Luis González Souza
¿Dónde está la intransigencia?
Todo lo que faltaba para complicar el conflicto en Chiapas y frustrar así la transición de México a la democracia, ya está con nosotros: una brutal campaña de desinformación orientada a confundir víctimas con victimarios, patriotas con vendepatrias, solidarios con intervencionistas, demócratas con gorilas, pacifistas con picapleitos, en fin, transigentes con intransigentes. Y sobre tamaña confusión se monta un duelo de ``pacificadores'' con iniciativas que, al embrollar las ya acordadas, solamente se explican por una sed enfermiza de protagonismo, o bien por una impúdica determinación de lucrar con la guerra.
La divisa maquiavélica del ``divide y vencerás'', ahora es reforzada con la del ``confunde y ganarás'', harto parecida a la del nazifascista Goebbels: miente una y otra vez, hasta que la mentira parezca verdad. Ello, acicateado por el trofeo al cinismo: quien más confusión siembre sobre la guerra en Chiapas, más aplausos cosechará.
No queda, pues, más que regresar al a-b-c del conflicto en Chiapas. Sobre todo, a la supuesta intransigencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional por negarse a modificar los acuerdos de San Andrés tal como fueron resumidos en la iniciativa de reformas constitucionales a cargo de la Cocopa. Ambas cosas, fruto de un larguísimo trabajo de debate y consenso, siempre con la incansable y decisiva mediación de la Conai.
Quienes hoy acusan de intransigencia al EZLN, olvidan o esconden muchas cosas. En primer lugar, se olvida o esconde que los pueblos indios ya llevan más de 500 años cediendo --a la buena o a la mala-- un derecho tan elemental como el derecho a ser tratado como humano. Los indios de Chiapas, en particular, ya van para cien años de además ceder los derechos que sí cumplió en otros lugares la revolución mexicana, como los atinentes a la reforma agraria.
Lo único que no han cedido por completo es su derecho a rebelarse contra un estado de cosas virtualmente animalizado para ellos. Por eso se levantaron en armas el 1o. de enero del 94. Y, sin embargo, de inmediato regresaron al sendero de las concesiones: en aras de una solución pacífica, a los pocos días frenaron su levantamiento y se dispusieron a negociar los acuerdos de San Andrés.
En el extremo de la generosidad, volvieron a ceder para sacar adelante tales acuerdos. Inclusive aceptaron la versión incompleta que de ellos hizo la Cocopa. Por ejemplo, la demanda original de los zapatistas en materia de autogobierno consistía en agregar una dimensión regional o por lo menos comunal a las dimensiones de gobierno ya existentes en el país (municipal, estatal y federal). Nada de lo cual fue aceptado. Otro tanto ocurre en la cuestión del territorio a que tienen derecho los pueblos indios. Originalmente se lo demandaba en un sentido jurisdiccional, es decir, incluyendo tareas de impartición de justicia y gobierno.
Lejos de ello, sólo se les concede territorio para el ``uso y disfrute de los recursos naturales'' y sin incluir los que están --muchas veces caprichosa o arbitrariamente-- bajo ``el dominio de la nación''.
¿De qué lado está, entonces, la intransigencia? Tras siglos de marginación y desprecio, a los indios de Chiapas (y de todo el país) ya sólo les falta ceder sus derechos a la protesta y a la esperanza de una vida humana. Aun así, el gobierno insiste en regatearles hasta lo poco que se plasmó en la iniciativa de la Cocopa. Iniciativa que a final de cuentas sólo es un primer paso, y más bien modesto, para garantizar un trato elementalmente humano a los indios y una paz apenas satisfactoria en Chiapas.
Suena salvajemente injusto, pero así es. Ahora hasta el PAN se ha sumado al juego del gobierno, consistente en lanzar nuevas iniciativas que sepulten a la de la Cocopa, y de paso a la supuesta intransigencia del EZLN. Así, mientras la sociedad acrecienta su confusión en torno a los verdaderos intransigentes, avanza --suponemos que con mucha astucia-- el protagonismo más oportunista codo a codo con el peor de los guerrerismos.
A diferencia de la politiquería, la nueva política que se requiere comienza por un mínimo de ética y honradez. Lo prioritario hoy es una nueva política de paz verdadera. Y ésta no se logrará asesinando a la iniciativa penosamente forjada por la Cocopa ni, desde luego, confundiendo la generosidad con la intransigencia.