El día de ayer, cerca de cincuenta militantes del Partido Revolucionario Institucional se introdujeron subrepticiamente, uno a uno, al edificio antes llamado de la Regencia y tomaron la oficina del oficial mayor del Distrito Federal.
De tales acontecimientos suscitados en las oficinas del gobierno capitalino puede desprenderse una enseñanza útil: el PRI no es un partido político; es una cultura. Y una cultura que se niega a desaparecer, cabe agregar.
Tal vez uno de los rasgos más deplorables de dicha cultura sea la falta de transparencia; el sutil y refinado arte de manifestar una posición y actuar conforme a la contraria, de no llamar a las cosas por su verdadero nombre.
Fue justamente lo que pasó ayer: el dirigente de esos cincuenta priístas muy enardecidos declaró a los medios que deseaban colaborar de manera pacífica y constructiva con el gobierno de Cárdenas. En consecuencia, tomaron las oficinas del oficial mayor para impedir que trabajara.
Más allá de que tales acontecimientos podrían parecer un recadito que le manda el licenciado Aguilera al licenciado González Schmal; más allá también de que los manifestantes de ayer no estaban ejerciendo su derecho a opinar en un espacio público, sino en el domicilio particular de un gobierno instituido y sancionado por el voto mayoritario de la ciudadanía, valdría hacer algunas consideraciones sobre la conducta que está adoptando la linea dura del PRI en el Distrito Federal.
En primer término, puede apreciarse que el cambio de lógica en la negociación política está desquiciando a las estructuras internas del partido oficial. El gobierno de Cárdenas, por lo que se aprecia, está empeñado en tratar directa y abiertamente con los verdaderos demandantes, de modo que su problemática sea resuelta o, cuando menos, canalizada. Ha implementado una política de puertas abiertas, sin distingos de filiación partidaria. Un gobierno de ciudadanos para ciudadanos, sin tortuguismo burocrático, sin mentiras, sin chantaje y sin arreglos debajo de la mesa. Naturalmente, eso es veneno puro para los líderes corporativos.
No es gratuito, entonces, que el mayor reclamo de los dirigentes sociales del PRI (sobre todo de los cenopistas) es que no se les concede la importancia debida a sus organizaciones. La nueva política de negociación los está confrontando con sus propias bases.
Todo parece indicar que los priístas del Distrito Federal no están --de manera formal-- contra el gobierno capitalino sino contra la posibilidad de que de él surja una candidatura. O, quizás, al menos, el licenciado Levín y el licenciado Aguilera están a favor de que de la oposición al gobierno capitalino surja una candidatura. Puede ser. Tanto los métodos como las intenciones son parte de la lucha política y hablan en primer término de la naturaleza de quienes la emprenden.
Al final de cuentas, tales circunstancias son prueba irrefutable de que el PRI y su cultura política están en plena crisis. Candidaturas aparte, aunque el partido del Presidente a lo largo de sus casi setenta años ha esgrimido la lógica del planteamiento, en la realidad se ha manejado siempre con la del mandamiento. No le vendría mal cambiar de sistema de vez en cuando, ya que de ideas cambian casi todos los días.