Confirmando las peores previsiones que muchos observadores internacionales --y entre ellos quien esto escribe-- habían formulado, está por estallar el problema de Kosovo en la pequeña Yugoslavia (Serbia y Montenegro) y está en riesgo todo el equilibrio en esa zona neurálgica que es la península balcánica. Como si el mundo no hubiese aprendido nada del estallido de la ex Yugoslavia, del irresponsable apoyo alemán y vaticano a la independencia croata y de la intervención internacional en Bosnia-Herzegovina, reaparecen ahora los viejos actores del drama, los que juegan con fuego sobre el polvorín étnico, los que mueven peones en un tablero ajeno para que la sangre de los mismos y las posiciones quitadas al adversario les rindan hipotéticos dividendos políticos.
En Kosovo, por razones históricas y culturales, está el corazón de la vieja Serbia, bastión de Europa frente a los turcos y espina independiente en el viejo imperio austrohúngaro de colonizadores germanos. Kosovo es además una región autónoma dentro de Serbia y, en el periodo yugoslavo, contó con una asistencia federal proporcionalmente muy superior al de todas las otras repúblicas de la Federación. La autonomía de los albaneses (que forman la mayoría de la población de Kosovo) es mayor a la que tienen los vascos o los catalanes y garantiza los derechos lingüísticos, en el campo de la enseñanza, administrativos, impositivos y en el terreno de la administración de justicia, pues Serbia sólo mantiene la política exterior y el control del orden interior. En Kosovo, los serbios son minoría, pero en la mayoría de lengua y origen albanés (que tiene mayor crecimiento demográfico que la eslava) son mayoría los que quieren reforzar y desarrollar pacíficamente la actual autonomía (que ha pasado por diversas fases, algunas de contenimiento y otras de libertad, desde la crisis de la ex Yugoslavia y según el líder serbio Milosevic se aliase o no a los ultranacionalistas granserbios). La minoría separatista, autocalificada de Ejército de Liberación de Kosovo, practica sólo el tradicional terrorismo étnico-tribal de los Balcanes (que parecía desaparecido con la constitución de Yugoslavia después de la expulsión de los nazis y los fascistas). En efecto, no solamente ataca a la policía serbia sino también a las familias serbias (para echarlas de Kosovo), a las albanesas que quieren la paz con los serbios y a los políticos y dirigentes locales de origen albanés que no quieren una independencia que les uniría con la Albania actual, que vive una profunda crisis económica, política y moral.
Esa minoría terrorista cuenta sobre todo con el apoyo de los ultranacionalistas albaneses, partidarios desde siempre de la Gran Albania (que abarcaría no sólo a Kosovo, sino también a la importante minoría albanesa en Macedonia e incluso en Grecia y, por lo tanto, haría estallar el mapa político actual por lo menos en esas dos Repúblicas, más Bulgaria). El ex presidente albanés Sali Berisha, aliado a la mafia albanesa, que trabaja con la italiana, ha atacado militarmente la semana pasada el puerto de Scutari y cabalga de nuevo el nacionalismo irredentista albanés. Su riqueza y su poder provienen no sólo del contrabando de droga y armas a Bosnia --durante la guerra y ahora mismo-- para los secuaces del presidente musulmán Izbegovich, sino también del papel estratégico para Turquía tanto de Albania como del ``vientre blando'' balcánico, pues aquélla quiere hacer pie en Europa. Ahora bien, la Unión Europea impide a Ankara su incorporación mientras no resuelva la matanza de los kurdos y no cese en su ocupación del norte de Chipre, que dura desde 1974. Hacerse necesaria para la paz con los albaneses musulmanes, demostrar a su propia oposición islámica que en el exterior es fundamentalista y, al mismo tiempo, crear nuevas tensiones en Chipre y en el Cercano Oriente, forman parte de la política turca de chantaje.
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