Horacio Rivera
Excelencia o anticiencia

En esta época de posgrados al por mayor, algunos de excelencia y otros no tanto, conviene distinguir la investigación científica y la divulgación de la ciencia del proceder de algunos colegas para quienes lo esencial es la propaganda que arrasa y da esplendor. Por más buenas intenciones que se expresen, por más deseos de competir con los países líderes y discursos en el tono de quien ignora la duda, los hechos demuestran que esa actitud engatusaincautos no sólo es anticientífica sino que está siendo inculcada sin miramientos a los jóvenes.

Es indudable que publicar en revistas prestigiadas, establecer colaboraciones internacionales, lograr la excelencia de un posgrado y formar recursos humanos son actividades que caracterizan al buen investigador (ya P. Laín-Entralgo había dicho que el buen investigador piensa, lucha y trabaja mientras que el malo no cumple con al menos uno de esos requisitos). Sin embargo, la cultura del apantalle, combinada con el argumento simplista de que ``en tierra de ciegos el tuerto es rey'', hace que aun el logro más insignificante sea presentado en forma sensacionalista.

Así, uno se ufana de publicar en las mejores revistas, pero omite decir que el trabajo se hizo en otro laboratorio o por otras gentes; uno proclama colaborar con investigadores del Primer Mundo, pero no aclara en qué consiste dicha participación; se busca el padrón de excelencia, pero ni siquiera el tutor lee las tesis dirigidas, y se forman recursos humanos más con ánimo burocrático y curriculesco que con la intención de fomentar la autonomía intelectual de los jóvenes investigadores (sobra recordar que nadie da lo que no tiene). En una palabra, medramos solapados en criterios seudocuantitativos que no logran encubrir la realidad subyacente: deslumbrar con y deslumbrarse por la conveniente manipulación de los datos. ¡El patético pavoneo por un currículo de artificio!

Seguramente es imposible evaluar programas e investigadores de manera apropiada, y menos aún si los criterios utilizados son superficiales y sólo remedan los de otros países (a propósito, pronto será explícita en México la banalidad inaudita, ya instituida en el Primer Mundo, de que un trabajo tenga dos o más primeros autores). Así, es práctica común de los comités dictaminadores contar las publicaciones y citaciones sin discriminar primeras auto- rías de coautorías ni averiguar la institución donde realmente se hizo el trabajo o la contribución de cada autor. Es más, la escandalosa degradación del concepto de autor ha llevado a algunas revistas como JAMA, Lancet y BMJ a preferir el estilo cinematográfico, con el fin de atribuir crédito y responsabilidad de manera más precisa; es decir, a usar el concepto de contribuyente en lugar del ahora anodino término de autor.

Sé que estas críticas son contrarias a los intereses de los grandes capitalistas del currículo, pero también que nadie regala la posición de primer autor y que sólo en ese sitio un investigador novel tiene oportunidad de ser reconocido y escapar del efecto Mateo como lo definió R. K. Merton (Science 159:56, 1968): atribuir el crédito de un descubrimiento o una publicación al autor más conocido, independientemente de su participación (dicho efecto alude al evangelio según San Mateo: ``Porque al que tiene le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aún lo poco que tiene le será quitado'', Mateo 25:29). Nótese de paso que no es lo mismo ser gerente que líder de un grupo (Lawrence y Locke, Nature 386:757, 1997). Por lo tanto, creo que propuestas como la de J. Muñoz (Bol Soc Mex Cienc Fisiol 4:5, 1997) de que al evaluar a un científico o grupo se considere la productividad en lugar de la producción, es decir, evaluar la relación entre lo consumido y el producto, deberían ponerse en práctica. Me adhiero también al reciente pronunciamiento por M. E. Orozco de que haya una distribución más equitativa e imparcial de los recursos destinados a la investigación (La Jornada, Lunes en la Ciencia, 12 de enero de 1998).

Además, parece un contrasentido que algunas instituciones como el IMSS incluyan en sus criterios de evaluación la capacidad de conseguir fondos, pero no consideren la productividad real. Para concluir, subrayo que por el camino del bluff y el culto a la imagen la investigación en México jamás progresará; el apantalle no confiere calidad ni respetabilidad a un posgrado o individuo y menos si va junto con el agandalle.

EL REPARTO DEL PASTEL

Asombróse un feligrés
al observar la jactancia
falta de toda prestancia
de científicos exprés.
Arte diabólico es,
comentaba sin empacho
al titular del despacho,
el reparto del pastel
por granujas en tropel
de relamido mostacho.

Parodia de una décima por V. Espinel (s. XVI)