Eduardo Montes
PRD: momento de definiciones

En su ya próximo y tal vez precipitado congreso nacional, el Partido de la Revolución Democrática aprobará su estrategia para el fin de siglo. Decidirá también si se convierte en un partido organizado, y como consecuencia democrático, en el cual todos sus afiliados tengan espacios para su actividad política y para influir en el rumbo del partido. Es una oportunidad para que esta formación de la izquierda democrática defina bien a dónde va y cómo. De sus decisiones dependen sus posibilidades de convertirse en una opción real de poder con una propuesta transformadora, en la cual ganar el gobierno no se entienda sólo como cambio de hombres y colores.

Por desgracia, a semana y media de su realización no se siente dentro del partido ni fuera de él un ambiente de congreso, interés por sus temas, debate amplio de los mismos, ni se hacen propuestas. Las preocupaciones de muchos cuadros dirigentes por ahora son principalmente electorales, y en segundo plano está la definición del rumbo de este partido en los próximos años.

En el documento preparatorio del congreso Estrategia al 2000, se dan opiniones sobre casi todos los temas de importancia política, social, económica del momento. Son una buena base para la reflexión y para el debate. Tiene, sin embargo, una debilidad fundamental: no está definido el eje, el núcleo de esa estrategia del PRD, lo que puede dar sentido y coherencia a la actividad partidaria, pues ésta --si quiere llegar a alguna meta-- no puede ser un conjunto de actividades diversas sin un hilo conductor. Damos algunas ideas sobre este asunto.

Seguramente lo que define la situación del país es que se ha iniciado la transición democrática, y llevar este proceso --etapa de luchas, cambios y compromisos-- a su culminación, esto es a un régimen de democracia plena y de justicia social, es sin duda la responsabilidad principal de todas las organizaciones e individuos fuera del grupo gobernante y su partido, pues éstas son en su mayoría fuerzas del conservadurismo, del pensamiento único neoliberal.

La transición a la democracia no es sólo la llamada y todavía imprecisa reforma del Estado, sino un conjunto de transformaciones que en las diversas esferas de la actividad política y social implanten la democracia y la justicia. Es por ello que la solución del conflicto chiapaneco hoy ocupa el primer lugar en la agenda de la transición. Junto con la paz con dignidad en ese estado del sureste, se inscriben en la agenda: el regreso de los militares a sus cuarteles --hay demasiados fuera de ellos, no sólo en la lucha contra el narcotráfico, sino vigilando comunidades campesinas e indígenas; se utilizan ilegalmente en acciones policiacas. También debe incluir la negociación con el EPR para darle cauce a sus exigencias políticas. Asimismo, desmontar definitivamente los instrumentos corporativos de control gubernamental de las masas, realizar reformas para la libertad sindical y para impedir que las organizaciones de masas sean subordinadas a los partidos; así como la democratización de los medios de comunicación, pues es imposible la democracia plena si esos medios (la TV y la radio) no abren las puertas a la sociedad y sus organismos.

La democracia entendida sólo como la forma civilizada de elegir gobernantes y representantes es por completo insuficiente para dar cauce a las necesidades de una sociedad plural y diversa, dividida por profundas contradicciones. Son precisos nuevos mecanismos de participación de la sociedad en la gestión de sus asuntos, incluyendo, por supuesto, el control y vigilancia de las empresas por parte de sus trabajadores, pues su trabajo es decisivo en el funcionamiento y utilidades de las mismas.

La transición democrática debe, si es tal, desembocar en la reconstrucción de las relaciones políticas, en un nuevo régimen, en una nueva Constitución. Eso lo entienden sus adversarios, por eso su tenaz resistencia, sus esfuerzos para darle una salida falsa o incluso imponer una regresión.

Para el PRD la transición democrática debiera ser su horizonte y subordinar sus actividades y sus decisiones políticas a alcanzarlo, su actividad en los gobiernos, la selección de sus candidatos, cuestión en la que las necesidades de maniobreo político no pueden llegar al pragmático ``el fin justifica los medios'' que, como ya se ve en estos días, desprestigia al partido y empieza a gastar aceleradamente su capital político.

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