cambio, produjo en él una total antromorfización.

En pocas semanas el perro se transformó paulatinamente en algo parecido a un hombre.

Concluida fisiológicamente la metamorfosis, la conducta y el lenguaje permanecen en estado primario, y su actitud ante los demás es marcadamente antisocial. Sharikov, el nauseabundo sujeto en que se ha transformado el ingenuo Sharik, retiene buena parte del criminal cuyas glándulas le han transplantado, y otra del perro que apenas ha dejado de ser. En poco tiempo se ha convertido en un saco de maldad que transtorna la vida y el trabajo del célebre médico que lo ha creado. Sharik como perro era ingenuo, torpe, patético, inspiraba simpatía; en cambio, el ciudadano Sharikov es repulsivo. Empavorecido, agobiado, a punto de enloquecer, el doctor Preobraienski se decide por una medida extrema: realizar la operación inversa y aguardar con paciencia la ulterior transformación del androide en el mísero perro callejero anterior al experimento.

Para el doctor, el fracaso de la operación forma parte del desorden general que presencia en torno suyo. Desorden que él cristaliza en una constante pugna con el Comité de Administración y Vigilancia de su edificio, cuyo responsable se ha atribuido poderes dictatoriales sobre los habitantes del inmueble. Media Rusia detesta a la otra media, todos son enemigos de todos, todos se combaten, se acechan, se amenazan, se hacen imposible la vida. Hay estudiosos de Bulgákov que consideran al profesor Preobraienski como un científico notable, un humanista atrapado por el nuevo sistema político. Yo sólo veo en él a un hombre pedante, altanero y siempre malhumorado. Ninguno de los personajes me resulta defendible. La sátira de Bulgákov no perdona a nadie, salvo, tal vez, al ingenuo Sharik. El intento fallido de plantar órganos humanos en el cuerpo de un perro resulta una inferencia violenta en las leyes de la Naturaleza, comparable sólo con la imposición, por decreto, de un nuevo sistema económico y político a un país no preparado para el cambio.

Durante la operación quirúrgica aparece un retrato del doctor Preobraienski muy diferente al que él quiere presentar al mundo. Bulgákov lo describe con un ojo bañado por la sangre que ha saltado del cuerpo del perro. Y mientras cortaba la piel ``aquel rostro se volvió terrible; se oía el rechinar de sus dientes de oro y porcelana''. En el momento culminante ``Filip Filipovich se relajó como un vampiro saciado de sangre''.

Es seguro que nadie vuelva a ser el mismo después de la existencia tenida con el androide. Nadie, salvo el cándido Sharik, que no recordará nada de ese episodio, y seguirá oscilando entre el temor y la esperanza. Temor de que todo sea un sueño, y de que un día al despertar no encuentre ya las pantallas de seda, ni el calor, ni el estómago lleno, y deba recomenzar en un portón sórdido la vida de la que su adorado, su salvador, su gigante, el benemérito Filip Filipovich Preobraienski, lo ha rescatado; volverá al hambre, al frío enloquecedor, a la gente malvada, a los golpes en las costillas. Pero también lo alimenta la esperanza de que nada de eso ocurra, que por lo contrario alguien descubra que es un príncipe abandonado o, tal vez, secuestrado desde la cuna, y esté a punto de ser reconocido por sus padres. Y mientras eso suceda, tiene derecho a gozar de comodidades nunca antes soñadas.

Descubrimos, pues, a un trémulo personaje de corte calderoniano, felizmente encapsulado en el magnífico y audaz relato de un autor joven, un ruso de Ucrania, como Gogol, que con los años se habrá de convertir en uno de los más extraordinarios novelistas de nuestro siglo.