Alguna vez leí que una diferencia entre memoria y biografía estribaba en que la primera no era tan pretenciosa como la segunda: lo leí, o fue mi conclusión. En una memoria el autor podía detenerse en un pasaje de la vida que quisiera recordar sin aspirar a recoger ésta entera. Y a mí se me ocurre que por tanto la memoria se presta más al trabajo del narrador que la biografía. Con lo que quiero decir que la memoria puede ser maleable y materia fecunda para la ficción.
Imaginar sobre lo que se recuerda es un ejercicio más entretenido que tener que restringirse a los hechos. Pero no todo escritor puede optar por el camino de la imaginación aplicada a la realidad; no a todos les es dado saber con precisión cuándo es factible mezclar hechos verdaderos con hechos posibles, pero sólo imaginados, y cuándo no. Arriésgate, sugiere Faulkner.
Sin embargo, con frecuencia recuerdo una memoria que se sale de estos marcos o que los funde. Creo que la recuerdo con tanta frecuencia que no dudo de que haya hablado de ella en otras oportunidades; en todo caso, es tan rica que se presta a ser abordada desde ángulos y momentos diferentes. Se trata del Retrato de un amigo que Natalia Ginzburg dedicó a la memoria de Cesare Pavese.
En apenas media docena de páginas o un poco más, Ginzburg recuerda a Pavese sin nombrarlo una sola vez, y lo retrata mejor que una biografía del poeta o, incluso, que el propio diario de Pavese. Digo yo: porque aunque conozco el Diario, no he leído ninguna biografía de Pavese. Pero me atrevo a sostener que Retrato de un amigo recoge cuanto hay que recoger de Pavese, porque el texto de Ginzburg es lo que me hace vívido a Pavese e inolvidable.
En este sentido el Retrato de un amigo es una vida entera, como pretende ser una biografía; pero la ausencia de los datos que conforman la estructura de ésta, la gana en profundidad y en intensidad una memoria, es decir, una memoria como este Retrato de un amigo. Lo compara con la ciudad que él, ella y un grupo de amigos, cuya voz asume Ginzburg, compartieron en su juventud y en la que él, Pavese, siguió viviendo y en la que murió: Turín. Ginzburg tampoco la nombra y, no obstante, también la eterniza.
Por supuesto que aun sin nombrarlos, Ginzburg los singulariza; su prosa se ocupa de hacer de la ciudad y del poeta individualidades únicas. Lograr transmitir de quién se habla en un retrato de un amigo sin nombrarlo, es un logro exclusivo de un artista, como lo es hacer saber al lector que el objeto de sus líneas se suicidó, sin decir que se suicidó. Es un paso más adelante en el pulso de lo que pretende una memoria literaria, de lo que sería ni siquiera juzgar el suicidio del recordado. Es decir, no implica sólo respetar el suicidio de un amigo, lo comprendas o no, sino amar al amigo al grado de tratar su vida y su muerte de manera indivisible, y con idéntico peso, con miras a eternizarlo, a hacer inolvidable su existencia.
Claro que Ginzburg incorpora a su retrato poemas, o fragmentos de poemas, de Pavese; y claro que Pavese no necesita de la memoria o biografía que nadie hiciera de él para permanecer en el mundo de la literatura, el tiempo que este mundo dure. Y es posible que por esto, precisamente, Ginzburg no lo nombre: ella tampoco necesitaría nombrarlo para permanecer en la literatura; o no querría que su permanencia se debiera en exclusiva a haber retratado a un amigo que, de por sí, ya era permanente. Y la entiendo. Pero por todo esto, una vez más, esta memoria titulada Retrato de un amigo es valiosa en sí misma, literariamente hablando, y estremecedora.
Ahora bien, ¿en dónde aplica Ginzburg la imaginación a la sucesión de hechos que elige para retratar al amigo que recuerda? ¿En qué estribaría que la memoria hubiera sido un género más maleable para Ginzburg narradora, de lo que habría sido el de la biografía? ¿Cómo considerar que este retrato se acerca más a la ficción de lo que lo habría podido hacer nunca una biografía? ¿O qué me lleva a querer decir, en última instancia, que la aplicación de la imaginación a la realidad aproxima más un texto al arte, de lo que podría aspirar a lograr nunca la presentación de la realidad tal cual?
Si todas estas preguntas, que darían para un curso, no pueden contestarse diciendo que nadie sabe la respuesta, yo no sabría cómo salir de la encrucijada en que me metí al formularlas. Pero, a manera de tanteo, podría decir que Ginzburg logró hacer de su retrato una obra maestra gracias a su talento literario y a que se arriesgó a aplicarlo. O, para arriesgar a mi vez una posible respuesta: El hecho de no nombrar al retratado hace factible que el retrato acoja a otros posibles retratados. Y me atrevo a sostener que ésta es una característica de la ficción: universalizar al ser individual. Como diría Pavese: ``La memoria será la flama que ayer encendió sus ojos muertos''. O: la ficción será la flama que ayer encendió sus ojos muertos.