Aquella tarde calurosa de julio, con sus muchas horas de avanzar muy lento, habían significado para Hortensia una oportunidad que jamás se había dado: meditar, como si hiciera falta repasar, reordenar sus recuerdos, sus pensamientos, fantasías y deseos.
El viento que penetraba por la ventana soplaba tibio, y al verse en el espejo enorme de su sala -como acostumbraba siempre al salir- se descubrió una arruga más, e imaginó que a su piel le faltaba algo, parecía muy marchita. Sabedora de que al ponerse a revisar su rostro se deprime, decidió cambiar su atención y continuar en sus recuerdos, en su vida de 48 años juntos ese día.
Como quien toma un puñado de agua en las manos, lentamente dejó sus viejos recuerdos escurrir entre sus dedos, y con una verdadera chispa en los ojos se detuvo cuando recordó el día que conoció a Artemio, su esposo y compañero de más de 20 años; se cimbró al volver a sentir esa atracción casi animal por ese gran hombre. Desde entonces y hasta hace justo tres años lo amó con intensidad, lo deseó con una pasión que Hortensia hacía que fuera cada vez más fuerte, más renovadora.
Ahora, no lo podía evitar, sus ojos se llenaron de lágrimas y le dio una gran rabia (se había jurado nunca más llorar), porque así como lo amó ahora no estaba segura si lo despreciaba o lo odiaba. Hace tres años descubrió que el susodicho había tenido desde hacía 10 otra pareja y con dos hijos, y el muy astuto cuando lo confrontó sólo atinó a decir: ``Bueno, al fin soy hombre, y como tú ya estás en la menopausia...''
Cuando se enteró de la infidelidad de Artemio sufrió mucho, se sintió tan pequeña y con tan pocas cosas que por muchos días no salió de su casa. Las amigas de siempre, creyéndose dueñas de las nuevas noticias, no paraban en llamarle: ``Me da pena, pero como eres mi mejor amiga debo decirte: tu esposo te engaña''. Y así, frases sutiles y tiernas de amigas íntimas la arrinconaron en el fondo de su cuarto. Cuánto trabajo para salir de eso, para poder aceptar que las cosas llegan a un final y que debemos saber enfrentar con donaire.
Hortensia sabía hoy que cumplía 48 años, que aún era joven, y que esos molestos bochornos que la asolaban por las tardes pronto se irían, así como también que la depresión, el llanto fácil y la tristeza bien los podría soportar.
Pero a fuerza de ser sincera guardaba en el baúl de sus recuerdos momentos gratos y muy apasionados con Artemio, como cuando antes de casarse se perdían en horas sin fin y con colores vivos en aquel viejo hotel de la carretera; bastaba verse y tomarse de las manos para electrizar sus cuerpos, era empezar y terminar mil veces. ¿Cuándo y por qué se acabó la magia? Tantas veces Hortensia se lo había preguntado. O cuando ya casados, como para recordar, se perdían nuevamente en el mismo hotel y en el mismo cuarto, como queriendo arrancarle suspiros a las paredes y sudores a la alcoba; funcionó algunas veces, pero al paso del tiempo se fue esfumando. Hortensia no quería sentirse vieja, porque aunque sigue viviendo con Artemio sólo le inspira coraje y rencor.
Podría decirse que Hortensia cumplió con eficacia su labor de madre. Sus hijos ya estaban estudiando fuera, y ella solo con sus viejos recuerdos y la tan llevada y traída menopausia.
Las amigas de siempre no cesaban de quejarse por lo mismo: los maridos. Y como si el decirlo fuera una buena carta de presentación, la mayoría hacía gala de su bajo deseo sexual: ``Mi marido siempre está pensando en eso''. Hortensia solía escucharlas y pocas veces hablaba. Cuántas veces quiso decirles: ``A mí me pasa lo contrario, yo soy joven''.
Mientras continuaba entretejiendo esos recuerdos, y al verse otra vez en el espejo grande, asomó una Hortensia nueva, con 48 años pero con una nueva belleza; existían arrugas, pero también una actitud distinta, diríase seductora. Se podía ver de cuerpo entero, y con orgullo no oculto se descubrió más atractiva, ¡menopausia! ``¡Sí, vivo esta época!, pero una nueva Hortensia está naciendo''.
A veces creemos que los placeres de la vida sólo existen para la gente joven. Así las cosas, la menopausia no sólo ha significado una etapa previa a la ancianidad, sino el cese de las actividades gratificantes: no más sexualidad, no más seducción, no más pasión y sólo esperar las delicias de los nietos.
Los medios de difusión y las industrias trasnacionales se han encargado de definir lo que es ``estar joven'': tener entre 20 y 30 años, estar delgada y consumir artículos que ellos venden; lo demás es acercarse a lo viejo. Así, la menopausia que simplemente significa un cambio en el funcionamiento ovárico, es catalogada como la ``peor parte'' en la vida de la mujer.
En estudios bien llevados como la encuesta Sofres, en Francia, se demuestra que todas las mujeres son susceptibles de arrinconarse en esta etapa, asumiéndola como un deterioro inevitable. Asimismo, un análisis muy amplio, el estudio longitudinal Gothenburg, demuestra una disminución de la actividad sexual en la etapa perimenopáusica, esto es, un año antes y un año después de la menopausia, (la última regla). Todos los estudios realizados apuntan no tanto a la deficiencia de una hormona (estrógenos), sino a una desadaptación emocional en una época que bien podemos llamar la otra fertilidad o la otra juventud.
Pero volvamos con Hortensia. Hoy mismo ha decidido que el ser joven no es sólo tener veintitantos años sino sentirse así, vestir con el desenfado que su corazón quiera, amar, seducir, envolverse en la pasión que su corazón perciba; y si su esposo no fue parejo, ella se dará la oportunidad de percibirse como una nueva conquistadora de mares y montañas, porque está convencida que hoy realmente está naciendo a la nueva juventud.