Carlos Marichal
Debatiendo la política monetaria

En reciente artículo en este periódico, Héctor Aguilar Camín ha sugerido la conveniencia de un debate más abierto y realista sobre la política económica en México. La propuesta es saludable porque nos remite a una discusión, que comienza a profundizarse, sobre las consecuencias de las transformaciones industriales y financieras que están sacudiendo a todas las economías del planeta y a las que se ha llamado proceso de globalización.

Lo que no está tan claro es que exista un modelo único de política económica que deba adoptarse en cada país, especialmente si un objetivo fundamental consiste en mejorar la distribución del ingreso. En cualquier programa de desarrollo contemporáneo, sea de izquierda o de derecha, tiende a existir una coincidencia general, en líneas generales, sobre el manejo de variables macroeconómicas, incluido el equilibrio fiscal, metas inflacionarias bajas y un sostenido impulso al comercio exterior. En cambio, es evidente que hay fuertes divergencias en cuanto al nivel de impuestos que deben recaer sobre los sectores adinerados, el porcentaje de gasto público que se destina a educación y salud, la naturaleza de los programas para reducir la pobreza y el nivel del salario mínimo.

En el terreno del gasto público y de los salarios es imposible negar los rezagos que se experimentan en el México de hoy, por lo que no es suficiente resignarse a aceptar las mismas recetas económicas de los últimos 15 años. Existen alternativas y las más claras son las que se aplican en la Comunidad Europea. En Francia, Italia, Alemania o España, por ejemplo, el gobierno ingresa y gasta anualmente entre 45 y 50 por ciento del producto bruto interno (PIB), mientras que en México el gasto público no supera 23 por ciento. Evidentemente, ello implica que en Europa la inversión en educación, salud, pago temporal por desempleo y pensiones es notable. A su vez, el nivel de los salarios no tiende a empeorar, como es el caso de México, sino a mejorar: un obrero alemán bien pagado recibe actualmente salarios y prestaciones del orden de 60 mil dólares al año, al menos quince veces lo que recibe un obrero mexicano.

Todo ello no implica que a corto plazo puedan adoptarse los esquemas económicos y sociales europeos en México, lo cual parecería un sueño guajiro, pero precisamente por este motivo es necesario analizar con sumo cuidado el discurso de la modernización económica, ya que la globalización afecta de maneras muy diferentes a cada nación y a cada región. En muchos casos es cuestionable si un enfoque nacional es el más adecuado y si no conviene prestar más atención a los instrumentos necesarios para impulsar el desarrollo a nivel regional y local. No obstante, las grandes estrategias económicas tienden a imponerse desde el centro a partir de estructuras de poder hacendarias y financieras que no consideran la gran diversidad geográfica ni la enorme desigualdad social en el país. Precisamente allí reside la dificultad en el debate sobre la política económica.