En el gobierno federal se ufanan de haber recuperado la iniciativa política en Chiapas. Olvidan mencionar que las acciones que han tomado, aunque hablen de paz, conducen al país al abismo de la guerra.
La ofensiva gubernamental en marcha no pretende resolver las causas que originaron la insurrección de enero de 1994 sino derrotar a los zapatistas. No busca reinstalar la negociación política (en la que el presidente Zedillo, según declaró al diario The New York Times, no cree) sino sentar a la dirección del EZLN para ``tomarse la foto'' y fingir ante la opinión pública internacional que el conflicto está en vías de solución. No busca distender el conflicto sino escalarlo. No quiere la paz sino preparar la guerra.
A despecho de su propia coherencia (el secretario de Gobernación declara un día una cosa y a la semana siguiente otra completamente distinta), o de rebajar el nivel de sus funcionarios (el comisionado gubernamental para Chiapas funciona, para efectos prácticos, no como un negociador sino como un locutor que anuncia ante los medios las políticas decididas por otros), la Secretaría de Gobernación se ha lanzado de lleno a enturbiar, aún más, el ambiente político. Como no puede convencer a la opinión pública sobre la justeza de sus planteamientos se ha esmerado en confundirla. Quieren pintar de gris-sucio los colores del arcoiris que anuncia el follaje de la Lacandona.
A los requerimientos de un debate nacional lanzados por el dirigente nacional del PRD, Andrés Manuel López Obrador, Gobernación respondió con la soberbia de quien no tiene razones pero posee fuerza suficiente para evadir sus responsabilidades. Ante la falta de argumentos, Francisco Labastida ha contestado plagiando el lenguaje de los zapatistas. Ante la ausencia de propuestas para hacer la paz, el gobierno federal ha decidido sepultar la preocupación ciudadana por lo que sucede en Chiapas con un alud de declaraciones que no dicen nada. Las estaciones de radio de la ciudad de México y las conferencias de prensa dominicales se han convertido en campo predilecto de la batalla gubernamental por confundir a los mexicanos.
Quien piense que la guerra fría desapareció con la caída del Muro de Berlín se equivoca. Ha resucitado en nuestro país, por obra y gracia de la acción oficial. Véase si no, la ola xenofóbica anunciada desde el discurso presidencial en Kanasín, Yucatán, el pasado 23 de enero. Véase cómo se expulsó al párroco de Chenalhó, Michel Chanteau, y se organizó en su contra una campaña de tintes macartistas, que incluyó supuestos datos sobre su vida personal. Véase la presión que se ha desatado en contra de los medios de comunicación independientes. Véase la cantidad de calumnias y mentiras que se han echado a caminar en contra de periodistas y líderes opositores.
Es la guerra fría que busca aislar al zapatismo de sus simpatizantes urbanos, la que trata de desmoralizar la creciente dignidad ciudadana, y que prepara, simultáneamente, el camino a la otra guerra, a la que busca, a la brevedad, descabezar a las comunidades rebeldes.
La guerra fría que abre el camino de la otra guerra tiene dos plazos. El primero es el inicio del próximo periodo ordinario de sesiones de la Cámara de Diputados. El segundo es el comienzo de la temporada de lluvias (alrededor de mayo) en Chiapas. Si el gobierno escaló el conflicto con la intensidad que lo hizo a partir del 5 de febrero fue porque su estrategia está atravesada por estas dos fechas. Necesita, primero, aprobar su iniciativa de reformas sobre derechos y cultura indígena, para después, con una ``justificación legal'', pasar a las acciones militares directas en contra del EZLN. Pero éstas se dificultan en temporada de lluvias.
Mientras ese momento llega, debe seguir hablando de que busca una salida pacífica e intensificar, simultáneamente, la guerra fría. Necesita desvirtuar el poder de la palabra, minando la vía del diálogo.
Más claro, ni el lodo...