Si la novela policiaca es ``la gran literatura moral de nuestro tiempo'', como dijo alguna vez J.M. Manchette, la ciencia ficción y la ficción social se han convertido en la literatura más realista de este fin de milenio. La ficción social va mucho más allá de la space opera, tal y como la inventó en los años treinta Edgar Rice Burroughs, cuando publicó La princesa de Marte, y que ha derivado en una serie de propuestas cinematográficas y televisivas como Flash Gordon, Babilonia cinco, Viaje a las estrellas y la trilogía Guerra de las galaxias, remozada digitalmente o no.
La alternativa ante la space opera ha creado distintas propuestas, un hervidero de ideas que desde los años cuarenta difundieron las nuevas maneras de mirar el mundo: la relación del hombre con las máquinas pensantes (Yo, robot, de Asimov), la manipulación de especies biológicas supuestamente inferiores (El padre Cosa y Aquí yace el Wub, de Dick), el holocausto nuclear (Cena en el palacio de la discordia, de Tim Powers), el uso callejero de las nuevas tecnologías informáticas (Isla en la red, de Bruce Sterling), etcétera.
Más allá también de muchas ``novelas de adelanto'', como las del ya jurásico Julio Verne, que pretenden adelantarse tecnológicamente a su época, aunque moralmente padecen renquera victoriana, los escritores de ciencia ficción y ficción social han hablado del futuro, del peor de los mundos posibles, para preverlo, para exorcizarlo, si es que eso es posible.
En un país como el nuestro, en que una ficción social como Guerra en el paraíso, de Carlos Montemayor, se convirtió casi inmediatamente después de su publicación, en 1993, en literatura del todo realista, qué le espera a la ciencia ficción. Quizá exorcizar el porvenir sombrío o hacer que se cumpla en forma menos implacable. El caso Miyazawa es, de alguna manera, un reflejo de lo que hace un par de años contaba Paco Ignacio Taibo II en su noveleta Máscara azteca contra el doctor Niebla; el poder indiscriminado de los grandes cárteles políticos expresado mediante una acción policiaca extralegal.
Corriente que busca emerger
No es casualidad que los espacios alternos creados por los escritores de ciencia ficción en México hayan sido, en principio, marginales: las charlas de café, los talleres informales, los fanzines. Una corriente subterránea en busca de emerger. Una literatura periférica. Una visión (aparentemente) desquiciada de la realidad, pero al final certera.
Sin embargo, al convertirse en un emergente cultural, esta misma corriente ha logrado crear espacios cada vez más amplios de difusión, en los medios, en los foros culturales, en el sector editorial, sin abandonar sus medios primigenios: la comunicación directa con el lector, el fanzine, la plaquette, la difusión de nuevas premisas (realistas) acerca de la realidad.
Ahora se abre nuevamente el Segundo Gran Festival Internacional de Ficción y Fantasía a partir de mañana sábado y hasta el próximo miércoles en la ciudad de Tlaxcala, reunión de autores, de nuevas visiones sobre la realidad, que abarca desde la ficción social, el cyberpunk, el dark, hasta la fantasía histórica como forma de replantear el relato de los hechos pasados. Con la participación de uno de los fundadores del cyber, Bruce Sterling, y la convergencia de autores jóvenes como José Luis Zárate y Gerardo Horacio Porcayo, en compañía de veteranos como Paco Ignacio Taibo II y Mauricio José Schwarz, este festival engloba lo más reciente de los géneros alternos, de las más desquiciadas visiones sobre el futuro.
Si se quiere asistir o participar, en forma gratuita, puede llamarse a los teléfonos: 7 54 67 95, del CIFF, con Pascal o 5 31 73 18, 5 31 85 21 y 5 31 06 64, extensión 112, en el DF; en Puebla, con Libia Benda y Gerardo Horacio (91 22) 43 65 40 y con José Luis Zárate al (91 22) 48 80 20, o en la Universidad Autónoma de Tlaxcala, con Alejandro Rosete, al (91 246) 214 22.