La Jornada 9 de marzo de 1998

Opacan las pugnas la designación de la panista Castro en ese estado

Juan Manuel Venegas, enviado, y Emmanuel Salazar, corresponsal, Durango, Dgo., 8 de marzo Ť Rosario Castro Lozano, alcaldesa del municipio de Lerdo, resultó electa candidata del PAN al gobierno del estado, y pese a que su victoria fue contundente, la convención estatal celebrada hoy fue escenario de las disputas que prevalecen entre los panistas duranguenses.

Y las disputas, que terminaron en gritos y abucheos de la base hacia la dirigencia estatal, opacaron el triunfo de Castro Lozano. Al final de la concentración en el Auditorio del Pueblo, cuando los panistas se aprestaban a entonar su himno, los militantes abandonaron sus asientos y entre chiflidos, mentadas de madre y acusaciones de rateros a los dirigentes, enfilaron hacia las salidas del inmueble.

Protestaban por la conformación de la lista plurinominal de candidatos al Congreso local y, sobre todo, por la inclusión en ésta de Víctor Hugo Castañeda Soto, secretario general del Comité Directivo Estatal del PAN en Durango. De los 3 mil panistas que acudieron a la convención, sólo unos 500 se quedaron a entonar el himno de su partido; las bases se sintieron desairadas.

Durante la manifestación de descontento, desde lo más alto del auditorio se escucharon los gritos: ``¡Respeto a la base!'' ``¡Queremos democracia!'' ``¡Fuera Víctor Hugo!''... y cuando nadie los escuchó, a manera de consuelo corearon: ``¡Chayo sí, Víctor Hugo no... Chayo sí, Víctor Hugo no!''.

El enojo en el presidium fue más que evidente, y Rosario, quien minutos antes no dejaba de sonreír, consultaba con su hermano, el senador Juan de Dios Castro y a Rodolfo Elizondo. Los tres apuntaban hacia la tribuna, como tratando de identificar el origen del desaguisado, pero el origen lo tenían a un lado, en la persona de Víctor Hugo Castañeda.

--¡Qué bueno que no vino el licenciado Calderón! Esto debe tener un remedio ¿qué pasó con Víctor Hugo? --comentaban algunos consejeros, en alusión a la ausencia del presidente nacional del PAN, Felipe Calderón Hinojosa, quien no pudo llegar a la convención, ``por el mal tiempo de Veracruz''.

Calderón estaba anunciado para presidir la reunión aquí, pero como antes viajó a Veracruz, donde también el PAN eligió su candidato, ya no pudo trasladarse a Durango. ``Hay mal tiempo en el puerto y Felipe nos manda decir que no pudo volar el avión en que venía, pero nos manda un abrazo y nos dice que toda su solidaridad está con nosotros. Que le echamos ganas'', justificó el líder estatal, Francisco Esparza Hernández.

Salum no pudo ni con la campaña ni con los amarres de Juan de Dios

A la convención llegaron con registro dos precandidatos: Rosario Castro y Salvador Salum del Palacio. Las campañas internas de uno y otro se reflejaron este día: la alcaldesa de Lerdo trajo seguidores de todos lados; su equipo de comunicación instaló una pantalla gigante que en todo momento transmitió imágenes de ella. Las matracas, la tambora, los banderines, los globos, las mantas... casi todo tenía como slogan: ``Rosario, mi gobernadora''.

Castro Lozano hizo campaña y tenía todo el apoyo. Salum, militante del sector más conservador del panismo duranguense no pudo ni con la campaña de Rosario y mucho menos con los amarres concertados por el senador Juan de Dios Castro en favor de su hermana.

Aquí ya se comenta entre los panistas, empezó una nueva era. Dejado a un lado Rodolfo Elizondo, líder natural del PAN en los ochenta y dos veces candidato perdedor, es el tiempo del castrismo, quien ahora de la mano de Rosario fincará su fortaleza en la región de La Laguna. Al menos tratará de hacerlo, es el compromiso.

La mujer llegó pues, con todo a su favor y, al final, la votación fue prácticamente de trámite: de los 191 votos delegacionales, 141 fueron para la presidenta de Lerdo. Salum se quedó apenas con 45 de los votos.

En su discurso, Castro Lozano identificó a sus rivales. A los priístas les dijo que en todos los años que han gobernado Durango ``han sumido al pueblo en la miseria y todas sus promesas han terminado en mentira''.

Al Partido del Trabajo, que mantiene desde 1992 la alcaldía de la capital del estado, lo denostó por su ``origen salinista''. Es un partido de fuera, no es de Durango, ``nació al amparo de los Salinas de Gortari y no tiene derecho a hablar de justicia, tirando carretadas de dinero en un pueblo que tiene hambre''.

Arengó a los panistas: ``La victoria está cerca, cada vez más cerca. Quiero encabezar el esfuerzo de todos ustedes y juntos formaremos un ejército, escuadrones disciplinados, convencidos y resueltos para llevar nuestro mensaje a los lugares más remotos y apartados del pueblo de Durango''.

Estaban felices y radiantes los Castro Lozano. La convención les había resultado todo un éxito. El senador veía a Rosario ya candidata y, a su hijo, Juan de Dios Castro Muñoz, en el cuarto lugar de los pluris.

Todo iba bien, hasta Elizondo había mostrado su institucionalidad y, primero entre los primeros, se fundió en un abrazo con Rosario. Todo iba bien, la fiesta panista, aun sin Calderón Hinojosa, cumplía expectativas, hasta que aparecieron los chiflidos, las mentadas y los gritos en la tribuna, y todo ``por la imposición'' del secretario general del Comité Estatal.