Poniatowska: el arte necesita manos blancas, sin ajetreo ni dispersión
César Güemes/ I Ť Justo cuando cumple 45 años de periodista, Elena Poniatowska se sabe con derecho, como ella misma lo dice, de meter la pata, o ataviarse como integrante del EZLN, al cual pertenecería con gusto. Dos libros nos llevan a visitarla, Todo empezó el domingo (Océano) y Todo México, tomo IV (Diana), más un apunte necesario por Cartas a Ricardo (CNCA), que prologara.
--Una de las peculiaridades de Todo empezó el domingo es que conjunta la crónica con el dibujo, no con la fotografía, que también pudo haberse dado. ¿Cuál fue la razón de trabajar al alimón con Alberto Beltrán, quien acompañaba sus textos?
--Creo que en aquella época, en los años cincuenta, todavía el Taller de Gráfica Popular tenía vigencia. Aún vivía Leopoldo Méndez, y ahora en cambio sobreviven muy pocos, Zalce, Yampolsky. La idea de ellos fue siempre la de captar escenas de los mexicanos más pobres, de las grandes huelgas. Recuerda que fueron ellos quienes participaron en una lucha antifascista durante la Segunda Guerra Mundial. Ahí estaba la comunidad de intereses.
--¿Quién se demoraba más en su trabajo, el maestro Beltrán o usted?
--El hacía apuntes y los trabajaba con una rapidez enorme, en cualquier circunstancia, incluso en el tranvía o el autobús. Cuando se demoraba un poco se le juntaban muchos niños para ver qué diablos estaba haciendo.
--¿Su proceso era similar, iba tomando apuntes para la crónica?
--Yo en esa época hacía preguntas, igual que ahora. Usaba zapatos del plan quinquenal, de los del tiempo de Stalin, con suela de hule para caminar muchísimo. Recuerdo que no comía nada. Pero lo que más me ayudaba era ser chaparrita, porque cabía yo en todas partes y las personas como que me aceptaban. Si hubiera sido una gringa alta como una garrocha, me habrían pateado no te digo en dónde.
Tener buena estrella
--¿Se permitió algo de invención? La crónica de San Cristóbal Ecatepec implica reproducir, por ejemplo, el momento en que obligan a hincarse a Morelos, lo que le dicen y lo que dice él.
--Siempre he sido muy subjetiva, no creo ser la exactitud en dos patas, ¿o sí? Pero no sería bueno decirlo, porque me va a salir por ahí alguien para hacerme picadillo. Es que después no sabes la de insultos. Ya sé que esto no tiene nada qué ver, pero es cierto: tuve que cambiarme de recámara para ya no recibir llamadas a las dos de la mañana. Me decían de todo. Y eso es muy desagradable.
--Si no tiene que ver, entonces le preguntaría si el hecho de salir por las mañanas a ejercer el periodismo implica generarse distancias.
--Uy, sí, y enemistades. Cuando me inicié en el periodismo, precisamente en 1953, la primera carta que recibí fue una larguísima en donde se decía que yo era una degenerada. Verás, afirmaba que yo era hija de dos hermanos que habían hecho el amor en el sótano, después de un baile, con antifaces puestos. Y luego, ya ella embarazada, se quitó la máscara, lo mismo que él, y dijeron, como en las telenovelas: ¡hermano!, ¡hermana! Y que les había dado tanto horror que fueron con el Papa a Roma y que los perdonó para que formaran una familia apellidada Amor. En realidad todo eso era para decirme que era una degenerada y una, ¿cómo se les dice...?
--De mala cuna, pues.
--Eso, una hija de gente toda chueca. Entonces fui a preguntarle a una tía, Carito Amor de Fournier, si era cierto, y me dijo que no. Lo que sí era cierto es que se había casado una Escandón con un Amor, y que sólo se había embarazado la mujer cuando regresó su hermano de un viaje.
--¿Salvo ese incidente no ha habido problemas mayores?
--Sí, siempre han existido muchísimos problemas. Una vez, una doctora que se llama Talamás de Quitáin, cirujana plástica, hizo en el campo cierta operación a una mujer muy pobre, y le quitó, así lo dije, como medio metro de piel de una nalga, para hacerle un injerto en una mano. Yo escribí que la doctora se apellidaba Talamenos. Y el pleito fue horrible. Ella me atacó. Me mandaba cartitas en un papel color de rosa, perfumado, diciéndome un montón de malditeces. El que me defendió, contratado por Novedades, donde habían salido los artículos, fue Raúl Cárdenas, un gran abogado quien me dijo que jamás ningún caso le había divertido tanto. Y lo ganó para mí.
--¿Ha perdido?
--No, nunca. Siento que he sido una mujer afortunadísima, que siempre he tenido una suerte que no me merezco, un ángel de la guarda del tamaño del mundo que me protege de todo lo malo. Desde niña tengo esa suerte. Acabo de ser abuela de un niño que se llama Lucas. No me abandona la buena estrella.
--¿Qué se hace a cambio de la suerte, trabajar más?
--Yo creo que en mi caso debería de trabajar menos porque finalmente si quiero escribir novelas necesito poder pensar más. El arte necesita como manos blancas, que no estés llena de compromisos, ni de ajetreo, ni toda dispersa por dentro. Espero concentrarme en mi obra literaria ya dentro de poco, porque ya son muchísimos años de un movimiento enorme.
Dudar, actitud ante la vida
--Este año cumple ya 45 como periodista, ¿no se cansa?
--No. Hay un letrero que dice en algunos cuchillos de artesanía, ``cuando esta víbora pica no hay remedio en la botica'', así es el periodismo para mí. Aunque albergo muchísima ilusión de encerrarme, de hacer investigación en las hemerotecas, en las bibliotecas, que me gusta muchísimo, para realizar más novelas y menos periodismo.
--¿Se siente de manera interior muy distinta a como era cuando las crónicas de Todo empezó el domingo?
--Me siento igualita nada más que peor, me descubro más ignorante, veo que tengo más preguntas que antes, que no soy dueña de una sola respuesta, que a lo largo de los años soy mucho menos sabia de lo que pude ser. Las cosas me cuestan más trabajo porque lo único que soy es menos inconsciente. Pero sigo siendo una mujer con una capacidad de inconciencia inconmensurable.
--Parece contradictorio. Acaba de ser abuela y en principio son justo las abuelas quienes lo saben todo. ¿No será deformación profesional la de tener más preguntas que respuestas, Elena?
--Yo creo que también es una actitud ante la vida. No tengo ninguna certeza. Aunque eso es muy dramático, porque hechos menores me angustian, paso por etapas en las que me siento como si viviera en el desierto, no sé qué camino tomar, hacia dónde está el agua, el oasis.
--¿En estos 45 años de periodista ha atravesado por épocas determinadas, ya por el tema, ya por el medio o por sus intereses personales?
--Soy ante todo una entrevistadora. Así que he hecho muchas entrevistas y crónicas. Lo que me salvó fue vivir en un ambiente en el que nadie me hacía caso. Cuando niña tenía que perseguir al cristiano más próximo para leerle lo que había escrito y eso a ver si le interesaba. De grande, cuando le di a Guillermo Haro, mi esposo, a que leyera Querido Diego, te abraza Quiela, lo agarró y dijo que era un pomo de melcocha, que era horrible e intolerable, que cómo había podido escribir algo así. La crítica la tenía dentro del hogar, de modo que ya cualquier cosa que me pudieran decir afuera se me convertía en un elogio magnífico.
--Ese es uno de sus textos más redondos.
--Y además es una carta de amor que le hice a Guillermo, pero él no la vio así. Pues ni modo.
(Todo empezó el domingo será presentado hoy, a las 19:30 horas, en el Centro Cultural Isidro Fabela, sito en Plaza San Jacinto 15, San Angel, con los comentarios de Cristina Pacheco, María Rojo, Mariana Yampolsky, Pedro Valtierra y José Joaquín Blanco.)