La Jornada 7 de marzo de 1998

Carta abierta de Tom Hansen, expulsado del país

Señora directora: Le agradecería que publique la carta abierta que envío a continuación en la sección del Correo Ilustrado.

El 19 de febrero me arrancaron el corazón en una pista aérea. Fui expulsado de un país que amo, quizás más que al mío. Siento una pérdida tan profunda que las palabras no la pueden describir. Quizás nunca me dejen regresar a México, y pensar en esto, aun el simple hecho de escribirlo, me deja vacío.

Durante los últimos cinco años he dado lo mejor de mí mismo a México. Quizás no fue lo suficiente. Tal vez en mis años como director de Pastores por la Paz, y ahora como miembro del Proyecto Juvenil de Medios para Chiapas, no ayudé a entregar bastantes alimentos, medicinas y equipo escolar a las comunidades indígenas más pobres de Chiapas. A lo mejor no trabajé con suficiente esfuerzo para organizar más delegaciones de derechos humanos. Quizás mi asistencia técnica no fue del nivel requerido. Tal vez no demostré suficiente humildad al servir a las necesidades de las comunidades indígenas. Y por estos pecados, quizás algún oficial en el gobierno mexicano me odia tanto como para expulsarme de su hermosa patria.

O quizás lo he interpretado mal. Tal vez no es a mí en lo personal que se me odia. Cada acción envía un mensaje. Mi expulsión le dice a otros trabajadores internacionalistas de ayuda humanitaria, que la ayuda dirigida a las comunidades indígenas no es bienvenida. Le dice a los observadores internacionales de derechos humanos que deben mantener la boca cerrada y los ojos viendo hacia otros horizontes. Si este mensaje logra tener su intencionado impacto, las comunidades indígenas de Chiapas sufrirán una pobreza y un aislamiento aún más severo. Quizás esas comunidades indígenas son el blanco al que se dirige el odio.

A ese oficial del gobierno del que emana ese odio lo invito a que viaje conmigo a Chiapas. Me gustaría presentarle a mis amigos indígenas; a los niños y a las niñas de seis años, y a las abuelitas de 60, quienes siempre han sido el motivo de mi trabajo y quienes han capturado totalmente mi corazón. Estoy convencido de que aun el corazón más endurecido se ablandará al ver la sonrisa de una jovencita. Sentarse a compartir una tortilla recién preparada con una abuelita no puede más que cambiar su odio en amor. Puede parecer el colmo de la arrogancia que un extranjero como yo lo invite a conocer a alguien en su propio país, pero lo hago porque no logro entender su odio. La única explicación posible es que nunca ha compartido la vida en una comunidad indígena.

Si no logro tocar su corazón, permítame apelar a su sentido de justicia. Fui expulsado de México no por alguna violación a la ley durante mi estancia en este año, sino por acontecimientos de hace dos años. Usted me dice que mi participación como observador en las pláticas de paz en San Andrés Larráinzar violó mis estatus migratorio. Sin embargo, como observador fui acreditado por la Cocopa, una comisión gubernamental, y fueron miembros certificados de esa comisión quienes revisaron mi pasaporte y mi documento migratorio antes de extenderme la acreditación. Usted mantiene que mi participación, en otra visita, en una conferencia sobre cultura y economía fue una violación de mi estatus migratorio. Sin embargo, usted permite que miles de académicos e investigadores extranjeros participen en conferencias en México amparados con la misma forma migratoria FMT, conocida como visa de turista.

Quince horas antes de mi expulsión un amparo fue extendido a mi favor, lo que hizo que mi detención y mi subsecuente expulsión fueran ilegales. Por 24 horas estuve detenido e incomunicado, se me negó el acceso a un teléfono y a un abogado defensor. Mi familia estaba atemorizada por mi desaparición. Siempre he respetado todas las leyes mexicanas, y lo continuaré haciendo. ¿Hará usted lo mismo?

Si no logro alcanzar su corazón o su sentido de justicia, permítame apelar a su espíritu. Estoy seguro de que usted ama a México, así que entenderá la profunda pérdida que siento. No puedo pensar en una vida sin ese bello país. Extraño la neblina de las montañas del sur, el oscuro azul del Pacífico, el mole de Oaxaca. Hasta extraño el esmog de la ciudad de México. Le pido que en su corazón encuentre la manera de permitirme regresar a México.

A mis muchos amigos les envío esta carta de separación temporal. México sigue siendo dueño de mi corazón y, Dios mediante, algún día podré regresar a reclamarlo. Mientras tanto, México seguirá presente en mi mente.

Con amor y respeto.

Tom Hansen