Además de definir su estrategia de mediano plazo, en las circunstancias de un país en tránsito a la democracia --esto es, una etapa de lucha política, parlamentaria, ideológica, económica, de masas, compleja y promisoria-- en su congreso que inicia el miércoles, el PRD necesita seguramente hacer importantes definiciones: entre ellas determinar su posición, conducta y responsabilidades como partido que gobierna en numerosos municipios y ciudades importantes como el DF, y que aspira al gobierno federal y al poder en el 2000.
En este importante asunto hasta la fecha parece marchar sin brújula, sólo con unas cuantas ideas no compartidas por todos. Seguramente por eso no atina, parece no saber exactamente cómo actuar ante los aciertos o errores de los gobiernos perredistas. Desaprovecha los primeros y guarda silencio o cree que su deber es justificar los segundos. Tampoco qué hacer frente a los ataques constantes de otros partidos contra, por ejemplo, el gobierno de Cárdenas al que tratarán de hacer fracasar a toda costa, lo haga bien o lo haga mal, lo cual finalmente es comprensible y no habría que esperar otra cosa: se preparan para derrotar al PRD.
Pero además de ese y otros temas, en el camino al congreso perredista se ha atravesado un asunto de no pequeña importancia: definir la posición de ése partido frente al pragmatismo que ha sido uno de los lastres más negativos de la izquierda en los últimos 15 ó 20 años. En el afán de combatir los excesos doctrinarios de los decenios anteriores, los socialistas, la izquierda, los demócratas radicales empezaron a practicar el axioma pragmático: lo que es útil es correcto, es verdadero. En política se tradujo de varias maneras: una de ellas, la más reciente: ``para derrotar al PRI, hablaremos hasta con el diablo''.
La propuesta de postular a Ignacio Morales Lechuga como candidato a gobernador de Veracruz, puso en el tapete de las preocupaciones este asunto; tal vez no sólo por la particular trayectoria de quien fue procurador del Distrito Federal y de la República durante el salinato. Esa propuesta desbordó las inquietudes de numerosos cuadros y militantes de ese partido, preocupados por lo que parece ser una orientación en círculos dirigentes: postular a quienes por razones oportunistas rompen con el PRI. Así, priístas de hueso colorado se han convertido, en un abrir y cerrar de ojos, en candidatos del PRD.
La inconformidad con esa orientación no tiene motivaciones principistas --en su significado doctrinal-- o ceguera para entender que en política son necesarias las maniobras, llevar a cabo alianzas, aprovechar las debilidades del adversario, hacer lo necesario para atizar sus dificultades. Nace de la conciencia de que por el camino pragmático se abren de par en par las puertas del partido del sol azteca a todo tipo de manifestaciones de oportunismo político, que cambiarían por completo el perfil y los fines transformadores de este partido. Para éste, ganar elecciones, ocupar posiciones en los gobiernos estatales o incluso alcanzar el poder en los comicios federales, no son fines en sí mismos que justifiquen los pactos con el diablo, sino medio para transformar las relaciones políticas, sociales, económicas. El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas lo planteó en sus dramáticos pero justos términos el sábado pasado: ``si nosotros fuésemos a constituirnos en el vehículo para que al poder llegara el oportunismo y un pragmatismo sin límites, es preferible que el PRD no gane las elecciones del año 2000''.
El asunto es de máxima importancia; no resolverlo correctamente seguirá provocando el desgaste de tal partido. Tiene que ver con su credibilidad y no se reduce sólo a un problema de candidaturas, sean de Morales Lechuga, Monreal o Gamiz, que es su forma tosca de expresión.
En el fondo está el problema de si el PRD, para avanzar, debe admitir el pragmatismo como su ideología, y consecuentemente aceptar los numerosos consejos que le han dado en las últimas semanas Aguilar Camín, Enrique Krauze, el dirigente de la Coparmex y hasta Felipe González, para que se modernice y sea realista. Lo que significa, afirmo yo, aceptar que la política debe subordinarse a los mandatos del mercado y sólo aprovechar los escasos márgenes que éste deja para enfrentar los problemas sociales, esto es migajas, pues el mercado capitalista no va a resolver espontáneamente los grandes problemas del injusto reparto del ingreso, de la pobreza, la miseria, el atraso de millones de mexicanos.