Arnoldo Kraus
Observadores y observados
Mientras que a las voces pensantes del mundo les inquieta Chiapas, al poder omnipotente en México, los juicios sobre el mismo tópico le incomodan. No es el azar, cuando de Acteal se habla, lo que ha motivado las preocupaciones del Parlamento Europeo, de diversas Organizaciones No Gubernamentales en el orbe o aquéllas relacionadas con los derechos humanos. Y tampoco es un acto de ``mala fe'' de nuestro gobierno expulsar a Michel Chanteau, Tom Hansen u otros extranjeros que han hablado de México. Más bien, se les deporta porque sus opiniones incomodan, cuestionan.
A las dismetrías anteriores agrego otro sinsabor, Alejandro Carrillo Castro, comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM), se encuentra preocupado por la visita de José Saramago, y advierte que espera que ``haga buen uso de la libertad y las prerrogativas que le dan los mexicanos'', ya que, ``vendrá a dar conferencias sobre aspectos culturales por lo que espera que lo haga con respeto a las leyes que le permiten entrar al país''. Al menos, por ahora, se avizoran dos escollos. Primero, el escritor declaró antes de venir que no callará sus opiniones políticas porque es su ``derecho y obligación''. Segundo, ¿cuál es el valor de la palabra, del pensamiento, de la escritura? ¿Acaso piensan en el INM que la ceguera y el silencio son obligatorios?
En su Ensayo sobre la ceguera, Saramago escribió: ``Es una vieja costumbre de la humanidad ésa de pasar al lado de los muertos y no verlos'' y, en otra página reflexiona, ``...Y ellos, Lo que vale para ti, vale para ellos, pero es sobre todo a ti a quien quiero. Por qué. Yo misma me pregunto por qué, quizá porque te siento como una hermana''. A Saramago es difícil pedirle que deje de ser Saramago, aun cuando la solicitud provenga de la política mexicana acostumbrada a edificar lo inedificable.
Nuestros comisionados no pueden tampoco solicitarle a los observadores que no vean, ni sugerir a los turistas que vayan sólo a Acapulco --ahí Paulina ya descubrió los hurtos de los gobiernos guerrerenses-- o al Distrito Federal en donde la corrupción e impunidad de los gobiernos previos engendró tal violencia que ya son incontables los visitantes asaltados y vejados. Oaxaca tampoco es ya buena opción. Si bien queda el color de la historia y la tradición, la extrema pobreza lacera la felicidad de la vista: sus hombres dejaron sus tierras y ahora venden y arriesgan sus vidas en Estados Unidos.
El problema no son los extranjeros, ni las misiones internacionales de observadores, ni los Chanteau o los Hansen. No son tampoco los apellidos lo que importa. El brete es lo que se ve. Lo que no puede dejar de mirarse. Aquello que es inevitable e inescapable. Los ojos, en Chiapas, en Oaxaca, en Aguas Blancas, duelen. Es tal la miseria que aun los ciegos ven. No es necesario ser lector de idearios izquierdistas para saber que en Acteal, junto con los 45 cadáveres, el gobierno mexicano despide hedores putrefactos. ¿Cómo pedirle a un pastor después de ver que calle? ¿Qué diría Dios de sus pastores si permaneciesen en silencio ante el dolor de los otros? Las tierras de Chiapas hablan por sí solas. La pobreza, en materia de vivienda, educación y salud, no requiere observadores: ahí está. Verla es suficiente para condenar la amnesia de nuestros gobiernos. Y si las tierras no callan, menos aún las almas de los indios asesinados.
Insisto: el problema no son los ojos de los extranjeros. El maleficio son las inacciones de quienes desde el pedestal del gobierno continúan empantanando el conflicto y culpando al EZLN. El sinsabor no es ni Marcos ni los zapatistas, sino las causas que les dieron nacimiento. Ahora sabe el mundo que existen y que su condición transmuta de mexicanos a desplazados. Esto es lo que ven los observadores: seres humanos convertidos en desplazados. Silencio es complicidad y complicidad es traicionarse a uno mismo. Por eso, no puede exigirse a quien ve que no vea y a quien ha visto la cotidianidad de los desplazados que calle.
El gobierno mexicano se ha enfadado con los extranjeros cuya moral desató ojos y lenguas. Su ira, en lugar de cobijarse en el artículo 33, debería dirigirse a Acteal, a quienes son explotados en Estados Unidos, a los prófugos --los verdaderos-- de Acteal y Aguas Blancas. Acostumbrados a inventar la realidad y enmendar las mentiras, nuestros gobiernos se sienten incómodos por las voces que dicen la verdad y por los ojos cuyo corazón les impide ser ciegos.