La Jornada 9 de marzo de 1998

Felipe González, por redimensionar la soberanía

Luis Hernández Navarro /I Ť Cerca ya de cumplir 56 años, sin edad, según él, para escribir sus memorias pero tampoco para perderla, Felipe González, ex presidente del gobierno español y dirigente de la Comisión del Progreso Global de la Internacional Socialista, sigue siendo un personaje polémico y de polémicas.

Hace apenas unas semanas, Luis María Anson, monárquico militante que hoy desempeña un papel clave en Televisa España, informó a la revista Tiempo sobre una conspiración para derribarlo del gobierno. Las declaraciones levantaron una densa polvareda tanto en los medios de comunicación como en el mundo de la política, y alentaron la reflexión acerca del estado de salud de las instituciones democráticas españolas y sobre el ex presidente del gobierno.

Desde Madrid, en entrevista exclusiva para La Jornada, Felipe González habla sobre los retos de la socialdemocracia, los desafíos de la globalización, la situación política española, la transición mexicana (la masacre de Acteal incluida) y el futuro del dirigente de la Internacional Socialista.

Los retos de la socialdemocracia

Felipe González me recibió en sus oficinas de la Comisión de Progreso Global de la Internacional Socialista. Después de las presentaciones de rigor, le pregunto: ¿Qué queda hoy de la socialdemocracia después de que sus dos grandes paradigmas, el pleno empleo y las redes de protección social, han entrado en crisis?

Sin hacer pausa alguna, buscando ganar desde el comienzo los ritmos y los tiempos de la entrevista, señala: ``No sé si esos eran los paradigmas de la socialdemocracia, o si ellos eran la forma de expresar un momento del pensamiento de ésta. Vivimos el fracaso y la caída del modelo comunista. Esto afectó a las conciencias de muchas gentes. Lo que realmente está en crisis es la pretensión de que había modelos alternativos. A un modelo de economía abierta al que llamamos capitalismo se le oponía un modelo de economía cerrada alternativo. La socialdemocracia nunca estuvo en esto. Estuvo siempre en compatibilidad con el mercado. Lo que me preocupa es que del hecho de que existan algunas respuestas que hayan fracasado no se desprende que no sigan vigentes las preguntas. La gran aventura del pensamiento humano progresista es la de buscar las respuestas sin pretender que sean sistemas cerrados que duran para siempre. No es el paraíso, es siempre un camino, una nueva brecha, un espacio. La socialdemocracia ha luchado, lucha y luchará por mejorar la condición de vida del ser humano y esto depende, en la sociedad en que vivimos, de eso que llamamos, a mi juicio equivocadamente, Estado de bienestar --y que sería más preciso llamar sociedad de bienestar, y de eso que llamamos, unido a lo mismo, el pleno empleo. Eso que parecía una condena bíblica (``ganarás el pan con el sudor de tu frente'') es la única bendición posible.

--Pero las sociedades modernas no han resuelto plenamente el problema del desempleo.

Sin duda el desempleo es el gran azote de la sociedad actual. Es la gran tragedia de la sociedad actual. No sólo por la pérdida de ese elemento de dignificación que es tener una ocupación, sino por las consecuencias que tiene sobre las redes de solidaridad social, por las pérdidas de capital humano. En la primera revolución industrial sucedió lo mismo. Y, sin embargo, la respuesta de la economía industrial nos llevó a algo que nunca había vivido la humanidad: el pleno empleo. Estamos en la frontera de una nueva revolución tecnológica que provoca problemas de paro (desempleo) estructural que nos crea una gran angustia. Pero junto a eso hay un factor de liberación del ser humano, que ya no es Charlot en Tiempos modernos formando parte de la cadena o de la máquina, sino que se distancia de la máquina, recupera la dignidad de ser pastor de máquinas. El gran problema es la tremenda incertidumbre que existe sobre la capacidad de generar empleo u ocupación, y sobre cómo los seres humanos, por medio de una ocupación, se realizan. Esta es la pregunta fundamental. El que tenga una respuesta que no sea puramente teórica y presuntuosa ganará todas las elecciones en todos los rincones del mundo.

La globalización

--Usted ha dicho que lo nuevo son los movimientos de capital, de dinero que busca dinero. ¿Cómo regularlo? ¿Será que no hay fórmulas para controlarlo?

No sólo. Es un factor muy llamativo de la coyuntura que vivimos. Trato de razonar viendo qué hay de nuevo. Es verdad que la globalización es un factor nuevo que interactúa con otros dos factores: la revolución tecnológica y el crecimiento exponencial de capital. ¿Cuál es el factor nuevo? Se combinan tres elementos. Un verdadero impulso de globalización económica, junto con el impacto de la revolución tecnológica --que nos permite vivir esa globalización en tiempo real-- y movimientos de capital --que sería el tercer factor--. Estos son casi de realidad virtual, porque ni siquiera físicamente se traslada el dinero. Se trasladan las órdenes de pago y las órdenes de compra y de venta.

Estos movimientos de capital se basan en una estructura surgida después de la Segunda Guerra Mundial, el sistema de Bretton Woods, que tiene tres patas: una pata de Fondo Monetario Internacional, que algún dirigente latinoamericano llamaba la policía fiscal internacional; una pata que era el Banco Mundial, teóricamente para preocuparse por los problemas del desarrollo, y una tercera pata que era un sistema cambiario, que ofrecía un grado de certidumbre razonable. Cuando a principios de los setenta una de estas patas desaparece, y nos encontramos con un Banco inestable, de dos patas, la inestabilidad crece.

Lo que propongo es introducir algunos elementos que permitan recuperar el sentido de la tercera pata.

Elementos de previsibilidad. No de limitación o de control o de marcha atrás, sino de previsibilidad de los flujos de capital, para que eso nos permita, con las autoridades monetarias internacionales --el FMI-- primero prever que puede haber una crisis, y segundo, respoder rápidamente para enfrentar algunos de sus efectos más dramáticos.

--¿Por qué, por ejemplo, regular la producción de productos agrícolas y no regular los movimientos de capital? ¿Por qué tratar de ordenar la producción europea y no sus flujos de capital? ¿No es esto un contrasentido?

--Sin duda es un contrasentido. El problema es que la pulsión dominante es la desregulación. ¿Cuáles factores influyen en la agricultura en Europa? Influyen factores históricos que pesan mucho. La gente ha pasado hambre en términos históricos. América está llena de europeos por algo. Además, hay un problema dramático que se empieza a vivir, que es el ecológico. El abandono de las tareas culturales que han conformado una parte de la manera de ser de Europa sería una catástrofe. Y la gente es consciente de eso.

Por lo tanto luchan entre la pulsión por desregularlo todo y la necesidad de preservar algunos elementos que son casi de identidad cultural. Si no hubiéramos sido tan desregula- dores en relación con los controles sanitarios de la alimentación animal, la crisis de las vacas locas, probablemente, se habría podido evitar.

En términos de mercado nos va a costar 50 veces más superar esta crisis que haber mantenido una razonable regulación fitosanitaria.

--¿Significa eso que la globalización no puede estar regida sólo por la lógica del mercado, que hay un espacio para la política, que hay un espacio para la regulación?

--Claro, desde la noche de los tiempos hay una espacio para la política. No es posible que el mercado nos dé lo que no nos puede dar. Es verdad que la parte positiva de este fenómeno es el incremento de la riqueza global. Pero, también es verdad, que no se puede pedir al mercado cosas para las que no sirve.

¿Por qué ha de tener sensibilidad con respecto a equilibrios ecológicos? o ¿sensibilidad con respecto a equilibrios sociales? El mercado no tiene por qué tener sensibilidad de esto. Sin embargo, la sostenibilidad del modelo de crecimiento en la economía, por lo tanto del modelo de globalización, depende no sólo del mercado sino de elementos que sólo pueden nacer de una buena gestión política y de recursos naturales. Si esto no se toma en cuenta, será verdad lo que dice Machado de que todo necio confunde valor y precio.

--Usted ha dicho que una macroeconomía sana es insuficiente para legitimar al Estado por más que sea necesaria...

--No digo eso. Formulémoslo en sentido positivo. Una macroeconomía sana es una responsabilidad de cualesquiera de los representantes políticos. El problema es que no se puede creer que sólo una macroeconomía sana legitima socialmente la acción política de los representantes. La legitimidad de la política se da en la mejora del capital humano. Se lo digo en términos de mercado, para que me entiendan los empresarios.

Izquierda y derecha

--Usted ha dicho también que la combinación de política de ingresos y de gastos es lo que establece la diferencia entre la izquierda y la derecha --¿dónde estaría la diferencia?

--Si aceptamos que una macroeconomía sana es necesaria, si dejamos de discutir algunas tonterías como que no hay que preocuparse de la inflación porque eso es de derechas, a partir de ahí, tal y como lo dicen los del pensamiento único y el fin de la historia: ¿ha desaparecido la diferencia? No, si un gobierno consigue un resultado de macroeconomía sana, con un equilibrio de ingresos que tienda a favorecer la redistribución, y otro lo consigue con un equilibrio macroeconómico que tienda a favorecer a los más ricos contra los más pobres, en ingresos o en gastos o en las dos cosas, se trata de dos gobiernos diferentes.

Llámelo usted como quiera, no vaya a ser que uno de derechas --de éstos que son impúdicos-- diga: ``yo también quiero la mejor redistribución''.

--El Estado, entonces, sigue teniendo funciones redistributivas y asistenciales...

--Sí, el Estado es un árbitro indispensable en las relaciones sociales en su conjunto. Esa función de arbitraje no debería llevarlo a meterse en áreas en las que no sabe o suele hacer peor. El Estado, por ejemplo, debe ocuparse de la redistribución de la educación, para que llegue a todos los ciudadanos.

Que se preocupe de que haya capacidad para que la educación se vaya extendiendo a capas cada vez más amplias de la población, y que abarque a la totalidad de la población.

--Un Estado pequeño y débil no es, entonces, un Estado mejor...

--En absoluto. El Estado sin grasa y fuerte es un Estado ágil. Un Estado frágil se volverá en contra de los que piden un Estado frágil.

Soberanía y autonomía

--¿Cómo pensar en este contexto y en el de la globalización la soberanía nacional?

--Nos va a costar mucho trabajo a los políticos y a todo el mundo desacralizar toda la fuerza conceptual que tiene el concepto de soberanía. Y no para perderla sino para redimensionarla en la realidad en que estamos. Cuando un político trata de explicar la necesidad de la supranacionalidad, pero al mismo tiempo sigue manteniendo un discurso hipernacionalista, en realidad lo que está diciéndole a los ciudadanos es que no tiene más remedio que vivir en la esquizofrenia o en la terrible contradicción. Esto no es fácil. Hay un hecho que es contradictorio en sí mismo: el Estado-nación es el ámbito de realización de las libertades democráticas y también de la soberanía nacional, de la identidad de pueblos que se organizan en Estados-nación, y, al plantear la supranacionalidad, se comparte soberanía con los que normalmente son mis vecinos, con los que he tenido todos los conflictos históricos. Parte de la justificación para ser Estado-nación es el conflicto histórico con el vecino, y ahora voy a compartir soberanía. Debo reconocer que es una mezcla casi explosiva. ¿Qué hacemos los políticos? Hacemos un discurso hipernacionalista, pero como en la práctica no tenemos más remedio que buscar espacios más amplios, aceptamos compromisos de supranacionalidad.

--En este contexto, ¿cuál es la función de las regiones y los regímenes autonómicos?

--Esto es un fenómeno tan complejo pero tan interesante, que de la capacidad que tengamos para analizarlo y responder a las necesidades va a surgir la nueva dimensión de la política. Al mismo tiempo en que el Estado-nación tiene una cierta incapacidad para responder a los desafíos globales, tiene que dar respuestas rápidas. Esa complejidad crea una enorme distancia que trata de superarse mediáticamente. El ciudadano tiene un cierto miedo porque la globalización supone una amenaza para su identidad, que suele ser local.

Frente a esa amenaza reafirma su identidad. No quiere dejar de ser lo que es. Esa reafirmación de la identidad, más la necesidad de tener a los representantes un poquito más próximo, lleva a un proceso de descentralización del poder, que podría parecer contradictorio con la globalidad. Pero no lo es. La descentralización no supone un ensimisma- miento, encerrarse en una pequeña frontera local, sino con la personalidad de lo local proyectarse al mundo sin tener que pasar por el control del centro. Ese proceso es también un proceso de desarrollo de libertades. El problema es qué hay que buscar, y ésta es mi preocupación básica como responsable político, los elementos de cohesión de ese doble proceso de supranacionalidad y de descentralización. Definir cómo se reparten las competencias de esos poderes representativos en los distintos niveles, y cómo se reparten sin perder una cierta cohesión del conjunto. Es decir, como se sigue siendo español a la vez que se reafirma la identidad andaluza o gallega. Cómo se comparte un proyecto. Eso es lo que llamo elementos de cohesión.

--Autonomía, entonces, puede significar democracia, desarrollo de libertades e integración.

--Eso es. El gran equilibrio es eso. Libera una cantidad de energías enormes. Profundiza las libertades y la democracia. Y, el único riesgo que habría que evitar es que sea una desintegración. Por tanto, siempre tienen los responsables políticos que encontrar el proyecto que mantenga los elementos de cohesión de esos conjuntos.