Masiosare, domingo 8 de marzo de 1998
Los modernos mesoamericanos creen -al igual que la Unesco- que ``la diversidad cultural es fuente de creatividad''. ¿Se seguirá posponiendo -a riesgo de atizar un fuego que no pueda apagarse- la atención a sus demandas?
En incontables lugares del ser geográfico de México perduran vestigios de la civilización mesoamericana, la que se desarrolló desde muchos siglos antes de Cristo hasta la llegada de los españoles. Del florecer de sus antiguas ciudades y pueblos nos hablan la espléndida arquitectura de sus palacios y templos; sus esculturas en piedra con efigies de dioses y las estelas donde se ven sus gobernantes y otros personajes acompañados de inscripciones. Sus pinturas y su multiforme cerámica policromada dejan ver algo de lo que fue el existir cotidiano de quienes forjaron esa civilización.
La creatividad de los mesoamericanos, además de manifestarse en lo que hoy llamamos su arte, se torna patente en otro de sus más elevados logros: su conciencia de la historia. Maestros de la palabra, su rica tradición oral y los libros o códices con varias formas de escritura y de imágenes, nos hablan de su visión del mundo, aconteceres, triunfos y derrotas. Desarrollaron ellos también un sistema numeral de valor posicional, de base veinte, que incluyó, antes que ninguna otra cultura, el concepto de cero. Además de algunos pocos antiguos libros, se conservan cantos, relatos, discursos y otras expresiones de su palabra en maya, náhuatl, mixteco, zapoteco y otras lenguas habladas hasta hoy por millones de mujeres y hombres.
Mesoamérica fue asediada y sometida en el siglo XVI. Mucho fue lo que entonces se perdió. Sin embargo, Mesoamérica no murió. Los descendientes de los pueblos originarios tuvieron que obedecer a nuevos señores y aceptar sus creencias y normas de vida. Pero lo adaptaron todo a su visión del mundo, sus costumbres y organización social; conservaron vivas sus lenguas y sus formas de gobernarse a nivel local en sus altepetl o pueblos. Continuaron éstos como entidades étnicas y culturales, en posesión de territorios ancestrales aunque a veces disminuidos.
Si muchas cosas perdieron, asimilaron otras. Conocieron el derecho español con las Leyes de Indias y aprendieron a defenderse, litigando incluso en sus lenguas hasta lograr muchas veces sentencias favorables. Los pueblos originarios de Mesoamérica mantuvieron su presencia y fueron protagonistas en rebeliones o en aconteceres singulares que marcaron el imaginario y el destino de México, como ocurrió en su encuentro con la Tonantzin de Guadalupe.
La República independiente, doloroso es reconocerlo, se empeñó en suprimir lo que el Virreinato había respetado: la diferencia cultural de los pueblos indígenas. Las constituciones de 1824 y 1857 ignoraron a los indios. La segunda de éstas trató de eliminar el último soporte del ser indígena al suprimir radicalmente la propiedad comunal de la tierra. Pareció ella signo de atraso en un mundo en el que la economía liberal privilegiaba lo individual. Los descendientes de los pueblos originarios sobrevivieron en zonas de refugio o como peones encasillados en las haciendas.
La Revolución de 1910 les abrió un resquicio al restaurar el régimen de los ejidos y otras formas de tenencia comunal. Un hombre, que ha llegado a ser legendario, luchó por esto hasta morir. Emiliano Zapata enriqueció el legado viviente de Mesoamérica. Desde entonces, al menos en teoría, se reconoció que constituía ella el sustrato más hondo de México.
Cuando no construían todavía un muro fronterizo quienes nos arrebataron la mitad de nuestro territorio, Mesoamérica empezó a penetrar en el país vecino. En los hogares de los cerca de 20 millones de descendientes de mexicanos en Estados Unidos, Mesoamérica está presente, la antigua y la de hoy: el águila y la serpiente con la bandera; piezas en barro al modo de antes; la Virgen de Guadalupe y el retrato de Zapata; mitos y recuerdos como los de esa tierra que algunos chicanos llaman Califaztlán.
¿Y qué diremos de los más directos descendientes de los pueblos originarios, los llamados ``indios''? Son hoy más de 10 millones que, en su mayoría, mantienen sus lenguas y conservan no poco de sus costumbres y formas de convivencia. Subsisten marginados, en pobreza y aun extrema miseria, despreciados y tenidos como carga y rémora.
Los mesoamericanos de hoy descienden de quienes forjaron una gran civilización. No obstante haber estado excluidos de hecho de la vida política, social y económica de México, mantienen su capacidad creadora, su decisión de cambio. Cansados de tanto padecer, se han erguido ya y hacen oír su palabra. Es el suyo clamor de justicia. Quieren ser de nuevo dueños de su destino, y no estar excluidos de la vida de México. Exigen autonomía. Significa ella, como lo dice el Diccionario de la Academia, ``Potestad de la que, dentro del Estado, pueden gozar municipios, provincias, regiones u otras entidades de él -como universidades o los pueblos indígenas, añadiré- para regir intereses peculiares de su vida interior, mediante normas y órganos de gobierno propios''.
Autonomía no es soberanía. Esta última, lo señala el mismo Diccionario, es: ``Autoridad suprema del poder público'' y en su acepción de ``nacional'': ``La que reside en el pueblo y ejerce por medio de sus órganos constitucionales representativos''.
La demanda de autonomía conlleva otras: elegir a sus propias autoridades; disponer del territorio donde se establece la autonomía. Corolarios son el derecho que tendrán, en su calidad de municipios o regiones indígenas autónomas, a elegir representantes suyos en las cámaras estatales y federal. Lo demás es obvio y contribuye a la pluralidad y riqueza cultural de México: preservación en sus lenguas, educación bilingüe, fomento de su producción literaria en las mismas; recursos para su desarrollo sustentable.
Esto es el núcleo de las demandas de los modernos mesoamericanos. Creen ellos -al igual que la Unesco- que ``la diversidad cultural es fuente de creatividad''. ¿Se seguirá posponiendo -a riesgo de atizar un fuego que no pueda apagarse- la atención a sus demandas?
El mundo entero contempla hoy a Chiapas. Si alguien, por saber más, hiciera preguntas, habría que responderle: Mesoamérica, con sus más de 3 mil años de vida, se ha erguido como Zapata, no ya pidiendo sino exigiendo justicia.