En 1998, la Organización de Estados Americanos cumple 50 años de existencia y tiene frente a sí el reto y la obligación de reformarse para ser plenamente congruente con la nueva realidad política, económica y social resultante de la globalización y para asumir un papel más activo en la atención de las graves problemas, ine- quidades y rezagos que afectan a millones de personas en el continente, especialmente en América Latina.
Al momento de su fundación, en 1948, la OEA incluyó entre sus principios fundamentales la soberanía de las naciones, la autodeterminación de los pueblos, la no intervención y la cooperación económica. Sin embargo, durante las décadas de la guerra fría, la OEA mantuvo un bajo perfil y, debe señalarse, una subordinación en los hechos a las políticas del más poderoso de sus integrantes, Estados Unidos. Su capacidad de interlocución internacional se mantuvo, en esos años, acotada a los criterios y los reordenamientos políticos resultantes de la confrontación bipolar y, en múltiples casos --el derrocamiento del presidente guatemalteco, Jacobo Arbenz, en 1954; las brutales presiones ejercidas contra Cuba de 1959 a la fecha; el golpe criminal contra el legítimo régimen del presidente chileno, Salvador Allende, en 1973; la imposición de dictaduras totalitarias y represoras en múltiples naciones latinoamericanas; y la invasión de Panamá por Estados Unidos en 1989, por sólo citar algunos de los casos más trágicos y ofensivos-- el organismo hemisférico no fue capaz de oponerse a la política de sometimiento y dominación emprendida por el gobierno estadunidense en aras de contener la ``amenaza'' del comunismo.
Afortunadamente, al final del siglo veinte la democracia, el respeto a los derechos humanos y la búsqueda de una efectiva justicia social han permeado hondamente a las sociedades americanas, especialmente en Latinoamérica, y propiciado un cambio significativo en la forma como las naciones del continente conducen sus relaciones internacionales. Sin embargo, permanecen múltiples problemas y rezagos que no han podido ser atendidos a cabalidad. Erradicar las lacras de la pobreza, la desigualdad, la injusticia, la vulneración de los derechos humanos, la corrupción y el narcotráfico constituyen, junto a la consolidación de la democracia, los principales retos que afrontan las naciones americanas.
Sólo con una efectiva cooperación internacional, respetuosa de la soberanía de las naciones, pero comprometida con la solución de los problemas comunes, será posible que los países americanos despejen los peligros que les asechan y construyan un futuro mejor para su población. En un mundo globalizado e interdependiente, una OEA revitalizada y reformada con base en criterios solidarios y democráticos podría constituirse como la instancia continental de interlocución y cooperación que hace falta para conducir de manera armónica y equitativa las relaciones entre los países americanos y para fungir como un órgano imparcial para resolver sus conflictos y atemperar sus asimetrías y sus divergencias.