La Jornada Semanal, 8 de marzo de 1998



EN BUSCA DE UN NOMBRE


Juan Manuel Villalobos


ENTREVISTA CON JOSE SARAMAGO

El gran narrador portugués José Saramago habla en esta entrevista, concedida en Madrid a nuestro colaborador Juan Manuel Villalobos, de su más reciente novela y de la casi mítica causa cultural que ampara a los registros civiles: la obligación de darnos un nombre que nos otorgue identidad.



Sobre usted se han escrito las frases más afortunadas y los elogios más sinceros. Pero Saramago dice que todo está dentro de nuestro cerebro; que ni el arte ni la literatura tienen que darnos lecciones de moral. ¿Cómo ha llegado a esta postura?

-En el pasado hubo la ilusión de que la literatura y el arte podían cambiar a la sociedad. Yo no lo creo. Y lo tengo claro, porque la evidencia muestra que si el arte y la literatura pudieran modificar a la sociedad, las obras maestras literarias, filosóficas, musicales, pictóricas y arquitectónicas de siglos y siglos la hubieran cambiado, pero no es así. No es tampoco que todo sea lo mismo, claro que no; cada obra importante tiene una función y una acción, pero no hasta el punto de provocar un verdadero cambio. Lo que quiero decir con esto es que los escritores y los intelectuales -no me gusta esta palabra- no debemos vivir de una forma, vamos a decir, esquizofrénica, en la que el ciudadano que el escritor es se comporte de una forma y el escritor de otra. Particularmente, estoy muy atento a que el escritor no contradiga al ciudadano y que el ciudadano no contradiga al escritor. Para ponerlo en términos más sencillos, lo que digo es: sí, es cierto que tengo un compromiso con mi trabajo literario, pero ese compromiso no es único. Yo no comparto esa postura, muy frecuente en los últimos años, de los escritores que dicen: ``mi único compromiso es con mi obra''. Eso se parece muchísimo a una declaración de Ricardo Reis, quien afirmaba que la sabiduría está en contentarse uno y respetar a todo el mundo. Si yo estoy entregado a mi trabajo literario sin pensar en el mundo, quizás escriba una obra maestra, pero esa obra maestra, desde mi punto de vista, lleva consigo algo malo, y es el hecho de darle la espalda a la realidad, a la vida. Ricardo Reis decía que la sabiduríaÊera eso, y yo escribí La muerte de Ricardo Reis para decir: ``mire usted, aquí tiene usted la realidad, respeta a todo el mundo'', y viene el año del '36 y la guerra civil española, la preparación de la segunda guerra mundial, ¿eso es la sabiduría? Sin proponerme dar lecciones a nadie, porque no me propongo estar dando lecciones, tengo un compromiso con la realidad, con el mundo, con la vida, con mi pequeño entorno, con la esperanza de llegar a algún lugar y a alguien. Pero esto no significa que la obra sea mejor o peor, lo importante es que no haya ninguna separación entre la obra y la persona que la escribe.

-Ha dicho que cuando el lector levanta la mirada y deja por un momento lo que está leyendo, se entabla la relación directa entre el autor y el lector, y que el lector es, en ese instante, el instrumento del cambio. ¿En qué cambio piensa Saramago?

-Yo no propongo un cambio. Cuando hablo de persona a persona, es decir, de la persona-autor que soy a la persona-lector que el lector es, lo único que hago es depositar en él la inquietud por definir los cambios que él crea necesarios. Porque no estoy para nada seguro de que estemos, lector y autor, de acuerdo. Como he dicho, escribo para comprender, y desearía que el lector hiciera lo mismo, es decir, que leyera para comprender. ¿Comprender qué? No para comprender en la línea que yo estoy tratando de hacerlo; él tiene sus propios motivos y razones para comprender algo, pero ese algo lo determina él. Lo que no quiero es que se quedeÊen la superficie de la página. Cuando alguien está en una lectura y levanta la mirada como si estuviera aprendiendo con mucho más intensidad lo que acaba de leer, es el momento en el que ese alguien está totalmente involucrado, como si pensara: ``esto es mío, esto tiene que ver conmigo''. Uno saca de la lectura lo que necesita.

-Veo en las librerías que constantemente aparecen nuevos títulos. Se escribe y se lee más rápido. Esta prisa, ¿a qué responde?

-Es cierto que ahora hay más escritores que hace cincuenta años, y seguro hay algunos lectores más, pero lo que pasa es que la producción editorial es avasalladora. Ya no es como antes, cuando los libros duraban más en las librerías.

-¿Es esto un buen signo?

-Puede tener un lado positivo y uno negativo. Positivo porque hay más propuestas de lectura; negativo porque la producción editorial bloquea y excluyeÊlibros que no son los de mayor venta, obras que muchas veces tienen una gran calidad literaria pero no han enganchadoÊcon el gusto del público, y entonces tanto las librerías como las editoriales los marginan. A veces se condena un libro a la invisibilidad, obras magníficas que no tienen suerte. En esto de la literatura la suerte cuenta, y cuenta mucho más de lo que se pueda imaginar; no se trata sólo del talento, no es nada más la capacidad que la editorial tenga de promocionar lo que está publicando: también la suerte decide.

-¿Y usted tiene suerte?

-Sí, he tenido mucha suerte. He logrado encontrar mis lectores y ningún autor puede creer en algo más importante que eso: saber que tiene sus lectores.

-Dice que la vida y la muerte están unidas, pero ¿cómo se alza la primera sobre la segunda...?

-Yo no estaría tan seguro de que la vida se alce sobre la muerte. Casi diría que son hermanas, que a donde una va, la otra sigue y que no hay más remedio. Nosotros nos estamos muriendo en cada momento; empezamos a morir cuando nacemos y vamos en esa dirección fatalmente; algunas células de nuestro cuerpo se regeneran, otras se sustituyen, pero otras mueren y por lo tanto somos un cuerpo vivo donde ha estado la muerte, nosotros transportamos nuestra propia muerte. Y eso hay que tenerlo claro. La muerte no es la enemiga que llega y en la que nosotros no estábamos pensando y nos quedamos sorprendidos y preguntamos ¿cómo es que usted aparece aquí? No, no; no tenemos por qué sorprendernos. Ella está ahí, a un lado nuestro y hay que vivir con ella. Yo cuando tenía 17 años pasé por una crisis tremenda, cuando tuve por primera vez la conciencia clarísima de la muerte. Era algo impresionante en mí. Iba en la calle y me paraba porque no podía seguir andando, era una especie de rayo que me caía, pero fue una crisis como otra y pasó.

-¿Le teme ahora?

-Ahora tengo 75, y no voy a vivir otros 75. La muerte está ahí, esperando y yo no sé cuándo. Y bueno, como yo no creo en la vida eterna, por lo menos haré lo que pueda para que no me diga a mí mismo: ``pues no has hecho lo que debías'', aunque el sentir de un deber, y esto lo sabemos muy bien, es bastante relativo. Hay personas a los que se les impone, hay otras que lo ignoran y hay otras que lo desprecian y yo, sobre todo, no quiero despreciarme a mí mismo. No me gustaría nada tener que decirme ``no me gustas''.

-¿Qué lo hace feliz, pese a su percepción apocalíptica del mundo?

-A mí no me gusta hablar de felicidad, sino de armonía: vivir en armonía con nuestra propia conciencia, con nuestro entorno, con la persona que se quiere, con los amigos. La armonía es compatibleÊcon la indignación y la lucha; la felicidad no, la felicidad es egoísta. Uno está feliz y por lo tanto, en principio, no quiere que nadie le quite ni una parcela mínima de esa felicidad. Por eso no me gusta hablar de felicidad. En términos generales, si usted me pregunta ``¿es feliz?'', yo le respondo que sí: estoy con la persona que quiero y que me quiere, como escritor tengo lo que se llama éxito y tengo salud, por lo tanto, hasta ahora, tengo motivos para ser feliz. Pero no es eso lo que más me interesa. Lo que me interesa es saber si estoy viviendo en armonía con mi conciencia, con mi pareja, con mis responsabilidades.

-Usted dice que lo que hace no es crear, sino mirar a través de lo que existe. ¿Qué está mirando después de Todos los nombres?

-Estoy pensando en otra novela, que a lo mejor, si llego a escribirla, podría constituir una especie de trilogía junto con Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres. Esta novela se llamaría La caverna. Se trata de obras en las que los personajes no tienen nombre y en las que, por lo tanto, se cuestiona la identidad, se cuestiona quiénes somos, a qué y a quién servimos.

-En sus dos novelas más recientes, Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres, opta por crear una ``gran metáfora''. ¿Es actual la ``gran metáfora''? Quiero decir, ¿este mundo no es lo suficientemente desgarrador y paradójico como para entenderlo sin necesidad de la metáfora?

-A lo mejor no. Aunque sea una paradoja. ¿Cómo es que cuando tenemos disponible tanta información necesitamos de metáforas? Pues tan las necesitamos que algunos lectores, tras de leer Ensayo sobre la ceguera, me han llegado a decir: ``¡Pero cómo ha escrito eso!'', ``Yo no he podido aguantar la lectura'', ``Yo he sufrido, ¡cómo he sufrido leyendo esa novela!'', ``¿Cómo ha podido usted escribir eso?'' Y yo les contesto. ¿Pero usted aguanta la realidad y no aguanta la lectura de una novela? La realidad que entra en la casa todas las noches por la televisión: matanzas, genocidio, el sufrimiento, el horror, imágenes e imágenes. Lo que pasa es que todo eso se convierte sólo en eso, en imágenes, y después del primer sentimiento de horror uno se acostumbra. Quizás a la lectura no, a la metáfora no. Esta manera de decir una cosa para expresar otra se introduce más en la conciencia del lector, por eso es que a algunos les resulta tan difícil soportar una lectura como Ensayo sobre la ceguera. Esto me hace pensar que tal vez sí es necesario recurrir a la metáfora. Quizás en un mundo de comunicación y de información sea necesario decir las cosas de otra forma, para llegar donde hay que llegar: a la conciencia del lector.

-¿Qué visión tiene del continente americano?

-Lo miro como un todo. Desde luego hay países: Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia, Perú y demás, pero veo al continente como un territorio que debería considerarse como un todo. Es como si vosotros en el fondo fuerais un pueblo único...

-¿Qué nombre habría que darnos?

-En Ensayo sobre la ceguera, la chica de las gafas oscuras dice esa frase magnífica -y no porque la haya escrito yo, sino porque es magnífica-: ``Hay dentro de nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos.'' Quizá sea eso, que nosotros, los seres humanos, andamos buscando el nombre que finalmente vamos a tener, y ese nombre quizá sea el de humanidad, humanidad real; absoluta o relativa, como se quiera, pero que salga de esta especie de desesperación que es la vida como la tenemos ahora, desde todos los puntos de vista inaceptable.