Los centros históricos de La Habana y México quedaron hermanados el sábado pasado, gracias al acuerdo firmado por el presidente de la Asamblea Provincial de Cuba y el delegado en Cuauhtémoc. Con este convenio, señaló el funcionario mexicano, se podrá tener ``un intercambio de experiencias y perfeccionar los programas de preservación que se aplican en ambos lugares''.
Estas dos zonas monumentales fueron incluidas por la UNESCO en la Lista del Patrimonio Mundial en 1982 y 1987, respectivamente. Están insertas --con situaciones políticas distintas-- en la problemática social, económica y urbana que aqueja al patrimonio cultural latinoamericano, y que repercute lo mismo en el deterioro de la calidad de vida de la población, como en el abandono y destrucción de numerosos edificios. Dicho deterioro está asociado a diversas causas, como la pobreza generalizada de buena parte de la población que vive en ellos; utilización masiva de áreas para la economía informal; ausencia de mantenimiento de inmuebles; presión especulativa y carencia de formas de participación democrática; además, de la decadencia de la capacidad productiva instalada. Pero el caso mexicano es bien conocido, así que vale la pena comentar el cubano.
La Habana vieja, fundada en 1519, abarca el área comprendida entre la traza original de sus demolidas murallas (hoy calles Monserrate y Egido) y el malecón con sus fortificaciones de Los Tres Reyes (El Morro) y San Salvador (La Punta). Conserva todavía una sugestiva mezcla de construcciones barrocas y neoclásicas, al lado de un (cada vez menos) homogéneo conjunto de casas habitación de gran sencillez, con portadas de estructura simple a base de pilastras sosteniendo entablamentos. Muchas destacan por el uso de la madera en techumbres a base de alfarjes, puertas, ventanas y enrejados. Ahora habitan allí cerca de 70 mil personas en condiciones económicas, sociales y de vivienda precarias.
El muestrario de arquitectura religiosa que alberga es pobre en comparación con otras regiones de América, siendo su mejor ejemplo la antigua iglesia de los jesuitas, situada en la Plaza de la Ciénega, desde 1792 catedral de La Habana, sin olvidar la iglesia del Espíritu Santo y los conventos de Santa Clara (hoy Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología), San Francisco, Santa Catalina, San Agustín y San Francisco de Paula. Las obras oficiales están representadas por la Casa de Correos y la de Gobierno, la ``más lograda'' del barroco cubano, incluido el Capitolio, ``paradigma'' en la arquitectura regional. En cuanto a edificaciones civiles, hay muchas de tipo gaditano que ostentan ricos encuadramientos de vanos, puertas y ventanas, como las del marqués de San Felipe y la Casa de la Obra Pía.
Cuba creó en 1963 la Comisión Nacional de Monumentos, que inició el estudio integral del Centro Histórico habanero, a fin de realizar paulatinas intervenciones en áreas coincidentes con las cinco grandes plazas de la zona: de la Catedral, Vieja y de Armas, además de las de Cristo y San Francisco. Las dos fortalezas coloniales se conservan en buen estado, habiéndose concluido los trabajos de rescate del castillo del Morro a principios de los años noventa. Los criterios técnicos de restauración empleados --señala Marta Arjona, presidenta del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural-- ``están basados en estudios, experiencias y conclusiones que van desde la Carta de Atenas hasta la Declaración de Oaxaca'', es decir, las normas internacionales que rigen la conservación mundial del patrimonio cultural.
Sin embargo existen muchas áreas, dentro de las 142 hectáreas del Centro Histórico, que requieren mayores acciones de rescate, ya que de las mil 38 viviendas existentes más de 40 por ciento están en mal estado. La Habana ``que hoy fotografían los visitantes de paso --escribe Eliseo Alberto-- es una ciudad rota (donde) las fachadas se derrumban con las lluvias de mayo y los ladrillos se ablandan con los vahos del salitre''. En su auxilio acudieron organismos internacionales como el Instituto de Cooperación Iberoamericana y la Junta de Andalucía, que invirtieron en restaurar fachadas y edificios del malecón, entre la calle Belascoain y el Paseo del Prado, además del convento de San Francisco.
Al margen de asuntos políticos, no hay que dejar que La Habana vieja, una de las más hermosas ciudades del Caribe, se venga abajo ni que, por consiguiente, su memoria ceda.