Héctor Aguilar Camín
La política económica y la izquierda
La izquierda mexicana dedica mucho tiempo a repetir consignas contra el neoliberalismo y la globalización, del mismo modo que antes exorcizaba con consignas al imperialismo y a las fuerzas del capital. Si algo nos dice la perspectiva socialista de fin de siglo es que la globalización y el mercado, las condiciones volátiles de casino internacional en que se desenvuelven los poderes financieros, así como los impactos de la tecnología sobre las condiciones del trabajo, no son asuntos que podamos elegir. Son realidades sobre las que tenemos que construir.
Sin ofrecer una respuesta sólida a esos desafíos, no es posible plantearse con seriedad un gobierno socialista, es decir, un gobierno que, además de garantizar las condiciones de crecimiento de la riqueza, pueda hacerse cargo del ideal propiamente socialista, progresista o de izquierda: atenuar las desigualdades y ofrecer oportunidades iguales a todos. En el número más reciente de la revista Nexos (marzo, 1998) Felipe González ha hecho una revisión convincente y esclarecedora, de estos asuntos, que no suelen encontrarse, salvo como rechazos, en el discurso de la izquierda mexicana y del PRD.
A veces el PRD da la impresión de que en materia de política económica está pensando llana y simplemente en un regreso a las políticas económicas de los años setenta, que cuando dicen que hay que corregir los desastres y las cegueras del neoliberalismo están diciendo que hay que volver a las cegueras y los desastres del estatismo, que cuando hablan de reactivar la economía están hablando de ampliar el gasto público y cuando hablan de crear empleos están hablando de que el gobierno contrate más gente.
Los documentos que se propondrán al cuarto Congreso Nacional del PRD, a celebrarse el 18 de marzo próximo, hablan de las empresas privadas y los grupos financieros con un tono receloso, cuando no conspirativo -como si nos asechara una conspiración de intereses económicos nacionales y extranjeros-. En esos documentos, los grandes empresarios mexicanos están asociados a las nociones de complicidad política y servilismo transnacional. La empresa y el mercado no han sido asumidos en el discurso profundo de la izquierda mexicana como realidades sobre las que hay que construir, mucho menos como fuerzas creativas en donde pueden hallarse no sólo riesgos, sino también oportunidades, no sólo grandes problemas sino también grandes soluciones.
Los documentos del PRD hacia el cuarto Congreso Nacional subrayan el valor de su proyecto económico como una propuesta alternativa. Lo es, en el sentido que es distinta a las de las otras fuerzas. No sé si esa diferencia sea una fortaleza del PRD o una debilidad. No sé si la diferencia perredista en estas materias colabora a facilitar o a obstaculizar la transición democrática mexicana. Lo cierto, políticamente hablando, es que esta diferencia de proyecto económico del PRD echa una sombra de incertidumbre sobre los agentes económicos reales del país, ante la eventualidad de un triunfo nacional perredista; asusta a los inversionistas y a los mercados; recuerda que uno de los consensos básicos de la transición, el de la solidez de la política económica no está debidamente pactado y puede quedar sujeto a cambios bruscos, a discontinuidades costosas, a litigios políticos que son enemigos de la confianza y la estabilidad económicas.
Es posible, desde la izquierda, plantear las cosas de otro modo. Ahí están los ejemplos del socialismo exitoso español, de la exitosa convergencia chilena, del surgimiento avasallador del laborismo en Inglaterra. Me pregunto si las izquierdas mexicanas han visto con suficiente atención esos ejemplos de éxito político y éxito gubernativo, si han extraído de ellos todas las lecciones. Creo que no, no todavía. Quisiera pensar que hay tiempo para poner el reloj del PRD a tiempo con las corrientes socialistas modernas que ascienden por todas partes, asumiendo como instrumentos de gobierno y como datos de la realidad lo que en México todavía se discute como dogmas y perversidades del neoliberalismo.
Por ejemplo: la necesidad de mantener una rígida política de equilibrios macroeconómicos, sin deudas ni déficit infinanciables; la necesidad de tener economías abiertas, competitivas y exportadoras; la evidencia de la globalización y sus impactos financieros, comerciales, políticos y tecnológicos; las realidades supranacionales del comercio y la aparición de bloques que desafían las soberanías de los antiguos Estados-nación; en suma, las realidades del triunfo y la expansión de las fuerzas del mercado, la tecnología y el capital transnacionales. Todas éstas son parte de la realidad, no de la ideología neoliberal, y no se combaten ni se derrotan con discursos ni con políticas alternativas que no asuman esas realidades como el terreno sobre el estamos obligados a construir.