Alejandro Nadal
Crecimiento sin crédito

La convención de banqueros en Acapulco nuevamente cumplió su función ritual, pero no estuvo acompañada de un análisis riguroso de la banca y la economía mexicana. La banca sigue en crisis, sin cumplirse los objetivos buscados por su privatización: ni aumentó su competitividad ni se abatieron costos ni se produjo un descenso en tasas de interés. Y el costo fiscal de su rescate sigue gravitando de manera onerosa en la cuenta pública.

En 1997 el PIB creció 7 por ciento, pero el crédito fresco se redujo ese año. Es decir, se logró la proeza de crecer casi sin una banca que funcione normalmente, pues la cartera vigente real cayó 8 por ciento (datos de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, CNBV, hasta septiembre de 1997). Por sí solo, ese hecho revela severas distorsiones entre sectores, empresas y regiones en la economía mexicana.

Los datos oficiales sobre cartera vigente total agregan créditos nuevos, y los que están reestructurados bajo los esquemas de UDIs, ADE y Fobaproa, que en sentido estricto no son crédito fresco. La cartera del Fobaproa, por sí sola, representa más del 34 por ciento de la cartera vigente total y otro 19 por ciento corresponde a la cartera reestructurada.

Es decir, de cada peso contabilizado como crédito, sólo 47 centavos son realmente crédito fresco. Un buen análisis de la situación requiere separar la cartera reestructurada de la cartera vigente total.

Si hacemos abstracción de la cartera reestructurada, el crédito fresco cayó 22.2 por ciento a septiembre 1997. Por tercer año consecutivo el crédito fresco cayó de manera significativa: la caída acumulada es de 63 por ciento entre 1995-1997. El crédito fresco en la economía mexicana debe andar alrededor de los niveles de 1992.

Tres problemas caracterizan este panorama. Primero, el raquítico crédito fresco en 1997 fue para unas pocas y grandes empresas (las calificadas como triple A). Las demás empresas que muestran algo de dinamismo, o pueden recurrir a la banca extranjera, o su propia tesorería les permite financiar operaciones. Para las medianas y pequeñas no hubo ni habrá crédito.

Segundo, el costo del crédito nuevo aumentó. Las tasas pasivas (pagadas a los ahorradores) se encuentran en alrededor de 15 por ciento, mientras que las tasas activas (de préstamos) se encuentran entre 35 por ciento-40 por ciento. Es decir, el margen de intermediación sigue aumentando: de 15 puntos porcentuales en 1994 y 17 en 1995, ahora alcanza los 25 puntos porcentuales.

Tercero, persiste la crisis de pagos que agobia a la economía mexicana desde 1993. La cartera vencida aumentó fuertemente el año pasado, pasando de 47 mil 500 millones de pesos a 98 mil 710 mdp. Esto se debió a la homologación con la contabilidad comúnmente aceptada en Estados Unidos y Canadá en el marco del TLC. La aplicación de tales reglas condujo a aumentar el índice de cartera vencida de 7.9 por ciento en 1996 a 12.8 por ciento en 1997. No se trata de un simple efecto contable, sino de la introducción de un sistema que reconoce con mayor rigor la ruina de los deudores. Por esta razón la banca tuvo que aumentar sus reservas preventivas, encareciendo el crédito y reduciendo todavía más la disponibilidad de fondos que podrían ser objeto de préstamos productivos.

En el marco de una política monetaria restrictiva obsesionada por lograr inflación de un dígito, solamente una banca saneada podría generar crédito fresco. Pero para evitar que el problema de cartera vencida renaciera inmediatamente, se necesitaría además redefinir la reforma financiera y poner en práctica una estrategia económica que no pusiera mayor presión sobre los deudores. Como eso es tabú, en este marco de escasez, encarecimiento de la intermediación financiera, mayores recortes fiscales en los próximos meses y una crisis de pagos sin resolver, al flamante gobernador del Banco de México sólo se le ocurrió una genial idea: es necesario apretar el sistema jurídico para que los deudores paguen lo que deben y no se permita que abusen. Todo para la banca, nada para los demás.

Las perspectivas para los próximos dos o tres años no son buenas, ni para la banca ni para los deudores ni para la economía. Si usted piensa que las cosas están a punto de cambiar, y que el crédito a la producción pronto comenzará a fluir, como no conduce a nada cambiar de banco, por lo menos cambie de asesor económico.