Ante la epidemia del virus de inmunodeficiencia humana, todo ha resultado insuficiente y aun los mejores esfuerzos y éxitos dejan irremediablemente una persistente sensación de amargura. La epidemia crece a pesar de los programas, crece a pesar de las campañas, crece a pesar de los publicitados tratamientos y la inquietud que nos agobia se orienta a buscar nuevas fórmulas para mejorar nuestra eficacia. Sin embargo, sabemos de antemano que cualquier éxito será escuálido, y la amargura se torna más espesa y oscura. La epidemia permanecerá entre los hombres por muchas décadas, quizás siglos, y reconocerlo así es importante para comprender que el objetivo es limitar el crecimiento del número de infectados por la disminución del riesgo de transmisión al tener relaciones sexuales. La mejor forma de disminuir este riesgo es usando consistentemente el condón; cualquier desinformación sobre su eficacia desorienta y confunde, resultando en nuevas infecciones que debieron haberse evitado.
Para quienes tienen una educación elemental, es claro que los desarrollos médicos permiten hoy intervenciones espectaculares, y una enfermedad que confirma este punto es precisamente el sida. Si bien los tratamientos con antivirales no son hasta ahora la esperada panacea, sí permiten que los pacientes se mantengan en muy buenas condiciones y actividades normales. Por otro lado, también debería ser claro que las intervenciones para disminuir el riesgo de transmisión han sido efectivas. En 1993, el número de casos por 100 mil habitantes en nuestro país alcanzó su acmé con una tasa de 5.7 por ciento, y desde 1994 se ha mantenido una tasa menor, de 4.6 por ciento hasta 1996, y que disminuyó aún más hasta 3.9 por ciento en 1997, lo que implica que la epidemia se ha estabilizado. Lo anterior no es consecuencia del espíritu santo, sino de los programas de Conasida. ¿Por qué, entonces, seguimos discutiendo asuntos como los que ha traído a colación el próximo ex presidente de la Cruz Roja mexicana? Evidentemente el señor Barroso intenta apoyar la postura de Pro Vida, y el mensaje debe entenderse como un malévolo intento para frenar la campaña que, dirigida por la Secretaría de Salud, se mantiene en múltiples frentes a lo largo y ancho del país, que crece paulatinamente y que ha logrado estabilizar el número de casos en los últimos tres años. Destaca en la campaña la invitación para las familias y los jóvenes a informarse responsablemente y para usar el condón como una de las alternativas de prevención. Otras posibilidades, como sería la abstinencia, deberán ser impulsadas por quienes crean que les pueden ser útiles. Las instituciones responsables de la salud pública deben promover aquellas medidas que realmente pueden disminuir el riesgo y en este caso el condón es la más efectiva, siempre que se utilice apropiadamente.
El señor Barroso fundamenta su opinión comparando uvas con papayas, y concluye con simplismo que el condón sólo tiene una efectividad de 60 por ciento para la prevención del sida. Un análisis como éste sólo tiene dos posibles explicaciones: una muy pobre capacidad intelectual o bien desinformar propositivamente. Siendo el señor Barroso director de un imperio económico, no dudo de su capacidad intelectual, por lo que concluyo que su fin es malévolo. Y ya en el terreno de las comparaciones, es evidente que tener un presidente de la Cruz Roja malévolo es como tener al diablo en la sacristía.