La Jornada 12 de marzo de 1998

EL FILOSOFO DEL FUTBOL

Juan Villoro / I Ť Jorge Valdano (Santa Fe, Argentina, 1955) jugó en España con el Alavés, el Zaragoza y el Real Madrid, y conquistó la copa del mundo en 1986, en la inolvidable oncena guiada por Maradona. Como entrenador, sacó al Tenerife del anonimato, llevó al Real Madrid al título y pasó una etapa breve y borrascosa en el Valencia. Su antología Cuentos de futbol y sus libros Sueños de futbol y Los cuadernos de Valdano (que en estos días empieza a circular en México) lo han convertido en el principal escritor-futbolista del idioma. A unos meses del último Mundial del siglo XX, La Jornada se reunió en Madrid con el profeta del futbol ofensivo y del sentido lúdico del juego. ``Si el futbol algún día muere, será de seriedad'', ha escrito Valdano.

Juan Cruz, director de editorial Alfaguara, hizo posible el encuentro y llevó una grabadora ``suplente'' que resultó providencial. La grabadora ``titular'' tuvo que ser sacada del campo. El entrevistado bromeó al respecto: ``Lo malo de tener dos grabadoras es que una registra lo que dices y otra lo que piensas''. A continuación, la ideas de Valdano.

Un gol con delicadeza

-Me gustaría que empezáramos hablando del gol más importante de tu carrera, contra Alemania, en la final de México `86. Hay quienes dicen que fue un gol anotado por la palabra porque la pelota avanzaba con lentitud y tú le gritaste ``¡entrá, entrá!'' para que acabara en las redes.

-La jugada empezó en mi propia área y corrí la diagonal más larga de mi vida para llegar a la pelota. El Negro Enrique me dio el pase y sólo tuve que acomodar la pelota con el pie izquierdo. Fue una carrera de unos 35 metros en donde yo tenía que pensar sólo con la cabeza; no tenía que pensar con los pies porque la pelota ya estaba acomodada. Me gusta imaginarme que en el camino le iba rezando a la pelota, porque de alguna manera entendía que si anotaba iba a ser un poco más feliz todos los días del resto de mi vida. Pero la historia previa es bastante larga. En el partido anterior, contra Bélgica, en la semifinal, yo había fallado un gol indigno, que tuvo muchos efectos secundarios o, como se dice ahora, ``consecuencias no deseadas''; la primera es que ese gol perdido era la comprobación casi científica de que ese equipo era Maradona y otros diez que a veces molestaban. La jugada ocurrió en los últimos diez minutos del partido, muy cerca de la portería de Argentina. En ese mundial mis recorridos eran larguísimos, yo era un delantero con el punto de partida demasiado atrasado, entre otras cosas para liberar a Maradona. Y en esa jugada recorrí toda la cancha rumbo a la portería contraria mientras Diego hacía milagros de los suyos. La cuestión es que cuando me metí en el área de Bélgica, Diego ya había eliminado a dos adversarios y el portero empezaba a salir hacia el costado. Cuando me vio, tiró la pelota hacia atrás y me dejó con toda la portería y sin portero. Yo estaba cansado, la densidad del aire en la ciudad de México hace que la pelota muchas veces salga demasiado rápido, total que le pegué a la pelota fuerte, para asegurarla con el interior del pie, y salió hacia arriba. Hay un primer plano de televisión de esa jugada en donde se me ve muy entero y muy digno (la televisión afortunadamente todavía no mira para adentro porque yo era el tipo más destrozado del mundo), pero lo que sí se advierte es el sonido del estadio que me gritaba con justicia, porque yo acababa de desbaratar un mundo que había armado Maradona previamente. Esto me mortificó hasta el punto de que no pude dormir las dos noches anteriores a la final. Mi compañero de habitación, que era Trobiani y sólo jugó los últimos cinco minutos de la final, se encargó de consolarme. Fue muy generoso en sus comentarios, y me prometí a mí mismo que si en la final fallaba un gol, lo iba a fallar por delicadeza, no por brutalidad, por ser demasiado fino y no por tirar demasiado fuerte como en el partido anterior. Cuando se me presentó esa oportunidad, iba cargado de angustia, y cuando vi que la pelota entraba lentamente, lo interpreté como una revancha que me aliviaba para el resto de mis días y me acordé de Trobiani; por eso lo señalé con el dedo y corrí hasta afuera del campo y abracé a mi compañero de habitación.

-El futbol alemán te parece burocrático, más atlético que artístico, culpable de la ``reconverción industrial del futbol''. Criticas a Alemania con tanta enjundia que es como si siguieras disputando la final con ella.

-La verdad es que siempre he preferido criticar a los alemanes que enfrentarlos. Son aburridos, pero temibles como adversarios. Lo que pasa es que no me gusta el futbol cientificista. Ese es el problema de Sacchi como entrenador. Si el futbol se jugara con robots, Sacchi nos ganaría a todos. Si se jugara sin balón, probablemente también.

-En Los Cuadernos de Valdano le rindes un homenaje a Maradona y terminas diciendo que construimos un Dios cuando solamente se trataba de un hombre. ¿Hubiera sido posible intervenir de otro modo en la vida de Maradona?

-Diego perdió el sentido del límite demasiado pronto; se desentendió de la realidad y como la celebridad impone mucho, nadie se animaba a contarle la verdad. El único sitio en el que Diego se siente auténtico es dentro de la cancha, ahí vuelve a pisar la tierra, vuelve a sentirse débil, vuelve a sentirse niño. En su último partido frente al River, cruzó todo el campo para darle la mano a Ramón Díaz, con el que estuvo peleado en los últimos diez años. Dentro de la cancha Diego es así, recupera el gozo de cuando era chico. Cuando termina el partido, desaparece esa persona y aparece el personaje, intoxicado por el baño de irrealidad que recibe a diario. A mí me sorprendió muchísimo que un día, después del Mundial del 86, Burruchaga me hizo una referencia sobre Diego por algo que había ocurrido y que él no sabía si creer o no. Entonces yo le sugerí que llamara a Diego. Y me dijo: ``¿Hablar con Diego? Si nunca he hablado con él; nunca me he atrevido''. Me asombró que siendo un compañero de la selección y estando además tan emparentado con Diego, porque era el segundo más talentoso del equipo, existiera esa distancia. Yo he estado un poco más cerca de Diego, aunque durante el Mundial del 86 estuvimos un 50% del tiempo peleados, porque en el partido contra Corea me dijo que yo pedía demasiado la pelota y le contesté que así era mi forma de jugar, esas cosas de compañeros de barrio que terminan pasando también en los mundiales. Durante varios partidos estuvimos peleados, nos abrazábamos en los goles, pero después no nos hablábamos. Pero un día lo busqué, le toqué a su puerta y aclaramos las cosas frontalmente. Diego lo valoró mucho, porque le gustaba sentirse igual que los demás de vez en cuando; supongo que necesitaba alguna dosis de realidad. Pero Maradona es un negocio muy grande y los que viven alrededor de él no se animan a hacerle un planteamiento demasiado realista.

-Maradona pertenece al selecto club de los jugadores que ``sólo saben hacer lo más difícil'', según los has definido. ¿Tiene algún futuro como entrenador?

-Diego era demasiado original para poder transmitir un mensaje; no creo que su magia, su prestidigitación pueda ser transmitida. Soy de la idea de que el buen entrenador debe haber sido, si no mediocre, por lo menos claramente imperfecto.

Fui un jugador que tuvo la obligación de pensar

-¿Esto no te descalifica a ti, que fuiste campeón del mundo?

-No, ¡los que a veces me descalifican son los jugadores! Argentina podría haber sido campeona aunque yo no jugara; no se puede decir lo mismo de Maradona. El campeonato ennoblece pero no a todos en la misma medida. DiStéfano y Cruyff no fueron campeones del mundo pero han sido dos de los cuatro mejores futbolistas del mundo. Yo fui un jugador que tuvo la obligación de pensar. Cuando llegué al Real Madrid no tuve problema para ser titular, pero en la segunda temporada aparece Butragueño, luego llega Hugo Sánchez; entonces tengo que modificar mi estilo de juego para ser útil de otra manera, porque el sitio en el que a mí me gustaba jugar empezaba a ser ocupado por otros mejores que yo. Los procesos de adaptación, esa necesidad de tener que pensar para sobrevivir, me han dado la oportunidad de tener cosas que decir. El jugador y el técnico tienen profesiones distintas, su parentesco es más bien lejano.

-Salvo tu breve paso por el Valencia, en los últimos años has trabajado más como comentarista que como entrenador. ¿Te ves ahora más como un escritor que como un practicante del futbol?

-Lo que más me ha gustado es jugar futbol. Creo que soy entrenador para estar lo más cerca posible de la cancha, y escribo para sustituir al jugador, pero nada es más agradable que jugar, incluso que jugar mal. En cuanto a la palabra, prefiero escribir que hablar como entrenador. En la página no hay un guión para mitigar la angustia que genera un partido. En cambio, cada vez que habla, el entrenador tiene que ajustar el mensaje para el aficionado, el jugador, el directivo, el periodista...

-Pero al escribir, seguramente quieres quedar bien con los lectores.

-Yo creo que actividades hay muchas, pero vanidad hay una sola.