La Jornada 10 de marzo de 1998

Estructura paramilitar tiene el narco en Tepito

Elia Baltazar Ť En Tepito el narcotráfico funciona a partir de una estructura paramilitar en la que se reconocen jerarquías y poder mediante el uso de cintas de color al cuello, escapularios o tatuajes, que bien podrían emular a las insignias militares.

En las organizaciones del tráfico de droga, el primer nivel, el más bajo, lo ocupan los distribuidores menores, o conectes, seguidos por aquellos que se encargan de ventas mayores y de transportar cargamentos a otros puntos de la ciudad. Después vienen lo que podrían llamarse cobradores de confianza y los vigilantes y, por último, diversos niveles de lugartenientes.

Se trata, pues, de las claves y códigos que visten al crimen organizado del barrio, en el que participan muchachos entre los 14 y 20 años, quienes portan armas de grueso calibre a la vista de los transeúntes. No es extraño encontrarlos en la calle de Tenochtitlán, ante las puertas de viejas vecindades, con una Uzi en las manos. Una generación de jóvenes envuelta en el círculo del consumo y tráfico de drogas.

La voz del barrio sabe quiénes son y dónde están. Lo mismo en Tenochtitlán que en Jesús Carranza, en Libertad y en Aztecas, así como en la zona conocida como Los Palomares, allá por Peñón y Constanza.

Un listón de color al cuello, un tatuaje y hasta el número de escapularios que traen consigo los identifica como parte de los ejércitos de la droga, su jerarquía dentro de la organización y el terreno que les pertenece. Así se reconocen, marcan territorios y zonas de influencia.

Pero el terror obliga el silencio de los habitantes del barrio y constata la efectividad de la violencia, que el año pasado dejó más de 45 muertos en las calles de Tepito; casi uno por semana, según cifras de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF).

Nadie sabe a ciencia cierta el número de bandas de narcotraficantes que operan en ese lugar, pero cuatro son las que se señalan como las más importantes. Una de ellas es la del Paparín, capturado recientemente. Sin embargo, dice la gente, ``lo agarraron a él y al Oscar, pero difícilmente podrán dar con los demás''. Lugartenientes y tropa que se mueven por todo el barrio protegidos por el silencio de quienes los conocen y les temen.

Los miembros de estas organizaciones se identifican con listones blancos, azules, amarillos y rojos. Hay quien lleva en el brazo el tatuaje de un dragón o de San Judas Tadeo.

La venta

Sobre el Eje 1 Norte Mosqueta, sentados en las banquetas, a un lado de los carritos de fruta fresca y chicharrones, a la espera de algún cliente, se mira a los muchachos de pinta punketa siempre armados. Son los burros, camellos o conectes, dedicados a la venta menor.

Así empiezan en el negocio para ganar unos 500 pesos a la semana, por distribuir crack, heroína y cocaína, principalmente. La moda actual, se explica, es la cocaína líquida, mezclada o pura, lista para inyectarse o beberse. Los interesados en los productos tienen que dar varias vueltas, acercarse descuidadamente y esperar a que el conecte llegue a él.

``Saben quién viene a eso, porque se la pasan dando vueltas por los puestos o en el mercado y no compran nada, nomás miran a su alrededor. Otros ya vienen con una cita, cuando se trata de cargamentos mayores''.

En el negocio, dicen los vecinos, también están implicados los comerciantes ambulantes, a veces obligados y otras por interés. ``Aquí o le entras o le entras y mejor te prestas a la buena''.

Las grapas de cocaína podrán encontrarse entonces en casetes piratas o en las cajas de videos especialmente seleccionadas. Casi siempre dentro de películas pornográficas. Y son los comerciantes quienes las distribuyen bajo la vigilancia de otros jóvenes de mayor edad y jerarquía, quienes muestran de uno a cinco escapularios, según el tiempo que han trabajado dentro de la organización. ``La economía informal sirve de tapadera de la economía subterránea del narcotráfico'', dice los vecinos.

La actividad y a veces la vida de los jóvenes dedicados a la venta de droga es muy corta, no sólo por la violencia, sino por seguridad. ``Los conocidos como burros tienen que ir rotándose, porque no deben ser vistos mucho tiempo si no son fácilmente identificados''.

A otros, en cambio, les gana la ambición y huyen con el dinero de la venta, pero nunca tardan en encontrarlos. ``La mayoría de las ejecuciones en Tepito se debe a ajustes de cuentas por traiciones de este tipo y casi siempre las llevan a cabo aquéllos que fueron sus amigos. Es una prueba de lealtad al negocio''.

No obstante, serán su desempeño, fidelidad y violencia las capacidades consideradas a la hora de los ascensos, lo que significa mejores armas, responsabilidades mayores y por supuesto más dinero. ``Hablamos de entre mil y 2 mil pesos a la semana, o más''.

Los que han avanzado en la organización también habrán de desempeñarse como guaruras de los jefes y cumplir con ``los trabajitos especiales''. En Tepito, un asesinato a sueldo se cotiza entre 10 mil y 40 mil pesos.

Tierra de nadie

Así, pues, la violencia es hoy el signo del barrio. No es difícil encontrar a los jóvenes que llevan consigo armas de grueso calibre a la vista. Con una pistola en el pantalón o una Uzi en las manos, permanecen frente a los portones de viejas vecindades y las llamadas viviendas de renovación popular, donde la gente sabe que hay bodegas de droga.

``Tepito se ha convertido en tierra de nadie, sobre todo por las noches, cuando ni siquiera quienes hemos vivido aquí siempre podemos salir''.

Los vecinos señalan a los agentes de la Policía Judicial Federal (PJF) como responsables directos de la distribución de droga en el barrio de Tepito. ``Llegan por la noche a dejar los cargamentos, mientras los de la preventiva se encargan de cubrirlos''. Además, dicen, los patrulleros adscritos a la zona reciben cada noche un sobre con dinero para proteger las transacciones.

Es ridícula, opina la gente, la cantidad de cocaína confiscada en los operativos especiales y eso se explica sólo por la relación que existe entre las bandas y los judiciales. Actualmente, el narcotráfico en Tepito ya no sólo es actividad de jóvenes y delincuentes. En él participan familias enteras que viven de esta actividad. ``Las casas y viejas vecindades se han convertido en los principales puntos de venta. Y ya es común ver a los abuelos, padres y hermanos despachando''.

La voz de un especialista explica: ``Tepito se ha convertido en un laboratorio socioeconómico del crimen organizado. Aquí encuentran el mejor caldo de cultivo, entre los jóvenes que sólo aspiran a ganar un salario mínimo o vivir como comerciantes''. Se trata, dice, de una generación perdida de muchachos que nacieron y crecieron entre 1985 y 1995, entre la crisis y la violencia de la pobreza, quienes viven en los multifamiliares de interés social, tan propicios para desarticular el núcleo familiar.