La lucha interna en el PRI por la gubernatura de Veracruz ha terminado en la vuelta a la tradición priísta más rancia: la de la disciplina absoluta a la decisión presidencial. En efecto, aprendiendo del problema causado por Monreal en Zacatecas, el presidente Zedillo decidió intervenir directa y personalmente en la sucesión veracruzana para evitar nuevas fisuras dentro del partido oficial.
Gustavo Carbajal había estado en campaña por la gubernatura desde octubre del año pasado. Construyó un sólido frente a lo largo y ancho del estado, e hizo saber a todos sus seguidores que recurriría a todos los medios para obtener la candidatura, dentro del PRI o fuera de él. Percibiendo que no pertenecía al primer círculo del poder, Carbajal rompió las reglas no escritas del sistema al declarar públicamente su intención de luchar por la gubernatura, y al pretender forzar al PRI a aceptar su acción como un hecho consumado. Incluso se atrevió a criticar al gobernador Chirinos de una manera poco velada. La culminación de su campaña se daría en una consulta directa a la base en la cual Carbajal confiaba triunfar.
En la presente semana, Carbajal lanzó su ofensiva final y movilizó a grandes contingentes para presionar a la dirección estatal de su partido. El riesgo de una ruptura interna era grande en la medida que la decisión presidencial evidentemente no le favorecía. Fue aquí que el presidente Zedillo intervino directamente y obligó a Carbajal, por ignotos mecanismos, a aceptar la dirección de una empresa paraestatal que desde hace años funciona como gulag priísta.
Carbajal ha dejado abandonados a sus numerosos seguidores, muchos de los cuales difícilmente podrán encontrar acomodo en el bloque alemanista. Esta alta traición significa, para todo fin práctico, el fin de la carrera política de Carbajal y el desperdicio de una oportunidad decisiva para la democratización del partido oficial. La experiencia ha demostrado que para el PRI la centralidad de la figura presidencial es inevitable.
Los acontecimientos demuestran también que el gobernador Chirinos tuvo la capacidad de vetar a Carbajal, y que ahora se prepara para insertar en el futuro equipo gobernante a por lo menos uno de sus cuadros a manera de una válvula de seguridad. Tal parece ser la lógica de la sorprendente nominación, en la presente semana, del profesor Guillermo Zúñiga como ``candidato interno'' a la gubernatura. Zúñiga representa las más antidemocráticas prácticas priístas, siendo un personaje sólo comparable a Humberto Roque en su calidad de dirigente político. El profesor, desde la dirección de la Secretaría de Educación y Cultura estatal, fue el operador de la utilización corporativa de los profesores para favorecer el voto priísta en las elecciones locales de octubre pasado, y antes, desde su cargo como líder del PRI, montó una guerra sucia contra la oposición caracterizada por lo bajo de su nivel y por sus frecuentes arrebatos contra los medios que se atrevían a criticarlo.
La ortodoxia priísta ha vuelto por sus fueros en Veracruz, apostando a que el fenómeno del alemanismo impida la derrota del partido oficial en las elecciones de agosto próximo. Sin embargo cabe preguntarse ¿Qué van a hacer las dolidas huestes carbajalistas frente a la burla de que han sido objeto? El reparto de puestos y canonjías tiene un límite, por lo que no será fácil cooptar a los disidentes internos. El PRI ha salido mal parado de la experiencia y tiene frente a sí el riesgo de una derrota ante la oposición. Para evitarlo puede recurrirse también a otras formas de la ortodoxia priísta: la compra y la coacción del voto, el fraude electoral, el aplastamiento propagandístico de la oposición. Si esto es así, no sólo Veracruz sino la nación entera pueden sufrir un retroceso decisivo en la débil e inacabada transición a la democracia que, con enormes dificultades, se mantiene aún a flote en nuestros días.