Resulta relevante analizar el discurso que el presidente Zedillo pronunció con motivo del 69 aniversario de la fundación del PRI.
Junto con una explicación precisa y rigurosa de las etapas históricas que el partido ha recorrido y de sus innegables aportaciones a lo largo de dicho proceso, el Presidente fue autocrítico con respecto a lo mucho que no se ha hecho, lo que se ha hecho mal y lo que falta por hacer: ``Sabemos asumir las insuficiencias de lo realizado y aun las desviaciones que ciertamente han existido. Sabemos ponderar con madurez lo mucho que no se ha hecho y sabemos sumar las voluntades y emprender las tareas necesarias para que México se siga transformando'', dijo el Presidente de la República.
Una autocrítica tan profunda difícilmente se recuerda y menos después de iniciado el tercer año de gobierno.
En la revisión de lo que correspondió al PRI llevar a cabo durante los años en que ha detentado el poder político, por las circunstancias que vivía el mundo, por las características de la sociedad mexicana, por los saldos del proceso histórico que nos condujo a realizar lo que hemos logrado, el Presidente fue categórico al expresar: ``...es preciso que reconozcamos las desventajas, debilidades y fallas que los ciudadanos nos atribuyen, muchas sin razón y muchas veces con ella''.
Es necesario que el gobierno surgido del PRI sea un buen gobierno y que este partido sea el primer vigilante para evitar las fallas que, en sus mismas palabras, definió como ``la satisfacción de los intereses de algunos grupos (que) demeritó la aplicación irrestricta de las normas; el interés particular y hasta la ambición personal atropellaron el interés general y la observancia del derecho''.
¿No es esa una expresión política por la que muchos priístas lucharon, y que su no aceptación los llevó a abandonar sus filas? ¿No es esa la causa de muchos otros que estamos en el Partido Revolucionario Institucional, para impulsar los cambios que lo pongan a tiempo con el momento que vive la nación?
Así, una gran parte de quienes militamos en el partido, estamos decididos a erradicar, para siempre, las conductas que tanto nos han costado, conscientes de que la lucha política que se vive y la que se avecina en el 2000 sólo tendrán plena explicación si se traducen en elecciones limpias e inobjetables en las que México gane, cualquiera que sea el partido victorioso. Quienes estamos por el cambio, estamos dispuestos a hacer lo que nos corresponde para que el PRI sea capaz de renovarse y fortalecerse hacia el siglo XXI.
Ojalá no sea la intolerancia o la descalificación sin propósito las que prevalezcan; ojalá que no volvamos atrás a esa democracia acotada de la que estamos terminando de salir, y lo hagamos por la incapacidad política para valorar cabalmente las palabras presidenciales y entenderlas como la expresión más profunda de la convicción, del compromiso, del privilegio de las ideas, del jefe de Estado.
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