Cantaba el poeta Miguel Hernández... su canto de muerte.
Barro me llamo aunque
Miguel me nombren.
Cantó el clarín su verdad
de gallo de Dios y plata
para dar
curso en
delirio y calidad
sobre caballos cegados
por amor de
aquellos lodos
porque tenían deber sus dolores
porque han de
morir adrede.
Miguel, torrente de fuerza natural se deslizaba cual ola de fondo o el desbordarse de un río pero, también, como el frescor de la llama de un fuego capaz de acabar con un toro al desenvolver la envoltura de su palabra que mientras más desenvolvía, más a su palabra volvía. Enigmática envoltura la musical palabra de Miguel, diáfana hechicería en mallas de embrujo tejido. Rueca ancestral que en hebras de eternidad es hilatura que nos llegó allende el mar.
Pasión, tañido de cuerdas y palabras que corren cual jaca enjaezada cabalgando por onírica senda, estela de sangre y arena y faralaes al viento que se cubren al enlazarse en roja poesía, en los pliegues cobija de la muerte, que le acecha en los fusiles franquistas hoy desplazados en Chiapas. Voz de lo secreto que no sabía de reglas y cantaba sobrecogido al borde de un abismo de insondable profundidad:
Berrendo en negro lucero
salió cornilargo espanto
bragao pero no
tanto
no tanto como el torero
Debió quedar el toril
triste
apagado vacío
como sin caudal un río
después del parto
cerril.
Palabras de campo bravo y sol candente y aromas que se aspiran en la noche y se convierten en conjuros, en mágica danza bajo misterioso flujo, hechizo y desgana que le trascienden. Palabras de muerte-vida, presencia y ausencia, sin linealidad que invocan lamentos y voluptuosidad en tarde soleada de toros.
Lento, muy lento, muy lento,
como el trapo colorado
como corazón
planchado
entró José en su elemento
Terció en natural de lujo
donde envidió el juego expuesto
Avanzó
el alto testuz
de aquella noche lunera
Casi escarbando la
vera
casi el centro de la luz
Sin alterar la postura
sobre el mármol de su piel
más que torear
José
toreaba una escultura
Sólo giraba su mano
ante aquella muerte fuerte
cuyos intentos de
muerte
siempre resultan vanos
¡Qué manera de mandar!
El toro obediente, fijo
lo mismo que un
padre a un hijo
no cesaba de pasar.
Fuerza musical ``ante aquella muerte fuerte'' que lo atrapaba y cuyos intentos de diferir siempre resultan vanos. Miguel buscaba la muerte para saber de qué estaba hecha.
La escuchaba y oía que le decía: también se vive de muerte y de esta muerte vivía la vida como muerte; la vida-muerte.