En la actual pequeña Yugoslavia (Serbia más Montenegro) conviven 28 etnias, varias de las cuales tienen regiones autónomas desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. Por consiguiente, aunque en ciertos momentos Belgrado limitó la autonomía de los albaneses que son la mayoría en la región serbia de Kosovo (lindera con Albania), lo cierto es que el problema del terrorismo y del independentismo albanés en la misma no sólo no tiene nada que ver con la autonomía plenamente existente y garantizada por la Constitución yugoslava sino que, en cambio, deriva de dos aberraciones: la idea de los estados étnicos, que se afirmó durante la guerra en Croacia y Bosnia Herzegovina, y la de la Gran Albania (de inspiración fascista pero que tiene apoyo en Albania, y que reivindica no sólo Kosovo sino también parte de Macedonia y de Grecia). En efecto, el régimen de Tirana, cuyo gobierno está debilitado por la mafia local y la mafia italiana y por la acción subversiva del ex presidente Sali Berisha y, por lo tanto, cabalga el tigre del Islam y del nacionalismo étnico, ha movilizado sus tropas y agita aún más la ya trágica situación en la ex Yugoslavia. Por su parte, el gobierno musulmán bosnio, apoyado por Turquía, se rearma y amenaza a los serbios. En cuanto a Estados Unidos, que enfrentó la oposición rusa y europea a su aventura bélica en Irak y que ve como un peligro la unidad monetaria europea, que desplazaría posiblemente al dólar como moneda de referencia y obligaría a Washington a hacer frente a un menor ingreso de capitales y a su déficit gigantesco, busca una intervención armada extranjera en los asuntos internos de Serbia, so pretexto de mediación para separar a Francia de Alemania. De este modo se crean las condiciones para una nueva y terrible guerra de los Balcanes (recuérdese que la de 1912 fue preludio de la Primera Guerra Mundial y que la ocupación de Albania por Mussolini y la guerra con Grecia preparó a su vez la ocupación nazi de Serbia y de toda la península balcánica y su destrucción generalizada) porque Grecia, amenazada por Turquía en el Egeo y en Chipre, no podría aceptar un despedazamiento de Serbia y las pretensiones albanesas sobre parte de su mismo territorio y Macedonia tampoco. Además, la intervención extranjera en un país que enfrenta el terrorismo en zonas donde hay una amplia autonomía, sentaría un terrible precedente jurídico, por ejemplo, en el País Vasco, en Córcega o en el Tirol italiano.
En la Federación Yugoslava la única solución al independentismo albanés consiste, por lo tanto, en no echar leña al fuego oponiendo al nacionalismo étnico de los terroristas otro nacionalismo igualmente chovinista, esta vez del Estado central, y en separar a quienes quieren afirmar su autonomía por vías legales, democráticas y pacíficas de quienes recurren a las armas y a los asesinatos de serbios o de albaneses pacifistas y a la destrucción de iglesias ortodoxas, en nombre de la Gran Albania y del Islam. La vía de un referéndum entre la población sobre la posibilidad de optar por la autonomía ampliada o por la independencia en un Estado federado o la unión con Albania, que es mucho más pobre y atrasada, es mucho más productiva que el recurso a la violencia contra una parte de la población albanesa. En efecto, la represión podría dar apoyo a los terroristas y alimento al conflicto bélico que muchos desean y preparan y que sería mucho más vasto y más trágico que el de Bosnia y podría involucrar, directa o indirectamente, a Turquía y Rusia, a Grecia y Francia, sin hablar de Estados Unidos. Esta es pues la hora de la razón, del derecho a la autodeterminación de los pueblos, del respeto de las fronteras nacionales, de la negociación pacífica de todos los problemas. Es también la hora de volver a pensar sobre cómo la intervención extranjera desató todos los males en la ex Yugoslavia al abrir indebidamente la Caja de Pandora de los odios étnicos y del nacionalismo ciego que infectan al mundo actual.