El hecho es simple y no tiene vuelta de hoja, tiene vuelta de tuerca: un Mercedes Benz choca a gran velocidad contra la pared de un túnel en París.
Un sobreviviente, dos muertos, la pérdida total del automóvil.
Dos variables enturbian este hecho simple: una de las víctimas era princesa; la otra, el hijo de un millonario árabe, que ha contribuido con sus impuestos a la manutención del reino que sostenía los caprichos de la princesa.
Estas dos variables son, a su vez, enturbiadas por un fenómeno: un grupo de fotógrafos de sociales, montados en automóviles y motocicletas, iba detrás del Mercedes Benz cuando se estrelló contra la pared. Como había que mantener las dos variables intactas, la información que salió al exterior se concentró sobre el fenómeno. Entonces empezó a circular la versión oficial de que los fotógrafos habían distraído al chofer, provocando que este apuntara la trompa del automóvil contra la pared. Esta versión carece de todo, hasta de equilibrio: la princesa y el millonario eran mundialmente famosos gracias a esos fotógrafos de sociales que, como quien le hace un favor a su verdugo, todavía los inmortalizaron en su última imagen.
Lo de concentrar la información sobre el fenómeno no prosperó y la especulación de las personas fue a caer sobre las dos variables, de las maneras más variadas. La natural es la del atentado: nadie puede todavía creer que esas dos personas, que no eran simples mortales, murieran en el clásico accidente del simple mortal. Además, esta especulación tiene sus cabos atables, cuando menos eso parecía. Era natural pensar que el romance de la princesa con el millonario empezaba a ser una pesadilla para el reino, si se toma en cuenta que aquélla sería, eventualmente, la madre del rey, y que éste tendría como padrastro un musulmán. Tampoco está de más contemplar que la religión anglicana, orgullo de aquel reino, se encuentra a unos cuantos años de ser rebasada, en su propio territorio, por el islamismo. Los cabos estaban deliberadamente sueltos y cualquiera podía unirlos.
Hubo otras especulaciones más locas, por ejemplo ésta: que el famoso cantante que decoró musicalmente los funerales, había mandado matar a la princesa para granjearse un poco más de popularidad. Todo era una cortina de humo para esconder la verdadera historia, que ha empezado a jugarse hace unos días.
Las dos variables principales, la princesa y su novio, murieron un rato después del accidente, en el hospital, ante unos cuantos testigos, demasiado pocos, esto es importante. El chofer salvó milagrosamente la vida; empezó a recuperarse, y cuando parecía que iba a abundar sobre las causas del accidente, resultó que no podía declarar porque andaba mal de la memoria. Demasiado tiempo después, este sobreviviente hizo algunas declaraciones lánguidas que no ayudaron a esclarecer nada, pero que sirvieron para engrosar la cortina de humo. A estas alturas un grupo de escépticos, basados en los usos, las costumbres y los crímenes en la historia de los reinos, se dieron a la tarea de sacar las probabilidades matemáticas del caso y concluyeron que es muy poco probable que dos personajes de esa altura mueran en un accidente automovilístico. Luego enfrentaron esa probabilidad con otra, todavía más improbable: en ese accidente de tres, el sobreviviente no podía ser el menos importante.
La conclusión del estudio abrió una línea de investigación que está por comprobarse.
Hace unos días salió del hospital el chofer desmemoriado del Mercedes Benz. Sus heridas fueron tan graves que hubo que practicarle varias cirugías reconstructivas, tantas, que esa reconstrucción metódica terminó dando a la luz a otra persona. Antes de publicar los resultados de su investigación, el grupo de escépticos vigila los movimientos del sobreviviente; confían en que un tic de millonario musulmán o de princesa, lo delatará pronto.