A 30 años del movimiento unas notas reescritas
Veo a los viejos sesentayocheros en una conferencia, El Pino, Marcelino, Oralia, están más guapos, mejorados, digan lo que digan los rumores; por lo menos tienen una apariencia más terminada, buenos bigotes, canas orgullosas. No en balde tantas derrotas. Por lo menos mi generación logró cultivar el estilo. Nacidos para perder, pero no nacidos para transar, diría el enano que en mi cabeza se la pasa haciendo frases. En 68, vistos desde el ahora, vestíamos como temerarios usuarios de Milano o de El niño elegante. ¡Qué pinche cosa más horrorosa!, ¡cuánto pinche puritanismo en las camisitas de manga larga y el pantalón levemente acampanado! Extraño, en cambio, la desaparición de las verdaderas minifaldas en las piernas de mis contemporáneas.
Hay una doble memoria que recoger. La de la Universidad tomada, la tozudez de la huelga, la terquedad y la imaginación, la voluntad del diálogo público, la guerra contra la manipulación informativa; pero si queremos ser mínimamente justos habría que rescribir la historia con todo y sus espacios negros: el sectarismo, el canibalismo político, esa enfermedad que deja menso a quien contagia y le propone como enemigo principal no al causante de sus penurias y sus males, sino a quien tiene más cerca, al más cercano, con el que hay que inventar a toda prisa discrepancias que justifiquen el enconado odio. Y no sólo, la inocencia política respecto a la ciudad y al país en que vivíamos, nuestra extranjería social, de la que tardamos tantos años en recuperarnos.
--¿Pero algo salió mal, algo no estaba bien organizado, algo no funcionaba? --... insistía Rolando Cordera (desde el domesticado programa de Nexos hace cinco años) ante los tercos defensores de las virtudes del movimiento.
Y pensaba para mí mismo que sí, que desde luego, que obviamente, pero que al igual que los asistentes al panel, no era yo quien se lo iba a decir. La ecuanimidad es un lujo penoso que los derrotados y los jodidos no suelen ejercer en público.
¿Quién fue el heredero del movimiento? Sin duda el pasado movimiento ceuísta es uno de los mejores hijos del 68; pero no se podría descartar al sindicalismo democrático de los años setenta, la insurrección cardenista electoral, las brigadas de voluntarios en el temblor, la cooperativa Pascual, la UPD, los abogados democráticos, los que pasaron para Nicaragua y muchas veces dejaron una parte de sí mismos allá e incluso podría reclamarse como hijo bastardo y chafa la Solidaridad del negociado electoral. Parece ser, pues, que no resultaría justo que los veteranos del 68 (hoy millares de cuarentones de clase media y profesiones liberales) reclamaran al movimiento como único hijo suyo.
Nosotros y los otros. Escucho en un pasillo a un grupo de chavos argumentar que el 68 es cosa de otros, que ellos ni siquiera habían nacido. Es un argumento de analfabetas históricos. Yo no estaba ahí cuando Morelos atacó Cuautla por tercera vez y eso no me hace distante, ni ajeno, ni falto de partido. La bronca es no haber estado mientras otros sí estuvieron. La bronca no es que otras generaciones tienen mitos mejores que los nuestros. La bronca es compartir el debate con Mariano Matamoros y Hermenegildo Galeana, con Morelos y Juana La Oaxaqueña que en Cuautla se levantaba la falda y enseñaba el culo a los gachupines sitiados para obligarlos a gastar bala.
La distancia no es el problema. La bronca es que parecen estarse creando versiones autorizadas. Y eso es lo que hay que destruir. El movimiento no sólo tiene el derecho de las versiones de los participantes, también tiene el derecho de las versiones de los herederos.
Los mitos mejoran en la re-narración.
--Aunque esto es lo menos importante, alguien tendría que explicarme por qué me tuvieron dos años, seis meses y cinco días en la cárcel --dijo alguna vez en una conferencia, con esa sonrisa medio agria que le sale tan bien, El Pino Martínez della Rocca. Mi hija me pregunta por qué ahora que tenemos gobierno democrático no meten a la cárcel a los culpables de las matanzas de estudiantes. No es una mala pregunta. ¿Prescriben los delitos de masacre con alevosía estatal?
Si bien el movimiento no creó más héroes que los colectivos, sí produjo frases en abundancia. Jaime Goded, uno de los cuadros más inteligentes que pululaban por ahí, fue el creador de ``A la mano tendida, la prueba de la parafina'', con la que se dio respuesta al cínico llamado de Díaz Ordaz desde Guadalajara, cuando tras haber lanzado sobre el movimiento estudiantil una de las más furiosas represiones de las que la ciudad de México tenga memoria, andaba ofreciendo su mano extendida en un gesto de cínica soberbia.
Hay una frase de Danny El Rojo, el mítico Cohn Bendit del 68 francés, que no ilustra mal los tiempos (aquellos y éstos) y mi relación con ellos: ``confieso que puedo explicar más claramente lo que rechazo que lo que quiero''.
Hablando de frases, adopté para siempre aquella de ``todos somos judíos alemanes'' que la raza francesa aullaba cuando expulsaron a Rudy. Y me quedo también con una pinta que hice con Trovamala, El Tijuana, Eligio Calderón y Arlette en la Facultad de Ciencias Políticas en la UNAM durante el movimiento: ``Y nos levantaremos cuando nos dé la gana'', que amparaba el eterno derecho a la rebeldía y, de pasada, anunciaba que el comité de huelga de aquella facultad ejercía su justa prerrogativa a dormir hasta tarde después de noches de reuniones interminables.
Escribí hace tiempo sobre el 68 un libro en el que quería fijar mi propia memoria, lo ojeo para ver si este festín de la nostalgia que me estoy dando en los últimos días tiene que ver con los viejos recuerdos. Rescato estas líneas del final:
Pero también hay días en que me veo a mí mismo y no me reconozco. Son tiempos malos, en que la noche se prolonga del día lluvioso, el sueño no llega y peleo inútilmente con el teclado de la computadora. Y entonces descubro que parecemos condenados a ser fantasmas del 68. Y bueno. ¿Cuál es la bronca? Mucho mejor Condes Drácula de la Resistencia, que Monstruos Priístas del Doctor Frankenstein o de la modernidad, me digo. Y entonces, saco chispas sin gracia de las teclas, bengalitas, recuerdos que a veces duelen y las más levantan la sonrisa; y añoro aquel sentido del humor, extraño esa perdida intensidad para tener miedo de las sombras, aquella sensación de inmortalidad, ese otro yo de aquel interminable año.
No sólo hay dinosaurios rojos, también alguno que otro pterodáctilo (algo así como la versión con pasado heroico de un zopilote priísta). Estuvieron allí, pero ya no están, ellos decidieron irse.