José Steinsleger
Después del 8 de marzo

¿Qué pasaría en una ciudad si las mujeres declarasen una semana completa de brazos caídos? Sin duda, asistiríamos a un espectáculo interesante: el incremento exponencial de los ``crímenes pasionales'', el colapso en todos los niveles de la actividad económica y la gritería de los predicadores, laicos o religiosos, anunciando en cada esquina el fin de los tiempos. En proyección mundial, el cuadro haría de las guerras, las revoluciones violentas y la debacle del sistema financiero un problema menor en tanto las autoridades se verían obligadas a movilizar ejércitos enteros para poner orden en las kilométricas filas de hombres ansiosos de atención psiquiátrica urgente. En el pliego de peticiones de las insurrectas, el punto primero y final tendría carácter irrenunciable, sin lugar a ``diálogo'': la subvaloración del trabajo femenino.

Las mujeres reciben actualmente el 10 por ciento del ingreso y poseen el uno por ciento de la riqueza mundial como recompensa por hacer las dos terceras partes del trabajo que hacen los hombres. En América Latina, donde aportan más del 50 por ciento de los ingresos en la mitad de las familias de pequeños productores y el 30 por ciento del ingreso de los hogares, el ``descubrimiento'' del trabajo doméstico y los debates acerca de su interpretación en un marco de economía política fue consecuencia de la crisis de la oferta de los ``servicios invisibles'' en los hogares, donde las mujeres empezaron a cuestionar la ``naturalidad'' de sus responsabilidades.

En el tercer mundo, las mujeres producen más de la mitad de los alimentos que se consumen, pero tienen menor acceso a los medios de producción. Además, por el mismo trabajo reciben la tercera parte del salario masculino. El pretexto es que las mujeres poseen una educación inferior. Mas posiblemente, la preferencia para que los varones culminen sus estudios escolares se origina en el interés masculino para que ellas se incorporen más temprano al trabajo.

Salvo matices, la situación es similar en todos los países. Ante la demanda de las mujeres, el contrataque tiene lugar en el terreno de los salarios. En los países ricos, por ejemplo, los hombres que apoyan la legislación sobre igualdad de derechos soslayan que las mujeres reciben el 60 y 70 por ciento de los salarios de los hombres. Inclusive en los países nórdicos, donde gracias a una legislación social avanzada se ha instaurado el trabajo a tiempo parcial, las mujeres sospechan que la medida fue aplicada para mantenerlas alejadas de los centros de decisión.

El llamado a ``la integración de la mujer al desarrollo'' ha sido utilizado por los organismos financieros internacionales para satisfacer sus propios fines. Muchos economistas consideran que la productividad de la mujer estaba siendo ``desperdiciada'', al conducirse por canales informales, inexplotada e ignorada por el mercado mundial. Es decir que la productividad de la mujer sólo existe en relación a su valor de mercado, simples ``recursos'' de la economía internacional.

El Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) han dedicado espacios a analizar y difundir la condición de las mujeres y la participación activa en la producción de bienes y servicios, el comercio, el manejo de los recursos naturales y hasta el trabajo doméstico y el cuidado de niños y ancianos.

El BM, por ejemplo, afirma que ``ningún país puede darse el lujo de subutilizar a más de la mitad de sus recursos humanos''. Por lo que fascinados con las potencialidades de esta mano de obra barata han ``descubierto'' que las mujeres son capaces de generar ingresos en situaciones impensables: ``...llevan al hogar todo el dinero que reciben, no ponen exigencias, son pacientes, ahorrativas, en fin un sector de la sociedad en el que vale la pena invertir''.

¿Implica esto una posición de igualdad o disfraza el equilibrio de poder inherente a las transferencias condicionales de dinero, tecnología y educación? La lógica financiera revela que la división sexual e internacional del trabajo queda fuera de duda. Así, el mayor acceso de la mujer al empleo remunerado puede suponer una mayor explotación, pobreza y distorsión social en la que la noción de ``crecimiento económico'' equivale a que la mujer siga defendiendo por omisión los privilegios patriarcales.