Adolfo Sánchez Rebolledo
Pragmatismo a prueba

Mientras Miguel Alemán avanza con paso de triunfador hacia el gobierno de Veracruz, el PRD se enfrenta a una profunda crisis de definiciones que puede relegarlo a un muy segundo plano electoral en ese estado.

Su carta más fuerte para competir en tierras veracruzanas -el procurador Ignacio Morales Lechuga-, quedó virtualmente anulada luego de que el CEN perredista dejó en manos del Congreso la decisión final en este punto. Y aunque todavía no está dicha la última palabra, se ve muy difícil que Morales Lechuga consiga remontar la tardía oposición surgida en la cúpula dirigente (insuficientemente explicada), si bien cuenta aún con el amplio apoyo de un buen número de cuadros a nivel estatal. ¿Por qué no se procedió de la misma forma en los casos famosos de Layda Sansores o Ricardo Monreal, por citar los más sonados? ¿Por qué dejaron correr la candidatura de Morales Lechuga hasta este punto? El PRD habrá de responder a estos interrogantes.

Como quiera que sea, la declaración de Cuauhtémoc Cárdenas rechazando el ``oportunismo y el pragmatismo excesivo'', fue interpretada como una saludable reacción de última hora a las críticas hechas a la candidatura de Morales Lechuga (incluyendo la de los militares encabezados por el general Jesús Esquinga), pero también como un intento de plantear las bases de la estrategia perredista hacia el 2000, asimilando las ventajas que ahora tiene al compartir espacios importantes del poder en todos los ámbitos de la República.

Cualquiera que sea el desenlace, el caso Morales Lechuga ha servido para poner de manifiesto los límites de la política de estimular las llamadas ``candidaturas externas'', mayormente la de priístas disidentes, asumida por el perredismo como la vía privilegiada para aumentar el caudal de votos en estados donde éste es débil, asestando concomitantemente duros golpes al partido del gobierno.

Si bien es verdad que esa táctica estaba rindiendo frutos, sobre todo en entidades donde el perredismo tiene escasa implantación electoral, lo cierto es que al convertirse en una simple válvula de escape en la olla de presión del priísmo, el partido del sol azteca, que había nacido bajo la divisa de ofrecer una alternativa democrática a la hegemonía del ``partido de Estado'', se puso en la riesgosa tesitura de convertirse en una especie de reedición reformada del viejo partido histórico.

Es comprensible y necesario que un partido busque alianzas que lo fortalezcan, restando capacidades a sus adversarios, pero si esa actitud se logra renunciando a los propósitos políticos propios, disolviendo la posibilidad de construir una identidad diferenciada, lo más seguro es un futuro de oportunismo y división.

El remedio a estas asechanzas no puede ser la imposición de ``candados'', menos las prohibiciones morales que de inmediato se esgrimen, sino una abierta y franca discusión sobre la línea del partido, sus fundamentos y objetivos, dejando espacio para reflexionar críticamente -no sólo ideológicamente- sobre el presente y el futuro de México.

Ningún partido serio, repito, puede crecer sin alianzas, pero la idea elemental de que la transición pasa por la destrucción del partido oficial puede ser un dardo envenenado si se toma literalmente. El PRD no puede renunciar a nutrirse de cuadros y corrientes procedentes de otros partidos sin incurrir en un penoso sectarismo, pero es obvio que si las postulaciones de candidatos ``externos'' no responden a genuinas coincidencias, la política deviene en un mero pragmatismo sin principios.

Esa definición de largo plazo, que a muchos resulta innecesaria por ``ideológica'', es todavía más importante por cuanto no tenemos aún un sistema de partidos consolidado porque, en definitiva, las organizaciones políticas de hoy no son definitivas ni tampoco representan a la sociedad en su conjunto que, como sea, busca expresarse a través de la hasta hoy estrecha lucha política partidista.