Miguel Barbachano Ponce
Dios y el diablo en el cine

Sería imperdonable no recordar durante esta cuaresma la presencia de Cristo y de Satanás en el cine. Si la memoria no me es infiel, Francia ha ``resucitado'' al nazareno en los lienzos ocho veces a partir de cuatro brevísimos filmes mudos realizados en 1897 con el título de La pasión, de los hermanos Lumire, más otros tres, también silenciosos, a cargo de Zecca, Melis y Jasset años 1902, 1903 y 1905, respectivamente, hasta La vía láctea (1969), de Luis Buñuel.

Ahora bien, fue el ilusionista, mago y cineasta parisino Georges Melis quien primero otorgó existencia cinemática a Satanás. Bástenos citar a Le manour du diable (1896) y Les 400 forces du diables (1906). La católica Italia sólo cuatro veces ha transvasado las imágenes de Jesús: Chrisus (1917), de Giulio Angamaro; Poncio Pilato (1961); El evangelio según San Mateo (1964), de Pier Paolo Passolini, con Enrique Ivazoqui encarnando en el celuloide al nazareno, e Il messias (1976), de Roberto Rossellini.

Si Ivazoqui es hasta ahora considerado la encarnación más perfecta del salvador, Benjamin Christensen, el cineasta y actor danés que rodó y protagonizó --entre 1918 y 1921-- La brujería a través de los tiempos, cinta retacada de aquelarres, es, a mi entender, el demonio por excelencia. Infernal creación, que años después, Christensen, ya instalado en Hollywood, repitió en The devilfis circus (1926) y Seven foot prints to Satan (1929).

Pero no abandonemos Hollywood, porque es precisamente aquel espacio el que ha reproducido más veces en el celuloide la vida y pasión de Cristo. Desde una inicial Passion (1897), financiada por la Casa Lubin, y otra de idéntica factura Del pesebre a la cruz, protagonizada por Robert Henderson --primer actor estadunidense que otorga carne y sangre en los fotogramas al mesías-- pasando por Intolerancia (1916), de D. W. Griffith, sin olvidar Rey de Reyes (1927), de Franco Zeferelli, hasta La última tentación de Cristo (1988), de Martin Scorsese.

Entretanto, en Escandinava, Carl Th. Dreyer creó Blade of Satans bog (Hojas del libro de Satanás), retablo de cuatro episodios que muestra las diabólicas mañas desplegadas por ``aquél''.

México es el único país hispanoparlante cuya cinematografía ha tratado la historia del galileo. Contexto trágico que comienza con un filme dirigido en 1942 por José Morales, Jesús de Nazaret. Tres años más tarde, Miguel Contreras Torres hace referencia a la vida amorosa de Jesús a través de María Magdalena y Reina de reinas.

Por el contrario, Miguel Zacarías presentó a Cristo en la pantalla como niño en Jesús, el niño Dios, como hijo de familia en Jesús, María y José, y como redentor en Jesús, nuestro Señor. La trilogía data de 1969 y fue realizada a todo color.

Unicamente nos falta citar El mártir del calvario, protagonizada por Enrique Rambal y dirigida por Miguel Morayta, y El proceso de Cristo, de Julio Bracho. Hagamos ahora referencia a las películas que nuestra industria ha dedicado a Satanás.

En una inicial instancia surge la figura de Andrés Soler protagonizando un personaje infernal en Un día con el diablo (1945), de Miguel M. Delgado. Súbitamente recuerdo a otro Soler, en este caso Julián, director de Satanás de todos los horrores (1972), transplante de un cuento de Edgar Allan Poe al México del siglo XIX.

Continuemos en el pasado para reencontrar en la época virreinal a un demoniaco espadachín, cuya misteriosa existencia trasladó al celuloide Fernando de Fuentes, en Cruz diablo (1934). En nuestros días, la presencia del demonio ocupan un espacio ardiente de la cinematografía estadunidense.

Bástenos citar The exorcist (1973), de William Friedkin, que nos habla de una niña de 12 años (Linda Blair) poseída por Satán; The omen (La profecía, 1976) de Richard Donner en cuyo contexto entendemos la acción del mal en la Tierra, y Jason goes to hell (El infierno de Jason (1993), de Alan Marcus, que nos estremeció con el crepitar de sus leños demoniacos.

Para terminar esta incompleta presentación de Dios y el diablo en el cine, únicamente me resta citar Jesús de Montreal (1989), del cinedirector canadiense Denys Arcand, que viene a ser la última transcripción a los lienzos de la presencia de Cristo en nuestro endemoniado planeta azul.