Víctor M. Godínez
El riesgo deflacionario

El sábado 3 de enero Alan Greenspan pronunció un discurso que ha suscitado desde entonces debate y preocupación en algunos medios financieros y de opinión especializados. Invitado como uno de los oradores principales de la American Economic Association y la American Finance Association, el jefe de la Reserva Federal se preguntó si la economía mundial se encuentra en el umbral de una deflación generalizada. Recordó que por casi un cuarto de siglo el principal objetivo de los gobiernos fue reducir y controlar la inflación. Ese objetivo ya se logró en los países que tienen un peso decisivo en la conformación del entorno económico mundial. La inflación de Estados Unidos es ya menor a 2 por ciento y algo similar se observa en la Gran Bretaña. Japón y Canadá tienen desde hace cinco años los menores registros inflacionarios del mundo desarrollado. En Alemania y Francia la variación anual de los precios al consumidor alcanzó su más bajo nivel de todo el periodo de posguerra. Una vez doblegada la inflación, surge la pregunta: ¿en qué punto se establece la frontera entre estabilidad y desplome incontrolado de los precios?

La deflación puede describirse como una baja simultánea y generalizada de los precios, los ingresos y el valor de los activos. Opera en sentido contrario a la inflación: mientras que ésta se caracteriza por una fuga hacia la adquisición de activos, la deflación se manifiesta por una fuga de las inversiones en bienes hacia posiciones de alta o máxima liquidez. Algunos observadores creen ver en la actual situación económica de Estados Unidos indicios que sugieren la posible configuración de un cuadro deflacionario. La prolongada expansión de la economía --que inició ya su séptimo año-- no ha generado, como solía suceder en el pasado, presiones al alza de los precios. No obstante que el nivel general de actividades ya es equivalente al pleno empleo, la inflación sigue mostrando una tendencia francamente declinante.

Hay un temor compartido por algunos expertos y operadores económicos de que esta situación se acentúe a consecuencia de la crisis financiera de las naciones asiáticas. Este temor se funde en dos consideraciones. Una es el impacto negativo que esta crisis ya causó en el crecimiento económico mundial y en el desplome de las cotizaciones de las materias primas (que en conjunto ya descendieron cerca de 17 por ciento desde el último trimestre de 1997). La otra consideración es que, por contrarrestar la competitividad-precio que ganaron los productores asiáticos con las maxidevaluaciones de sus monedas nacionales, las empresas estadunidenses y europeas (y, desde luego, las latinoamericanas) se verán en muchos casos obligadas a reducir el precio de sus productos.

Las consecuencias de este hipotético escenario son evidentes: fuertes ajustes de los márgenes de operación, contracción de las ganancias corporativas, caída de las cotizaciones bursátiles, reducción de los salarios y ajuste a la baja del empleo. Tales son los encadenamientos perversos que están implícitos en la posibilidad de un riesgo deflacionario como el mencionado por Alan Greenspan en su primer acto público del año.