Retornó a casa el abrazo del poder presidencial
Elena Gallegos Ť A Ernesto Zedillo le tomó una hora con diez minutos despejar, de una vez por todas, las dudas y especulaciones que han planeado a lo largo de su mandato y que le achacan una falta de compromiso generacional para transmitir el poder a su partido: el PRI. De esta forma, lo que quedaba de la sana distancia terminó anoche en el esperado, aplazado y definitivo reencuentro.
Presidente y priístas se trenzaron en un gozoso intercambio de elogios mutuos que marcó el 69 aniversario de ese partido y juntos ubicaron al enemigo común. ``¡Los vendepatrias!'', gritó un envalentonado en el clímax de la euforia. ``No, no --cortó animado Ernesto Zedillo--, ¡sólo adversarios políticos! ¡No exageremos! ¡Por eso les ganamos!''
Una carcajada sacudió entonces a la concurrencia. Los militantes priístas estaban en el maravilloso disfrute de sentir de nuevo, pleno, sin reservas, el abrazo del poder presidencial.
Y si al Presidente le había tomado una hora y diez minutos dejar sentado su liderazgo, le tomó mucho menos lanzarse contra quienes --dijo-- han hecho de atacar al PRI una forma de ganar simpatías. Aquí los adjetivos se multiplicaron para descalificar la moda de atribuir al priísmo todos los males del país.
Mientras los definía, un murmullo que recorrió el auditorio Plutarco Elías Calles --cosas del destino--, les puso nombre y apellido.
Así, cuando Zedillo endilgó cinismo y baja calidad moral a quienes usufructuaron la antigua democracia acotada de la época de predominancia del Revolucionario Institucional, los priístas engallados hacían correr en voz baja: ¡esos son Cuauhtémoc, Porfirio y Andrés Manuel!
Y cuando el mandatario repudió a quienes atacan a su partido para restañar su deteriorada imagen personal y para tender cortinas de humo que oculten su pasado de vacilaciones democráticas, encarrerados los priístas se secreteaban: ¡ese es Manuel Camacho Solís!
Entre los aplausos de un público que ya no podía más, Zedillo habló también de quienes han hecho de los ataques al PRI un credo político, por sus desorbitadas ambiciones personales: ``¡Esa va para Ricardo Monreal!'', identificaban regocijados a cada uno de los destinatarios del mensaje presidencial.
Pero también hubo para los de casa --al menos así lo interpretaron los observadores-- y cuando Zedillo advirtió que éste no era el tiempo de impulsar causas personales, una buena parte del auditorio no pudo dejar de buscar con la mirada, en el lugar asignado a los gobernadores en la parte izquierda del estrado, a Manuel Bartlett, a quien al terminar el evento, cuando presidente y secretarios de Estado ya se habían marchado, sus simpatizantes brindaron una cálida ovación, como si se tratase de un desagravio.
Por eso también a la salida, una y otra vez le preguntaron al gobernador de Puebla si se sentía aludido con eso de las causas personales.
``¡No hombre, no!'', se quitaba de encima. ¿Entonces el Presidente se refirió a Fox?, ironizaban los reporteros. ``Usted lo dijo, a lo mejor fue a Fox, aunque creo que aún no ha pedido entrar al partido que, por lo demás, no lo aceptaríamos''.
Todavía más, unas ojeadas indiscretas atravesaron los rostros de Leonardo El Periquín Rodríguez Alcaine, Carlos Romero Deschamps, Víctor Flores, Netzahualcóyotl de la Vega y demás dirigentes del viejo poder sindical, en el momento en el que las palabras presidenciales ponían un alto a las cuotas de poder y al corporativismo, prácticas que llamó ``lujos de un pasado político que ya no podemos ni estamos dispuestos a pagar''.
No se diga cuando Zedillo abordó el capítulo referente al estado de derecho, la impunidad y el atropello a la observancia de la ley. Irremisiblemente, un buen número de priístas aludieron al escándalo que reventó en Morelos, a la industria del secuestro y a los desaciertos de Jorge Carrillo Olea, ahí presente.
El Alazán y El Rosillo
Mariano Palacios Alcocer reunió para la ocasión a todos o ¿a casi todos? los ex dirigentes de su partido. Ahí estaban Alfonso Martínez Domínguez, María de los Angeles Moreno, Genaro Borrego, Pedro Ojeda Paullada y Humberto Roque Villanueva --feliz por el cumplido destino de Héctor Hugo Olivares Ventura--, en una entre deslumbrante, extraña, moderna (como de exposición de algo) escenografía de tonos grises, verdes y rojos.
Esperaban a Javier García Paniagua, pero él hace mucho tiempo que dejó de asistir a estos eventos. Y en cuanto a Fernando Ortiz Arana, alguien bromeó: ``se disculpó aduciendo que tenía cosas más importantes que hacer''.
Salvo algunos pocos --como el secretario adjunto Luis Martínez Fernández del Campo, a quien el Estado Mayor nomás no dejó entrar--, estuvieron todos los miembros del Comité Ejecutivo y del Consejo Político Nacional y todos los que desde siempre están: Salomón Faz, tan fuera de lugar como su sombrero, Hilda Anderson y su eterno chongo, Rodolfo González Machuca (El Rey del Bronx) con sus interminables gritos, y hasta el alguna vez perseguido Jorge Díaz Serrano. Todos, todos.
En cuanto a los gobernadores asistieron 22 de 25. Contaron que Rogelio Montemayor y Antonio González Curi no fueron porque andan en un curso en Estados Unidos. En cuanto a Otto Granados, aseguraron que confirmó pero nunca llegó. Su ausencia estuvo llena de lecturas, algunas relacionadas con la candidatura de Olivares Ventura.
Y como se trataba de reencuentros, estuvo muy a tono la llegada del gobernador Diódoro Carrasco y del flamante candidato José Murat. ``¿Qué bien se ven juntos?'', los recibieron con cierto dejo de sarcasmo por aquello de que no se querían. ``Nos vamos a ver mejor ahora que ganemos'', atajó Diódoro.
Tanto para Murat como para Olivares Ventura hubo emotivas recepciones. Los priístas de más abajo sienten como un triunfo suyo sus nominaciones.
Quizás haciéndose eco de eso, José Antonio Alvarez Lima llamó por teléfono, el mismo día del destape, a Héctor Hugo y con esa sutil ironía que le es tan propia, lo felicitó:
--¡Muy bien Héctor Hugo! El PRI ya tenía El Alazán de los Ricos (Miguel Alemán); nada más le faltabas tú, El Rosillo de los Pobres.
Los candados y algo más
Aniversario 69. Festejo de la tercera edad. Ceremonia en la que se agendan dos discursos, dos. Mariano Palacios Alcocer hizo un largo recuento de las conquistas del PRI; llamó la atención sobre la urgencia de que el partido vuelva la mirada al abanderamiento de las causas sociales e hiló un velado rechazo a las políticas privatizadoras en boga.
Pero la frase del líder del PRI que desató comentarios tuvo sólo cuatro palabras que adelantaron futuros: ``ni tapados ni candados''. Sobre estos últimos Manuel Bartlett y Roberto Madrazo fijaron posturas.
``Los candados no son fetiches y corresponderá a la 18 asamblea (que se celebrará previsiblemente en noviembre) tomar una decisión'', defiende Bartlett. Madrazo comenta que esa discusión regresará al priísmo a la 14 asamblea, ``a la mesa de Puebla, a la de Luis Donaldo (Colosio)''.
El secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa, alcanzó a contestar de paso: ``estoy de acuerdo en que el PRI evolucione''. ¿Qué se abran los candados? ``Sí, que se abran''. A su lado, José Angel Gurría (uno de los posibles destinatarios de la anunciada apertura) declinó a hacer comentarios: ``ya tuvimos suficientes discursos''. Pero antes en el reencuentro, en primera fila una sonrisa le llenó la cara cuando Palacios Alcocer puso el asunto sobre la mesa. ``¡Eso!'', gritó Oscar Espinosa Villarreal.
Es bueno criticar a los críticos
Cumpleaños para la historia, en el que terminarían por ser dos los temas que pusieron a los priístas casi en el paroxismo:
--El inequívoco compromiso del presidente con ellos y con su partido para retener el poder en el 2000, para que ``México gane''. ``¡Duro! ¡Duro! ¡Duro!'', soltaron enardecidos. ``¡Ya era hora!'', se alzaban las voces.
--Los fuertes cuestionamientos a los críticos del partido. ``¡Ze-di-llo! ¡Ze-di-llo! ¡Ze-di-llo!'', se engolosinaban el abrazo del poder presidencial.
``¡Así se habla!'', se desgañitaban enardecidos. Lo mismo Herminio Blanco que Enrique Jackson, Tulio Hernández, Mariano González, Marco Antonio Bernal --quien luego aclaró que las propuestas para abrir candados serán sólo para la candidatura a la Presidencia-- y hasta Lolita de la Vega, que esta vez no pudo llegar en helicóptero, pero que tuvo mejor lugar que un buen número de legisladores mandados a gayola.
``Siempre es bueno criticar a los críticos'', se regodeó Bartlett, quien hasta hace poco lamentaba la pasividad de su partido.
Fue intenso el reencuentro. Tanto, que la encendida respuesta de los priístas, levantados una y otra vez para regalarle sus aplausos, puso de excelente humor al Presidente, quien por eso se permitió algunas licencias. Como cuando dijo que ``la respuesta a nuestros críticos no debe estar en el encono verbal... bueno, a veces un poquito''. Todos se rieron.
La despedida no pudo haber sido mejor. Desbordados, los priístas se apiñaron en pasillos y puertas para hacer explícito su gusto por lo ahí dicho. El ex dirigente Humberto Roque Villanueva, lo resumió así: ``es el discurso que necesitaba el PRI. ¡Ha sido un gran acierto tomar al toro por los cuernos! ¡Ha sido un gran acierto que el Presidente, con respeto a la ley, asuma su liderazgo con miras al 2000!'' Y al ver tanta algarabía del priísmo abrazado por el poder presidencial, muchos recordaron lo que no hace tanto tiempo dijo ese costal de mañas que es Manuel El Meme Garza. ``La mejor sana distancia entre el Presidente y su partido es.. ¡cerquitita!''