Varias voces se lanzan al aire pidiendo al PRD que cambie su rumbo y camine hacia la capitulación frente al neoliberalismo. Pero este partido no ha realizado una crítica ideológica de la orientación económica dominante hoy en el mundo --aunque bien la puede hacer--, sino una denuncia política.
Las consecuencias de la línea neoliberal están a la vista: crecen los pobres, la distribución del ingreso es cada vez más injusta, se desindustrializa el país, las finanzas públicas están de nuevo al borde la quiebra y el Estado carece de programa social, ente otras calamidades nacionales.
Si el PRD se asimilara al gran dogmatismo neoliberal de finales de siglo --tan fuerte como aquel otro de los estatismos capitalista y socialista-- no tendría sentido su existencia: sus miembros podrían ingresar en el PRI o en el PAN sin el menor cargo de conciencia.
Según los ejecutores del exhorto neoliberal, un gobierno perredista en el país tendría que profundizar el proceso de eliminación total de los restos --polvos de viejos lodos-- del Estado social, para dejar todo en manos del mercado. ¡Ah!, pero la democracia por fin llegaría al país, aunque sin la menor posibilidad de que la mayoría pudiera hacer cambio alguno en las políticas públicas y en la orientación general de México.
Las voces del exhorto reconocen --queriéndolo o no-- que el PRD representa un cambio democrático, lo cual hasta hace poco negaban con todas sus fuerzas; pero, quizá por ello mismo, ahora reclaman que esa democracia --ya posible-- sea despojada de cualquier contenido de carácter social: la decisión de la mayoría debe existir para fortalecer la decisión de las minorías, ¡vaya democracia!
Admitir, por ejemplo, que México debe ser un país que renuncie a la seguridad social para todos, a la educación básica universal, a la desaparición de la pobreza, a la reducción de la jornada de trabajo, al desarrollo de la técnica y la ciencia, entre otros grandes propósitos sociales de ese partido político llamado PRD, equivale a matar la esperanza nacional. El neoliberalismo llegó a México cuando había fracasado el Estado social basado en el viejo estatismo que condujo al país a la corrupción y a la crisis económica endémica.
Quienes se han opuesto a la nueva orientación recibieron tempranamente el calificativo de estatistas y hasta de reaccionarios. Fue Carlos Salinas quien impulsó con mayor fuerza, desde el poder, las campañas tendientes a crear confusión. Su majestad, el mercado, surgió como el eje articulador de una ofensiva que ha conducido recientemente al gobierno a realizar la mayor intervención económica estatal en la historia del país, por más de 45 mil millones de dólares, en la que se han asumido activos privados casi sin valor alguno para ser pagados con fondos públicos.
Todas las operaciones económicas de los gobiernos neoliberales mexicanos han sido catastróficas. No obstante, los exhortantes del PRD le piden a éste que queme sus banderas y admita que el rumbo impuesto al país es el único posible en un mundo globalizado.
Por algún inexplicable motivo, los exhortantes y sus inspiradores suponen que el PRD es proclive al incremento del déficit público, lo cual es absolutamente falso, pero soslayan convenencieramente que el gobierno actual ha llevado al país a un desastre de las finanzas públicas, que se está profundizando con la caída del precio internacional del petróleo.
Ernesto Zedillo hizo una reforma que traspasa a los contribuyentes todo el pago de las actuales jubilaciones y pensiones del IMSS y la mayor parte de los depósitos bancarios hasta 1995, además de los compromisos financieros de los concesionarios de carreteras de cuota: nunca el Estado intervino tanto y tan mal en la economía.
Pero el PRD no caerá en la trampa de negarse a sí mismo. La democracia y el programa social no se encuentran en riña más que dentro del prisma con el cual observan la realidad los panegiristas del dogmatismo neoliberal, falsos e ignorantes neoliberales que juegan el triste papel de engatusadores de incautos.