La administración del presidente Ernesto Zedillo se prepara para endosarle al pueblo de México un desordenado pasivo por más de 300 mil millones de pesos que ha venido amasando entre los bastidores del Fobaproa y los varios programas de rescate de bancos y auxilio a deudores. Más o menos la mitad de esa enorme cantidad es el fruto de los soñados fracasos de los consentidos banqueros. Célebres hombres de sociedad empresarial que, entre compras apresuradas y masivas de microbuses (Havre), relucientes y vertiginosas carreras apoyadas desde Los Pinos (Unión) para controlar monstruos trasnacionales co- mercializadores de frutas (El Fuerte) o pagos de favores y apoyos priístas en la forma de camiones-oficinas para las campañas de sus candidatos (Del País), colaron sus fraudulentos intereses cuando formaron parte del elenco que ha mal dirigido la economía en los últimos y aciagos años.
La otra parte, todavía mayor de ese pasivo contingente, será deuda de todos y cada uno de los mexicanos (unos 150 mil millones), según presagian los tecnócratas. Parte de ello quedará bajo el paraguas de cartera vencida que fue comprada a los bancos como un seguro para depositantes. Otro tanto se fue para introducir las Udi; algo de lo invertido se filtró entre los pasivos vencidos de tarjetas personales. Las hipotecas desbordadas se llevaron fuerte tajada pero lo cierto es que, al final de tales cuentas de pirotecnia, alguien tendrá que asumir el costo del llamado salvamento del sistema de pagos de la nación .
No tardará mucho para que el Congreso reciba la iniciativa gubernamental que tratará de convertir la contingencia señalada en una ley y, por tanto, en parte de los compromisos futuros de los mexicanos. Los próximos veinte años irán viendo como la capacidad de gasto e inversión públicas se achicarán. Por lo pronto, en el ejercicio del 98 y de lograrse tal tropelía para las oportunidades de desarrollo y bienestar de las mayorías, se le dará una tarascada al presupuesto en marcha. Los errores de diciembre, compartidos ente Zedillo y Carlos Salinas, mostrarán así sus feroces consecuencias.
El señor Fernández de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores dice que ya es tiempo de enfrentar el problema y que alguien, quien quiera que sea, deberá hacerle debido frente y apechugar. El mismo personaje no encuentra más referente de su sentencia que el contribuyente, es decir, el mismo pueblo de siempre. Y lo será en su totalidad el pueblo porque aquellos que no pagan impuestos sufrirán las consecuencias bajo la forma de menores oportunidades y ayudas a consecuencia derivada de la sequía presupuestaria durante, al menos, toda una década.
Lo justo sería que los que intervinieron en la aventura de comprar bancos y depositar en ellos sus ahorros, al parejo de los que usaron el crédito disponible, absorbieran todos los costos. Se sabe de las dificultades para un programa de esa clase y refinamiento, pero algún camino puede imaginar los muy bien pagados hacendarios.
Se sabe también que ciertos financieros ya perdieron su capital y que la mayoría restante tardará uno años más en recuperarlo, pero sus oficinas, oportunidades y privilegios están intactos. Algunas empresas quebraron y miles de individuos pasan penurias para liquidar sus deudas y continuar cargando con sus pesadas hipotecas. Pero mientras ello sucede, los depositantes salieron ilesos y otros banqueros comienzan a ver resarcidas sus penalidades con creces mayores vía las utilidades de las Afore.
Mucho se dijo sobre los enormes montos invertidos en ellas y de las jugosas recompensas para los trabajadores que escogieran sus servicios. Pues bien, los afiliados recibieron en el primer año de operación un magro 6 por ciento en promedio por sus depósitos. Los accionistas, en cambio, han rescatado la totalidad de sus inversiones en sólo un año (Garante) y otros, más suertudos, lo han visto multiplicarse varias veces (Inbursa). No cabe duda que tal programa estuvo diseñado para consolar a los afligidos banqueros a pesar de lo que las autoridades han dicho. Las personas que confiaron su suerte a líderes obreros, diputados y hacendistas tienen, si bien les va, la esperanza de una poquitera cantidad mensual para su retiro dentro de 34 años.