Ugo Pipitone
El euro y sus tibios sostenedores

La victoria del socialdemócrata Gerhard Schr”der en las elecciones alemanas de Baja Sajonia, lo ponen a él y a su partido en la mejor posición posible para las elecciones generales del próximo septiembre. Será entonces cuando el canciller Helmut Kohl buscará su quinto periodo a la cabeza del gobierno alemán. Y muchas señas indican que sus conciudadanos podrían decidir para entonces que 16 años de gobierno de un mismo partido son suficientes.

En lo que va de los años 90, la economía alemana tuvo que enfrentar dos retos mayúsculos y simultáneos. Dos desafíos que Kohl quiso asumir firmemente, no obstante sus costos inevitables. En primer lugar, la anexión de la antigua República Democrática, lo que implicó un esfuerzo presupuestario gigantesco y renovados peligros inflacionarios. Y en segundo lugar, la estricta disciplina económica para satisfacer las condiciones establecidas en Maastricht a comienzos de los 90 para la unificación monetaria europea. Ahora --cuando faltan ya sólo dos meses al momento en que se decidirá quién entrará y quién no a la moneda única-- Alemania está en una posición relativamente segura. Los números están fundamentalmente bien en lo que concierne a deuda, déficit fiscal e inflación. Pero el costo ha sido muy elevado en términos de bajo crecimiento y elevado desempleo. El país ha controlado la inflación pero al costo de desatar el otro monstruo: un desempleo cercano al 12 por ciento que abarca un universo de 5 millones de trabajadores.

Si a esto añadimos la obsesión nacional alemana acerca del poder de compra del marco, no hay motivos de asombro en que, según las últimas encuestas, cerca del 70 por ciento de la población alemana sea contraria a abandonar el marco a favor del euro. Y he aquí la primera paradoja. Schr”der --el actual ganador de las elecciones de Baja Sajonia y posible adversario socialdemócrata de Kohl en septiembre-- es un tibio sostenedor de la moneda única. Así que al desgaste inevitable del encanto electoral de Kohl, se añade el hecho que Schr”der encarna, aunque sea en forma ambigua, una desconfianza en el Euro que sus conciudadanos manifiestan explícitamente. Y así, es posible que el país que más ha hecho para la unificación monetaria europea llegue a ella con un canciller más bien agnóstico sobre el tema. Una paradoja a la cual habrá que añadir la otra: Francfort será la sede del Banco central europeo, el instituto destinado a regular la oferta de la futura moneda única.

Una decisión europea, esta última, al mismo tiempo sensata y peligrosa. Es obviamente sensato entregar (simbólicamente) la estabilidad monetaria a un país para el cual la inflación es una especie de obsesión nacional. Pero es peligroso dar este poder (aunque sea, repitámoslo, simbólico) a un país que es y seguirá siendo por un tiempo indefinido la principal potencia económica de la Europa regional en formación. Tanta concentración de poder podría alimentar desconfianzas europeas hacia Alemania, lo que, naturalmente, no beneficiaría la construcción de una Europa cada vez más unida.

La otra paradoja consiste en que Inglaterra ya declaró su no-disponibilidad a entrar a la moneda única desde el primer momento. ¿En qué consiste la paradoja? En el hecho que será probablemente la City de Londres el principal beneficiario del esquema monetario europeo. Es ahí donde reside el mercado financiero más importante de Europa, donde se concentra la mayor capacidad técnica y el mayor volumen de transacciones monetarias. La City será probablemente el futuro mercado central en las relaciones entre el Euro y el resto de las monedas mundiales --dólar, yen y en algún momento, probablemente, el yuan chino. Y aquí, en la City, la actitud hacia el euro es igual de escéptica que en Alemania. Moraleja: las sociedades que apuntan estar entre los principales beneficiarios de la unificación monetaria son, al mismo tiempo, las más tibias a este propósito.

A lo cual hay que añadir un último elemento: el inevitable conflicto por la preeminencia monetaria y financiera europea entre Francfort y Londres. Una rivalidad a la cual Europa deberá acostumbrarse desde los primeros pasos del euro.