¿Quiénes son los verdaderos priístas? ¿Cómo reconocerlos? ¿Dónde están? Más aún, ¿los hay? Los verdaderos priístas ¿son aquéllos que se quedan y callan o los que se van en medio de desgajamientos y críticas?
En el PRI reformas van y vienen (por lo menos en el terreno de las declaraciones, no en los hechos), se anuncian nuevas estrategias y se minimiza por sistema el efecto del desgaste de 70 años. Las salidas de militantes, la subordinación al gobierno confundida con fidelidad partidaria, la falta de iniciativa disfrazada de prudencia son vistos como si fueran naturales y no como heraldos del desmoronamiento.
En este 69 aniversario de nuestro partido y en vísperas de intensos procesos electorales conviene preguntarnos: ¿cuál es el PRI al que queremos salvar? ¿El de Manuel Bartlett y Francisco Labastida Ochoa o el de José Angel Gurría y Guillermo Ortiz Martínez? ¿El del espejismo de un imposible regreso al pasado o el de la puerta falsa de una modernidad que margina a las mayorías? El primero se fue, con todos sus vicios y virtudes, para no volver; el segundo diluyó nuestra relación con la sociedad y nuestra vocación por la justicia social y nos desacreditó como partido.
Más que nunca conviene preguntarse: ¿dónde está el partido que convocó a renovar Luis Donaldo Colosio Murrieta? Seis presidentes del partido en cuatro años, una asamblea nacional, dos presidentes de la República, múltiples e inconclusas propuestas de reforma y el cambio que nunca acaba de llegar. Quisimos reformar el poder y finalmente éste es el que nos ha reformado para hacernos más dóciles a su mandato.
Es probable que primero debamos reconocer la crisis y los pocos mecanismos que tenemos para frenarla mientras no alteremos los parámetros que nos llevan a afirmar que aquí no pasa nada.
Al parecer, ante las dificultades que se desprenden de los procesos de ``selección'' de candidatos para los comicios que se avecinan, tenemos dos tipos de soluciones: a la Monreal o a la Carvajal Moreno. Ambas muestran el agotamiento de los mecanismos que ya no funcionan. De este modo, se escoge entre perder militantes o, para evitar esto, ofrecer puestos en la administración pública. El único problema de esta última ``solución'' es que no alcancen los puestos para los aspirantes.
El debate del partido no se da entre los tecnócratas o los duros. Ambos comparten un común denominador: el autoritarismo que margina a las bases del partido y a la sociedad. El gusto por la voluntad de arriba que ignora por sistema la voluntad de los de abajo.
También es un falso dilema el de los candados o no candados. La Asamblea XVII determinó los famosos candados que fijaban los requisitos para ser elegibles a las candidaturas de gobernador y Presidente de la República como una respuesta de las bases a la marginación que han sufrido en los últimos años a manos de quienes controlan la organización, pero no tienen ningún mérito partidario. Podemos estar o no de acuerdo con dichos candados, pero mantenerlos o modificarlos no debe supeditarse a intereses personales o facciosos, sino a los propósitos y fines de reformar al partido para regresar a la senda del triunfo, un triunfo transparente y convincente.
Hoy, el discurso falso de los duros nos dice que cedimos demasiado y que debemos regresar por nuestros fueros. El planteamiento es falso. No cedimos nada, lo perdimos en el camino por decisión de una sociedad que en cada elección se aleja más de nosotros.
También es falaz el ofrecimiento de los tecnócratas que nos tratan de vender la idea de la administración como valor supremo sin importar el color o el sabor, mientras se procede a administrar, pero no a resolver la pobreza de un país que aspira a mejores perspectivas. Del pasado rescatemos el vínculo con la sociedad y nuestra vocación por la búsqueda de la justicia social, pero dejemos atrás los vicios antidemocráticos y corporativistas; del presente recojamos la aspiración democrática que recorre el país y construyamos el futuro junto a los ciudadanos y sus causas. Dejar atrás los falsos dilemas significa construir una tercera vía, es decir, la vía democrática, que sea un espacio de participación para los sectores mayoritarios del partido, una vía para darle voz a los miles de militantes y ciudadanos anónimos que pueden enriquecer los contenidos y la vida política de nuestra organización.
En una palabra, tomar en cuenta las propuestas de aquéllos a los que sólo se atiende en época de elecciones. Desatender la necesidad de una verdadera reforma democrática del partido, significa correr el riesgo de que, como el Titanic, nos hundamos no por lo que vemos, sino por lo que no alcanzamos a ver.
Correo electrónico: [email protected]