Sabina Berman, a diferencia de la mayoría de nuestros dramaturgos, reescribe incesantemente sus textos, aun después de estrenados, ya sea para publicarse o representarse de nuevo. Para Vicente Leñero, esta actitud nace de la comprensión de la autora de que el teatro es un continuo aprendizaje y que una escenificación ayuda a desechar lo que no sirve. Yo añadiría mi parecer de que para Sabina existen temas tan caros y cuya comunicación le es tan necesaria, que necesita trabajarlos continuamente hasta lograr una clarificación total de su propuesta. Este sería el caso de Muerte súbita, estrenada en 1988, reescrita para ser publicada por La Gaceta en 1994, y revisada y corregida para su publicación en 1996 en el marco de la antología seleccionada por Leñero, Nueva dramaturgia mexicana que coeditaron Ediciones El Milagro y el CNCA, en lo que parecía una versión definitiva hasta que la rehace, por segunda ocasión, para su reestreno en días pasados.
La dramaturga incluso suele cambiar los títulos de sus obras. Esta, que habría de llamarse Antes del alba toma su nombre actual, y a partir de su estreno, de un término tenístico que lleva al squash que juegan simbólicamente Andrés y Odiseo: la derrota de un jugador en un último tiempo cuando se parecía llegar a un empate. He de confesar que en su primera versión la obra no me gustó, lo que achaco a un posible desencuentro generacional. Ahora la autora la ha clarificado, según comentó en entrevista concedida a Carlos Paul en este diario; en esa charla repite lo que ya escribió en la nota a la última edición del texto, una reflexión a partir de la religión védica de que es necesario destruir en todos los órdenes de la vida --íntimos, sociales, políticos-- para crear algo nuevo. A esta luz se entiende mejor el personaje de Odiseo, esa ``persona de carne y hueso que ha asumido una misión mítica''. Se rescata la idea --ahora menos evidente y que no comparto en absoluto-- de la necesidad de destruir un viejo edificio art decó, dañado por el sismo, para construir un supermercado.
En relación con la última versión publicada, la autora hace cambios, los más significativos serían la explicitación de la relación amorosa anterior entre Odiseo y Andrés, el añadido de la historia del viejito del 503, que no sólo sirve para hacer más comprensible la reacción temerosa, casi al final, de Andrés, sino que nos ilustra en mucho de la misión liberadora de Odiseo, reforzada por lo que éste narra del cojo en la cárcel. Cambia el final, suprime la innecesaria llamada del padre de Gloria e introduce un mayor número de graciosas equivocaciones en los parlamentos de la muchacha, como son el juego acerca del proletariado o la alusión a la Universidad de Modelaje. Los diálogos siguen siendo ingeniosos y chispeantes y definen de entrada a los personajes, plagados de ``¿ves?'' y ``o sea'' los de Gloria, a veces cargados de metáforas los de Andrés, duros y secos de pronto retóricos los de Odiseo.
Entiendo que Sabina Berman trabajó su nuevo texto directamente para este montaje en muy estrecha colaboración con el director Francisco Franco, lo que no sólo arroja claridad acerca de historia y personajes, sino que logra la más convincente dirección de Franco. Este muestra una vez más su pericia en el trazo escénico --apoyado por una realista escenografía en dos niveles de Cristina Martínez de Velazco y la iluminación de Juliana Faessler-- que destaca en escenas como la del proyector enfocado hacia el público que rompe la cuarta pared. Se sirve de los oscuros pedidos por la autora acentuando las rupturas que producen, con cambios de ubicación de los actores y resuelve las difíciles escenas de violencia gracias al entrenamiento dado a los actores, y que aquí se justifica, por Clarissa Maheiros. Pero sobre todo tiene momentos de gran intuición y delicadeza, como el cambio de las flores marchitas por otras frescas, pero exactamente iguales, que dan una impresión de inmutibilidad en las rutinas de la pareja de amantes.
Los jóvenes actores realizan inteligentes interpretaciones. Dos de ellos aparecen en una telenovela muy vista y comentada y encarnan a personajes totalmente diferentes de aquélla, lo que habla de su solvencia actoral. María Renée Prudencio caracteriza a la linda y tontaina, más ignorante e ingenua que tonta, Gloria. Plutarco Haza logra un Odiseo muy potente, lúdico y violento. Y a su lado, el egoísta y fracasado Andrés que matiza Juan Manuel Bernal resulta por igual convincente.