Arnaldo Córdova
El Presidente y su partido
El discurso que el presidente Zedillo pronunció en la ceremonia del 69 aniversario de la fundación del partido oficial es, desde mi punto de vista, el mejor documento político que él ha producido en lo que va de su mandato. Autocrítico y propositivo, el Presidente recordó lo que la nación, según él, le debe a su partido, pero también los innumerables errores, excesos y abusos del poder de que han sido víctimas los mexicanos bajo el dominio priísta. Su idea fue, desde luego, justificar el poder del grupo gobernante, pero también alertar sobre la posibilidad de una pérdida de ese poder en este periodo de transición democrática a la que el PRI no acaba de adecuarse.
Por primera vez en lo que va del sexenio, Zedillo se decidió a hablar como jefe de su partido y no como un presidente que, inútilmente, trata de estar en medio y no comprometerse con posiciones políticas partidarias. En su discurso, el Presidente hizo, desde luego, la apología obligada del PRI, pero fue mucho más allá y elaboró una autocrítica de su partido y del gobierno que ese partido ha sostenido que ningún otro presidente priísta había hecho jamás. Eso es de particular relevancia, porque no se pueden hacer propuestas de reforma o de cambio de un partido sin reconocer abiertamente los errores en que ha incurrido o las lacras de que adolece. Zedillo se atrevió a hacerlo.
Mariano Palacios Alcocer dijo un discurso sin más sustancia que la referente al desafío del 2000. En el mismo no hubo análisis ni autocrítica. Sólo la esperanza de que las cosas vayan mejor en el futuro para el tricolor. El Presidente, en cambio, hizo gala de espíritu analítico. Que el primer ``priísta'' del país lo haga tiene sentido. Es verdad que el PRI fue muy importante en la vida política de México por más de cinco décadas. En él se procesó la vida política de la nación y eso hizo posible que éste fuera un país gobernable. El presidente dijo, con una gran impropiedad, que se trató de una democracia acotada. No hubo jamás una tal ``democracia''. Sólo hubo un autoritarismo abusivo e ilimitado que prolongó demasiado nuestro tránsito a una verdadera democracia.
Está bien que el Presidente recuerde lo que el país le debe a su partido, pero no debe ignorar las críticas que se le han venido haciendo a través de decenios y que no son sólo ``lo intelectualmente aceptado'' o ``lo bien visto en ciertas esferas'', sino hechos que, ahora, él no ha tenido más remedio que aceptar. El régimen del PRI no ha sido bueno en todo y ha sido malo en muchos aspectos. Ese es el punto y es por lo que ahora está en riesgo de perder el poder. ¿Será cierto lo que dijo el Presidente: ``Sabemos ponderar con madurez lo mucho que no se ha hecho y sabemos sumar voluntades y emprender las tareas necesarias para que México se siga transformando''? Yo no lo creo. Yo más bien creo que el PRI y su gobierno no han acabado de ponerse de acuerdo con los nuevos tiempos y que no quieren la reforma de nuestro sistema político.
El mejor pronunciamiento del discurso fue el siguiente: ``Para que el PRI siga jugando un papel fundamental en esa transformación, es preciso que reconozcamos las desventajas, debilidades y fallas que los ciudadanos nos atribuyen, muchas veces con razón y a veces sin ella. Sólo teniendo una clara conciencia de cómo están percibiendo a nuestro partido, podremos contrarrestar lo que son prejuicios y, sobre todo, corregir lo que sin duda han sido desaciertos''. Sí, ése es el verdadero problema del PRI y de su gobierno. Menos mal que Zedillo se hace cargo de lo que la ciudadanía piensa de su partido y llama al mismo a tomarlo en cuenta para trazar su ruta futura.
El Presidente asienta en su discurso que ni su partido ni los regímenes surgidos del mismo han sabido respetar el Estado de derecho. Me parece una confesión importantísima como para echarla en saco roto. Eso es verdad. Y en ello estriba la transformación democrática del país. El Presidente lo dice muy bien cuando afirma que ambos deben responder a las nuevas situaciones con hechos y no con discursos. Ganando el PRI, empero, o perdiendo, no gana ni pierde México. Esos fueron meros recursos retóricos. La nación gana cuando hay una verdadera y auténtica competencia por el poder.
Es bueno que el Presidente se haya decidido, de una buena vez por todas, a ``asumir el liderazgo'' de su partido. El PRI sigue dependiendo del Presidente. Es bueno para todos que el PRI tenga un liderazgo seguro y que no siga transitando como una asociación de grupos muy poderosos que pueden destruir no sólo el tránsito democrático que estamos siguiendo, sino la posibilidad misma de la democracia. En buena hora, señor presidente, que se haga cargo de su partido. Lo único que cabe preguntarnos es: ¿será verdad?