La Jornada del pasado domingo lleva en su portada la fotografía tomada al escritor portugués José Saramago en el aeropuerto, al hacer los trámites de su ingreso a México. La imagen lo muestra un tanto desconcertado, lo que permite una doble especulación: 1) Saramago, que a su talento suma modestia, se pregunta por qué lo fotografían a él, un hombre dedicado a su trabajo; 2) El escritor ve la cámara y piensa si el fotógrafo trabajará para la prensa o para un organismo del Estado.
La especulación nace en un conjeturable incidente anunciado. Antes de partir de Lanzarote, isla del archipiélago canario donde vive, Saramago expresó su intención de visitar Chiapas: ``Considero un deber moral conocer directamente la realidad que vive un pueblo que lleva soportando cinco siglos de crímenes y torturas, las que se han recrudecido frente a sus justas protestas''. El escritor portugués insistió en la necesidad de actuar contra esa injustificable situación, y a la hora de precisar quiénes son los responsables, respondió: ``El Estado y el capital''. Por su parte, un alto funcionario de Gobernación expresó su esperanza de que el escritor ``haga buen uso de la libertad y las prerrogativas que le dan los mexicanos''.
Saramago viene invitado para participar en el XIV Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México. Es un fuerte candidato al premio Nobel y uno de los escritores más inteligentes y honestos que la literatura puede mostrar al terminar el siglo XX.
Sus obras conocidas son Manual de pintura y caligrafía, Alzado del suelo, Memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis, La balsa de piedra, Historia del cerco de Lisboa, El evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres.
La mayoría de esas obras circulan en México en ediciones españolas. Entre las aún inconseguibles figura su polémico El evangelio según Jesucristo, donde Saramago nos muestra un Jesús atormentado por su propio pecado original. La novela se desarrolla a partir del texto biblíco en que un ángel avisa a José de la matanza de niños dispuesta por Herodes. José huye, con María y Jesús, y el mesías se salva. Saramago reflexiona sobre la insolidaridad de la anécdota. ¿Cómo es posible que José no haya sido capaz de avisar a sus vecinos para que pusieran a salvo a sus hijos?
Versado en historias de iglesia, este comunista de 75 años que no reniega de sus ideas, relata en Memoria del convento la ``negociación'' realizada bajo el signo de la fe entre don Juan V de Portugal (1706-1750) y la jerarquía católica-franciscana, según la cual una revelación divina permite asegurar que el rey tendrá lo que más desea, hijos que den continuidad a su reinado, si levanta un convento franciscano en la villa de Mafra, asunto que la orden persigue desde 1624. Junto a esta historia se desarrolla la de una pareja del pueblo, Baltasar Sietesoles y Blimunda, quienes acompañan al padre Bartolomé Lourenso en su invención de una máquina voladora, mientras la Inquisición lo persigue para quemarlo.
La falta de espacio interrumpe la labor propagandística que el entusiasmo por la obra de Saramago despierta en este lector. Volvamos al principio, entonces Saramago ha descubierto que el éxito alcanzado en los años recientes ha logrado el milagro de que lo escuchen cuando habla. Puede asegurarse que será interesante estar ahí cuando lo haga.
Por ciertas jugarretas sincrónicas que a veces ocurren, mientras el escritor portugués volaba a México, los televidentes de canal 2 (Detrás de la noticia) veían y escuchaban a Mario Vargas Llosa, quien recordó su frase sobre México, país al que una vez calificó de ``dictadura perfecta'', mostrándose contento de que ya no lo fuera.
Dos miradas, de dos grandes escritores, políticamente muy distintos. Y este país al que, por Chiapas, mira todo el mundo. ``Donde va el escritor, va el ciudadano'', explica Saramago.