La Jornada Semanal, 15 de marzo de 1998



ENFERMEDAD Y CREATIVIDAD


Arnoldo Kraus


Médico internista, columnista de La Jornada y activo defensor de una medicina humanista, Arnoldo Kraus es una voz indispensable paraÊrelacionar la cultura con la vasta tradición de quienesÊse deben al juramento de Hipócrates.



La definición de salud acuñada por la Organización Mundial de la Salud congrega irrealidades, imposibles e inexactitudes. Y no sólo eso: puede ser molesta. Acorde con los expertos, ``salud es un estado completo de bienestar físico, psíquico y social, y no sólo la ausencia de enfermedad''. Tal balance implica ``demasiada'' equidad y un caminar yermo de sorpresas o dolores. Lo completo enfada pues conlleva ausencia de movimiento y ahuyenta la sorpresa -virtud, esta última, casi sepultada por la modernidad. Hay que recordar que los equilibrios perfectos esterilizan e inmunizan. Ensordecen al individuo, erradican la autocrítica y asfixian ideas y voces.

Lo mismo puede decirse de la salud perfecta. Si nada duele, si no hay flaquezas y si la enfermedad no llama a la cura, la monotonía y el olvido pueden apoderarse del ser. No hay idea del cuerpo y a veces ni siquiera de la existencia. No hay tampoco conciencia que alerte si no se conocen las cicatrices y preguntas que emanan del mal. Mientras que la inercia convoca al paro, al alto, las fracturas, las células atormentadas o los corazones irregulares poseen la magia de romper para luego edificar. Dentro de esta dialéctica, siempre sano puede ser siempre ciego.

En el correr de la vida la experiencia es similar. La salud total suele alejar la reflexión. En cambio los padecimientos, con frecuencia, invitan a repasar los rincones olvidados del alma y del cuerpo. Rincones que al conocerse y explorarseÊdevienen en color, forma, letra. Esa es una de las virtudes del dolor: nos recuerda que existimos y le da sentido al tiempo. Enseña, además, a partir de la llagas del sufrimiento, que el ser se convierte en tiempo y el tiempo en creatividad.

Conviene, acorde con Ferreira Gullar, distinguir entre el dolor físico y el moral, pues es evidente que sus cargas e implicaciones son distintas. El dolor corporal opaca los caminos de la reflexión, por lo que es improbable que el alma o el espíritu creativo florezcan ante la embestida de estímulos nociceptivos. Sin embargo, a la larga, este dolor puede sembrar la noción de que nombre, apellidos e historia están ocupados y envueltos en un cuerpo. Cuerpo del cual somos muchas veces lejanos, ajenos, y por ende desconocidos. Descubrirse por medio del dolor, puedeÊdarle otra forma y otro sentido al cuerpo, a la conciencia, a la existencia. Quizá como arte, quizá como reflexión, quizá como tiempo.

La transmutación contenida en la enfermedad y su frecuente bidireccionalidad, incorpora, en ocasiones, realidad y razón de ser para quien cura. El delirio inicial de la pluma que no encuentra letra, o de las cerdas del pincel que sufren ceguera, puede sanar cuando el poder de la creatividad aplaca las embestidas de la locura, del sufrimiento. Entendida así, la herencia de la congoja física puede ser positiva: construye en el individuo su conciencia y facilita los senderos para que el alma recompuesta se reencuentre. Retomada la salud, vencidas las mermas físicas, el binomio salud-enfermedad puede convertir el sufrimiento en creación. Así lo comprendió en 1621 Robert Burton, quien en Anatomía de la melancolía consideró que ``la enfermedad, los achaques, trastornan a muchos, pero sin razón. Quizá pudiera ser por el bien de sus almas [É] la carne se rebela contra el espíritu; lo que daña a una, necesariamente ayuda al otro. La enfermedad es la madre de la modestia pues nos recuerda que somos mortales''.

Al leer a Schopenhauer se infiere que hace dos siglos no sólo se entendía mejor la normalidad -sin comillas- de la enfermedad y sus posibles beneficios, sino que incluso no se comprendía la existencia del mundo sin incorporar en su dinámicaÊla idea de sufrimiento. Sufrimiento, lo subrayo, no sólo del ser sino del mundo. Es probable que su furtivo estudio de la medicina e incluso el suicidio de su padre, hayan sido cimentales tanto para su carrera de filósofo como para sus reflexiones sobre los nexos entre dolor y creación. Aun me atrevo a decir que para él no había creación sin dolor y sin duda, la normalidad le resultaba una condición anormal.

Cuando Schopenhauer reflexiona sobre la vida, en su libro Acerca del sufrimiento del mundo, escribe: ``Si el propósito inmediato y directo de nuestra vida es no sufrir, entonces, nuestra existencia no tiene ninguna razón de ser. Porque es absurdo pensar que el dolor sin fin, que nace de la miseria inherente a la vida y llena el mundo, sea solamente un mero accidente y no la propia finalidad de la existencia. Cada desgracia particular parece, es cierto, una excepción, pero la desgracia general es la regla.'' La libertad que otorgan las letras y la lectura cómoda de los textos de este autor permiten reinterpretarlo: el sufrimiento es una experiencia vital. Experiencia que acendra la visión del mundo, de uno mismo, y por supuesto, de la infinita capacidad de la creación.

Cavilemos ahora sobre el dolor moral. El dolor del alma. Sensu strictum, las penas del alma son las venas naturales que conectan las avenidas internas con las del universo. ¿Puede ser la melancolía el acicate que transforme la inmovilidad en reflexión, en génesis? ¿Pueden, a la vez, estos tropiezos ser la semilla que alerten contra la idea de normalidad? De las penas morales nacen las vías que entremezclan miradas, y que al ver, horadan los disfraces que ocultan los huecos. Miradas dolorosas que de no existir harían de la creación materia imposible. Miradas con las que uno ve cuando es sano, o las de quien al mirarnos no entiende lo que ve. O las de uno mismo cuando ve pero ignora que mira. O finalmente, las del propio ser que encuentra que ya no es el mismoÊcuando al enfermar el alma se observa y se desconoce. Ese es el resultado de la vista afinada por el dolor del alma: saber, saberse que uno es otro cuando la mirada ha penetrado. Saber que la vista ha modificado el lugar de los órganos cuando el corazón ocupa el lugar de los ojos y los ojos el del olfato. Esas penas construyen, mueven. Descubren vacíos que luego hay que llenar. O revela huecos con los cuales no es posible seguir viviendo. Así lo consideró André Gide al afirmar que ``el arte nace cuando vivir no es suficiente para exprimir la vida''. En ese sentido, el bienestar es tedioso y aburrido, mientras que el dolor moral puede ser edificante por su intensidad y fundamental por las vetasÊque descubre. Tan sólo se requieren ojos que entiendan el significado de la tristezaÉ

La creación es también una forma de terapia. Que cura, que suaviza, que cobija, que transforma y reconstruye a quien la hace. Lo mismo sucede en el campo de la medicina: quien mira, toca y luego escucha al enfermo, cura porque genera confianza. La confianza con la que el doctor sustituye congoja por vida es quizá la terapéutica más importante y apreciada por los pacientes. Y esta confianza -esas voces, esas escuchas- es una de las artes de la medicina. De acuerdo a las voces de los enfermos, ese calor, esa transferencia, son producto de largos tiempos, de pausadas reflexiones e interiorización sin fin. Son, en todos los sentidos, una forma de creación que nace de las quiebras, del miedo, de la melancolía. Y el médico que además de palpar investiga, conoce mejor el significado del padecer pues lo desmenuza, lo vive y, con suerte, lo comprende. Las herramientas de la investigación y la docencia en medicina son los cinceles, las notas o el papel de los artistas. A partir de la idea, de las preguntas infinitas, de los porqués de la enfermedad, los agujeros del conocimiento se llenan poco a poco, nunca totalmente. Y a partir de las cuestiones respondidas naceÊy se fortalece la creatividad. En ese sentido, la pintura, la escritura, la medicina y la danza son salud.

Albert Camus, en La peste, lo dice mejor:

``Doctor, ¿quién le enseñó todo esto?''
La respuesta llegó pronto:
``El sufrimiento.''

Los nexos entre enfermedad y creación parecen ser múltiples. Son incontables los ejemplos de grandes artistas que se han expresado a través o por medio de sus dolencias. Hay quienes encuentran en la amenaza del mal fuente de inspiración. Hay otros que crean universos tan sólo cuando la enfermedad sacude su vivir. Y hay también quienes descubren en el dolor el estímulo para verter el interior y transformarlo en ideas infinitas. El alma sacudida por las células rotas, claudicantes, avizora que el mañana debe ser hoy y que el tiempo no nos pertenece. Esa es otra de las vías y razones para la creación. Pessoa no se equivocó:

Parece que el alma tiene
tiniebla en la que crecer:
una locura que viene
de desear comprender.

Otra forma de entender los vínculos entre padecer y arte es la pasión que nace, en muchas ocasiones, cuando la normalidad se quiebra. John Keats, médico primero, poeta después, vivió y comprendió las conexiones y linderos que amalgaman dolor con creación. Afectado por tuberculosis, concibió su muerte a partir de la primera hemoptisis. Dos razones le hicieron discernir que el fin le aguardaba pronto: cuidó a su hermano, quien padeció y murió por la misma infección, y aprendió en los pasillos del hospital que la tuberculosis no tenía remedio. Por tal motivo reflexionó sobre la relación que hay entre enfermedad y creación artística: ``De qué asombrosa manera nuestra probabilidad de abandonar este mundo nos imprime el sentido de sus bellezas naturales.''

Concluyo pensando en Keats. La enfermedad y el dolor son vías para querer el mundo. Para ordenar ideas e incitar la creación. Para entender el efímero y escurridizo valor de la existencia. Es también evidente que los límites entre salud y padecer son etéreos, ajenos e impredecibles. Se muere estando sano y se recupera la salud cuando el diagnóstico de muerte se había hecho horas antes. Existen en los anales de los hospitales y cementerios más de un muerto resucitado y más de un vivo que feneció sin apenas saberlo. En ese vaivén se mecen igualmente creación y enfermedad. La literatura o la pintura son en ocasiones delirio, necesidad, locura; son también la pluma y la tela vacía, las recetas y medicinas de quien crea. Y la enfermedad, el dolor físico y del alma, pueden ser también el esqueleto del arte.